“Lo que importa es el dinero, el resto es conversación” dice Gordon Gekko antes de pasar a la historia con su frase más famosa: “La codicia, a falta de una palabra mejor, es buena; es necesaria y funciona. Y ahora parece que es legal.”
Wall Street es una película de los ’80. Michael Douglas actúa en el personaje de Gekko, un broker financiero, estrella de la bolsa y de la elite de millonarios a quienes asesora. La película mostraba el mundo desalmado de la especulación y adelantaba la crisis brutal que esos abusos irían a provocar en la economía mundial. En ningún lugar del mundo estos personajes son valorados y mucho menos admirados o utilizados como paradigma social. El martes, el jefe de Gabinete, Marcos Peña se deshizo en elogios por el ministro de Finanzas, Luis Caputo, un broker que administró dos fondos de inversión, uno de ellos especializado en bonos de alto riesgo y alto interés, como los de la vieja deuda argentina, un fondo buitre.
Un consorcio internacional de periodistas de investigación descubrió que Caputo fue manager de esos fondos en los paraísos fiscales de las islas Cayman y en Delaware hasta el día anterior de asumir en el gobierno de Mauricio Macri y sin embargo no figuran en su declaración jurada. Caputo y su esposa ganaron una fortuna especulando con el dólar a futuro. Lo increíble es que el ministro que había invertido una fortuna en dólares fue uno de los que decidió la devaluación de 2015 y decidió el nuevo valor de la divisa norteamericana gracias a lo cual ganó esos millones.
Y otra más: por su función, Caputo forma parte del directorio del Fondo de Garantía de la ANSES. Y era dueño de la administradora de fondos Axis, que fue contratada por el Fondo de Garantía para intermediar en una operación similar a otras anteriores que nunca necesitaron intermediario.
Las frases famosas de Gekko parecen describir el paradigma de este gobierno de Cambiemos: “La codicia clarifica y capta la esencia del espíritu de evolución –enseña el maestro de las altas finanzas personificado por Douglas–, la codicia es buena, la codicia está bien, la codicia funciona, la codicia se abre camino, aclara y captura la esencia del espíritu evolucionario.”
En un diálogo armado en el programa de Fantino, el locutor simuló actuar como interrogador inquisitivo y Marcos Peña aprovechó para demostrar su admiración por el gerenciador de fondos buitre, uno de los principales ejecutores de la política de altísimo endeudamiento del macrismo. “Lo rebanco –afirmó– es un orgullo para este país que Toto Caputo sea ministro; es de las 10 o 15 personas más talentosas en las finanzas en todo el mundo. Jugaba la Champions League, no jugaba en la B, eh. Y dejó todo para venir a jugársela por su país”. Cuando se habla de ese nivel de las finanzas y se lo promueve como ejemplo no solamente se está planteando un modelo económico de elites, sino que al mismo tiempo se está proponiendo una escala de valores.
En las políticas de endeudamiento, Caputo estuvo de los dos lados del mostrador: fue gerenciador de un fondo buitre y ahora es ministro de Finanzas de un gobierno que está entre los cinco que más han tomado deuda en el planeta. Es interesante la forma en que la ficción se entrelaza con la realidad en Argentina, porque en el film, Gekko también es promotor de estas políticas, y al mismo tiempo advierte con gran cinismo sobre sus consecuencias: “Tomamos un dólar, lo llenamos hasta el tope de esteroides y lo llamamos apalancamiento. Yo le llamo Banca Esteroidizada. Muerte apalancada. En otras palabras... endeudarse hasta el cuello. Y odio decirles esto pero es un modelo de negocio de bancarrota. No funciona... Es sistémico, es maligno y es global. Como el cáncer.”
Las dos películas sobre Wall Street y también la de Leonardo Di Caprio, “El lobo de Wall Street”, son un producto de Hollywood, no inventan nada ni buscan encarnar un discurso revolucionario, sino que se limitan a dar la visión que el mundo tiene de “los diez o 15 más talentosos en las finanzas de todo el mundo” entre los que según el ministro Peña, juega Caputo, a quien pone como un ejemplo que deberían seguir todos los argentinos. Esos diez o quince actúan en un mundo de pura especulación que genera ganancias sin producir riqueza, mejor dicho, apropiándose de las riquezas que produce otro.
