Juan José González, un joven correntino que apenas ha dejado atrás la adolescencia, responde las preguntas del entrevistador haciendo pequeñas pausas, aunque las respuestas sean siempre monosilábicas.
“¿Tiene tatuajes visibles? ¿Alguna vez tomó drogas? ¿Hemorragias, transfusiones? ¿Enfermedades nerviosas?”. En el segundo largometraje del documentalista argentino Manuel Abramovich casi todo se reduce a seguir las normas: las botas se lavan de tal manera, las sábanas se tienden así y no de otra forma, la línea de tambores desfila con cierto ritmo y no con otro, la mano debe subir a determinada velocidad hacia el rostro y nunca hay que quebrar la muñeca. Juan acaba de ingresar al Regimiento de Infantería 1 Patricios, en el barrio de Palermo, y es el protagonista de Soldado, una mirada hacia el universo marcial que cruza lo general con lo particular. La película tendrá cuatro exhibiciones a modo de preestreno durante el mes de marzo (todos los domingos a las 19 horas, en el Centro Cultural Recoleta), seguidas de un estreno comercial más amplio a fines de abril, y es el paso más reciente de su realizador en el terreno del cine documental. Un paso firme y tan riguroso como el de los militares que habitan la película, aunque en su caso el rigor no esté relacionado con formaciones, uniformes o armas sino con una búsqueda estética que reemplaza cualquier atisbo de obviedad discursiva.
“Las ideas para las películas siempre aparecen en función de mis actividades cotidianas y, en el caso puntual de Soldado, da la casualidad de que justo vivo frente al Regimiento de Patricios”, afirma Abramovich en comunicación con PáginaI12. Al momento de la entrevista, el joven director (nació en 1987) se encuentra en Berlín -donde el film tuvo su estreno mundial hace exactamente un año-, participando de algunas actividades del Talent Campus y acompañando el estreno mundial de Teatro de guerra, la película de Lola Arias en la cual se desempeñó como director de fotografía. “Si bien el cine nacional está lleno de representaciones del Ejército Argentino, comencé a preguntarme qué era esa institución en el presente y cómo se forma un soldado en la Argentina de hoy. Se supone que un soldado tiene que ser parte de una gran masa y no llamar la atención. ¿Cómo es ese proceso para un joven que viene del interior -quizás porque necesita el empleo- para convertirse en uno más, en una pieza de un gran sistema? Para eso, durante la investigación, conversé con diferentes soldados y miembros jerárquicos del regimiento. Quería centrar la película en un personaje en particular y cuando vi a Juan hubo algo en su mirada –un poco descolocada o de duda–, una cierta fragilidad, que me llamó la atención. Fue algo más bien intuitivo.
–Juan es oriundo de Monte Caseros, Corrientes, el mismo lugar donde filmó el cortometraje La reina, sobre una chica que participa en el carnaval y en concursos de belleza. ¿Lo encontró durante el rodaje de ese corto? En Soldado hay una breve escena de carnaval, incluso.
–No, fue una casualidad absoluta. En Monte Caseros hay un cuartel y eso está muy presente todo el tiempo en el pueblo, pero en ese momento no tenía en mente este proyecto, aunque tal vez un poco me quedó picando el tema. Pero fue una casualidad increíble: cuando empecé a charlar con él me dijo de dónde era y enseguida nos miramos con la sonidista, Sofía Straface, porque no lo podíamos creer. Es más, Juan había visto La reina en INCAATV.
–¿Cómo fue el proceso de acercamiento a la institución para comenzar a abrir puertas? No debe ser sencillo lograr una autorización para filmar dentro del regimiento.
–La idea era entrar al ejército no tanto a través del entrenamiento en sí mismo sino a través de la orquesta. Sabíamos que esa podía ser una puerta de entrada. De alguna forma, los soldados músicos son los más “sensibles”. Era un gran desafío poder filmar allí, por lo que toda la investigación fue realizada alrededor de la banda militar Tambor de Tacuarí, la banda del Regimiento Patricios. Siguiendo la cadena de autorizaciones que ellos nos pedían, los miembros de la banda nos fueron ayudando con las cuestiones formales. Siempre con la condición de ver la película terminada y, por llamarlo de alguna manera, aprobarla.
–Una lectura de la sinopsis podría llevar al espectador a creer que la película es una diatriba contra los militares. Sin embargo, la película evita eso y se limita a registrar y transmitir aquello que ocurre en el lugar.
–Creo que ahí hay algo que va conectando mis trabajos. Yo puedo decirte qué pienso del ejército a nivel personal, pero hay algo interesante en el cine, que es que cada espectador lleva consigo un bagaje cultural e histórico, ciertos conocimientos que le permiten reflexionar. En las funciones durante el Festival de Mar del Plata pasó algo interesante: había espectadores que se reían de determinadas escenas, pero también militares que se emocionaron con la película, porque se acordaban de su etapa de entrenamiento. Me interesa que las películas no digan exactamente lo que uno tiene que pensar –ya sea que se esté a favor o en contra de algo–, sino invitar a que el espectador la complete.
–Por momentos, daría la impresión de que esos entrenamientos son como una cáscara, una simulación.