Paradójicamente en Argentina se eligió un gobierno que exalta valores de los que sufrió dolorosamente como víctima. Valores que provocaron bloqueos en su contra, embargos, vaciamiento de empresas, y la usura, acciones condenadas por las religiones y los códigos éticos del planeta. El Papa Francisco ha defenestrado ese paradigma del “Dios dinero” que simbolizan “los 10 o 15 talentos mundiales de las finanzas”.
El ministro Luis Caputo, que “rebanca” Peña, acumula denuncias por “omisión maliciosa, negociaciones incompatibles con el ejercicio de la función pública, tráfico de influencias, delito de uso de información privilegiada, incumplimiento de los deberes de funcionario público y supuesto lavado de activos.” Apenas terminó Peña de reivindicar a Toto Caputo y promoverlo al pedestal de los próceres, cuando tuvo que volver a hacer la defensa de Gustavo Arribas, titular de la Agencia Federal de Inteligencia. El arrepentido brasileño Leonardo Meirelles volvió a denunciar el jueves a Arribas por haber recibido una coima de 850 mil dólares. El jefe de los espías del macrismo fue denunciado también por Elisa Carrió y por Héctor Recalde pero la justicia ni la Oficina Anticorrupción parecen muy dispuestas a investigar.
Hay un sistema de valores que el gobierno de Cambiemos ha puesto en juego al integrar un gobierno con poderosos empresarios. Es obvia la carga meritocrática que se desprende de esa composición: son ricos porque hicieron mérito para serlo. Los pobres son pobres porque no hicieron esos méritos. Lo cual funciona también al revés: “si sos rico es porque tenés los méritos para serlo”. Por lo cual, ser rico ya sería un mérito en sí mismo y el pobre, además del demérito, tendría lo que se merece. Y entonces se justifica una sociedad con pocos muy ricos y muchísimos pobres y muy pobres, a los que el Estado no tiene obligación de ayudar, porque no tienen méritos para recibir esa ayuda, justamente porque son pobres. El Estado tiene que orientarse hacia quienes han hecho méritos para demostrar que el apoyo del Estado no caerá en saco roto, o sea a los ricos.
Pero también lleva implícitos muchos de los valores que describe Gekko en su personaje. En una nota de Miguel Jorquera, publicada en abril del año pasado en este diario se señalaba que “el Presidente y 40 integrantes de su administración favorecieron a empresas con las que están vinculados o que dirigieron antes de desembarcar en el gobierno, según un relevamiento de los diputados del FpV-PJ. Macri y 20 de ellos están por eso imputados penalmente.” La acusación contra Macri era nada menos que por el perdón de una deuda por 70 mil millones de pesos al Grupo Macri por el Correo. Todas esas situaciones son reales, se siguen produciendo como si la sociedad tuviera que aceptar como normal que un gobierno de empresarios, éstos sigan haciendo negocios con sus empresas y el dinero público.
Con la ayuda de los medios, el macrismo logró despolitizar la percepción del adversario en la sociedad, asimilándolo a un delincuente. Todos los valores asociados a él, como la regulación de la economía, distribución de la renta, solidaridad, integración regional o políticas antimonopólicas fueron equiparados a valores que esconden intenciones corruptas, como si el “populismo” solamente fuera una excusa para la delincuencia. Lograron incluso que renegaran de esos valores amplios sectores que fueron favorecidos por ellos.
La admiración que el ministro Peña quiso manifestar en público al ministro Caputo en el programa de Fantino expresó la intención de instalar los valores morales y éticos sobre los que se asienta la propuesta de Cambiemos. La idealización de un broker de las finanzas internacionales que gerencia un fondo buitre y que impulsa el endeudamiento del país busca ese objetivo. Pero el esfuerzo de Peña se estrella contra la desconfianza ancestral a estos personajes. Y sobre todo, contra el efecto de las políticas económicas antipopulares del mismo gobierno, que superan a los medios oficialistas y van generando sus propios monstruos, como lo demuestran los cantos en las canchas de fútbol y en todas las reuniones públicas.