–Es raro pensar en eso, en qué es el Ejército hoy en día, en un momento del país complicado. Tenemos a nuestros vecinos de Brasil, donde hace unos días Michel Temer, a través de un decreto, declaró la posibilidad de que las fuerzas armadas puedan intervenir en la vida civil. Ser soldado en Argentina en este momento parece muy inocente y hasta cómico, pero también es una institución que conocemos muy bien, por nuestra historia. ¿Hasta qué punto esa especie de inocencia se puede convertir en algo más peligroso? De todas formas, una decisión muy consciente desde el inicio del proyecto fue no hacer mención de la última dictadura, en ningún momento. Justamente porque me parece más potente no mencionar algo explícitamente que hacerlo. En el caso de la historia del Ejército en nuestro país, quería apelar a cada espectador; que cada uno, con su propio bagaje, reflexionara a partir de ello.
–Ud. mencionaba las risas de algunos espectadores. Hay varios momentos de humor que podrían describirse como involuntarios.
–Salvando las distancias, en algún punto el Ejército y las instituciones en general son una puesta en escena y, si se toma un poco de distancia, se hace evidente el absurdo de ciertas situaciones. Pero no sólo los militares. Como cineasta uno viaja a festivales de cine, presenta películas, responde preguntas, y ahí también hay momentos absurdos. Siempre me pregunto si el mundo no es una gran puesta en escena donde todos tenemos un pequeño o gran papel y actuamos para otros. En el Ejército quizás es un poco más evidente: entrás a una institución compleja, te ponés un uniforme que es como un vestuario y tenés que aprender a construir un personaje. Vivimos formando parte de tradiciones, rituales o rutinas y en ningún momento nos detenemos a pensar en el por qué o en para qué. ¿Para qué sirve doblar la cama de todas esas maneras? ¿Para qué sirve un carnaval? Son preguntas que siempre me interesa hacer.
–Hablando de puesta en escena, los encuadres del film resultan muy orgánicos y apropiados para el tema, en particular esos planos fijos casi geométricos. ¿Cómo fue esa búsqueda formal?
–La búsqueda estética estuvo presente desde antes del rodaje. Me interesaba que la película fuera contada a través de una serie de postales del Ejército, siguiendo con esa idea de la institución como una suerte de escenario donde los soldados salen a escena y tienen que interpretar un rol. Los encuadres me interesaban como un espacio escénico, donde los militares entran en cuadro, dicen sus parlamentos o tocan sus instrumentos, y luego salen. Ser soldado es ser alguien duro y rígido y no se pueden mostrar debilidades, pero por momentos parecen bailarines de ballet. De todas formas, más allá de que los encuadres son muy marcados, hay mucho trabajo con el fuera de campo.
–El sonido es esencial en Soldado. ¿Cómo fue el trabajo de captura y mezcla?
–Con el sonido quisimos elaborar algo parecido a lo que hicimos con la imagen. Con Sofía Strafase venimos explorando juntos la idea de la distancia con los personajes, en la cual el plano sonoro no está en perfecta coherencia con la imagen y produce un cierto extrañamiento. Por ejemplo, en un plano muy general, donde las personas son puntitos en la pantalla, escuchamos sus voces como si uno estuviera al lado. O al revés: una persona está al lado de la cámara, pero escuchamos a alguien más, que pasa dando instrucciones y sólo puede ser visto fuera de foco, en el fondo del cuadro. En cuanto a lo técnico, antes de filmar una escena, con Sofía nos gusta pensar la puesta de sonido, además de la puesta de cámara, tomarnos unos minutos para pensar a quién nos interesa escuchar en esa escena. Algo genial en el rodaje de Soldado fue que tuvimos los recursos para contar con varios equipos de sonido, muchos micrófonos corbateros para ponerles a varios soldados a la vez e incluso dos sonidistas trabajando con sendas cañas. Todo eso permitió que el sonido final fuera casi como el de una ficción, llevando al extremo la idea del audio como elemento narrativo. En la mezcla pudimos armar un sonido complejo, alejado de lo que muchas veces se piensa sobre el cine documental.
–La visita a su casa en Corrientes es una instancia importante en la historia. ¿Cuándo decidió incluir ese momento?
–Como espectador, supongo que uno va imaginando cosas de la familia de Juan que no se conocen y me parecía interesante tener un momento donde poder ver de dónde viene. Cosas simples: su familia, el pueblo. Es el momento en el cual Juan puede terminar de decidir qué hacer con la carrera. Si todas esas dudas que tiene –pero que no demuestra demasiado– terminarán pesando más que otras cosas. La visita era una manera de poner esas dudas que uno percibe en un plano más concreto. Además, me interesaba la relación con los padres –que es algo que también está presente en otras de mis películas– y hasta que punto uno hace lo que hace por deseo personal o porque trata de hacer felices a los padres. Probamos poner esa escena en otros momentos de la película, por ejemplo, en el final, pero regresar con él al regimiento y plantear un final bastante abierto me parecía más potente.
–¿Sigue en contacto con Juan? ¿Qué ocurrió luego de esos meses de rodaje?
–Desde luego que sigo en contacto. De hecho, él viajó a Mar del Plata en noviembre para presentar la película con nosotros. Como en todos estos proyectos que parecen ficciones, es inevitable que el proceso de hacer una película lleve al personaje a hacerse preguntas –algunas existenciales– y le permita tomar algo de distancia. En el caso de Juan, unos meses después de haber terminado la película, me contó que había decidido dejar el Ejército. Hace un mes hablé con él y está trabajando como guardia en una empresa de seguridad. Lo que me llama la atención es que el haber hecho la película lo obligó, de alguna forma, a pensar en ciertas cosas.