Descontento y desilusión. Es lo que empiezan a reflejar en privado algunos altos ejecutivos de petroleras que operan en el país frente a una política de hidrocarburos que ofrece pocos atractivos. “Vaca Muerta fue una estrategia errada, en la que el Ministerio de Energía apostó todo sacrificando la inversión en el resto del país”, se escuchó de boca de un importante referente privado del sector, en relación a la formación en el subsuelo neuquino del cual se prometió que provocaría una “revolución” con la explotación no convencional de sus reservorios de petróleo y gas. Era, para muchos, la esperanza de convertir a Argentina en una “potencia mundial en petróleo y gas”. Hoy las expectativas ya son más moderadas, pero es verificable que las inversiones en exploración en el resto de las cuencas son prácticamente inexistentes. La política de hidrocarburos de Juan José Aranguren, ex CEO de Shell Argentina y actual ministro de Energía, está siendo apuntada con fuertes críticas.

Cerca del ministro, o al menos entre quienes intentan defenderlo, se señala que “la situación internacional no lo está ayudando”. Otros, en cambio, advierten que nada de lo que hoy ocurre podía estar fuera del radar de un especialista en energía. “Estados Unidos fue, durante décadas, el principal importador de crudo del mundo, pero en los últimos años ese lugar pasó a estar ocupado por China. La producción del petróleo de esquisto o de fracking de Estados Unidos cambió drásticamente el panorama; hoy produce más de lo que consume, y después de haber prohibido desde 1973 la exportación de petróleo, para protegerse de las fluctuaciones internacionales de precios y de suministros, ahora autoriza vender al exterior pero por volúmenes inferiores al 5 por ciento de su producción doméstica”, señaló Marcelo Brignoni, investigador de política internacional, ex legislador y autor de trabajos en defensa de los derechos humanos, políticos, económicos y sociales.

Es un dato con mensajes múltiples. Por un lado, que el principal consumidor mundial se convierta en exportador neto, es una buena razón para suponer un destino de sobreoferta de hidrocarburos en el mercado internacional. De hecho, en pocos años Estados Unidos pasó de operar 248 plataformas activas en fracking a 612 con las que terminó el año 2017. Su producción de shale oil/gas está en plena expansión. La segunda observación es que esta proyección, con una política oficial más amigable a la inversión interna que a la exportación de capitales, hace que las grandes petroleras sientan más interés en meter su dinero en territorio propio que en vacas muertas ajenas. Estados Unidos, probablemente, ya no sea el socio inversor al que Mauricio Macri y los suyos confiaban seducir. Un tercer aspecto no ignorado por ningún experto es que el costo de producción de un barril de crudo en Vaca Muerta prácticamente duplica lo que cuesta extraerlo por métodos no convencionales del subsuelo estadounidense. Un cuarto elemento, aunque más no fuera como una referencia, es que Estados Unidos arma su política energética con un fuerte sentido de regulación y control oficial, al punto de prohibir las exportaciones. Y no desde ahora, sino desde 1973, aunque a los países aliados le recomiende abrir los mercados y desregular la actividad. Algunos, incluso, le hacen caso.   

Hay un punto adicional no menos importante en la política de hidrocarburos que viene ejecutando Estados Unidos. El petróleo extraído por fracking en ese país es un crudo liviano, y por su volumen ya excede la capacidad de las refinerías norteamericanas para procesar ese tipo de hidrocarburos. La gran mayoría de las plantas refinadoras del país, “sobre todo las ubicadas en los estados limítrofes del Golfo de México (Florida, Alabama, Mississipi, Louisiana y Texas) sólo pueden procesar el crudo pesado que viene de México o Venezuela”, apunta Brignoni en su análisis (publicado en motoreconomico.com.ar). La petrolera ExxonMobil anunció, hace pocas semanas, un plan de inversiones por 50 mil millones de dólares para los próximos años, de los cuales una parte no menor será destinado a la instalación de refinerías capacitadas para procesar petróleo liviano. Otras compañías están embarcadas en similares proyectos. La transformación del sector petrolero estadounidense, en sus diversas áreas, provocará un cambio sustancial en el mercado mundial. Argentina parece marchar a contramano de ese proceso. ¿Mala lectura o escasa información?

Y lo hasta aquí contado no es todo. El gobierno de Mauricio Macri se mostró sorprendido, pocos meses atrás, por las restricciones impuestas por Estados Unidos al ingreso de biodiesel argentino a ese mercado. Parecía imposible después de las señales de afecto del presidente Donald Trump a su par argentino. Lo que no se tuvo en cuenta es que ExxonMobil, entre sus inversiones, también tiene intereses en el negocio del biodiesel, con presencia en el mercado con un combustible que obtiene del maíz, mientras trabaja en un proyecto para extraer el biodiesel del reciclado de la basura. Un proyecto que ya superó la etapa experimental. ExxonMobil protege su negocio. Rex Tillerson, ex CEO de ExxonMobil, es el jefe del Departamento de Estado de Trump. ExxonMobil es la nave insignia de la política energética estadounidense. ¿Le costará mucho a Aranguren comprender esta estrecha vinculación entre política y negocios?

Es poco probable que no lo conozca. Como tampoco escapará al conocimiento del ex CEO de Shell que la empresa a la que pertenecía no está pasando por su mejor momento. Desplazado por el avance de empresas de origen noruego y británico de la explotación del petróleo de altamar en el Mar del Norte, también vio escapársele otras oportunidades en el subsuelo continental, en zonas donde la rusa Lukoil pisa cada vez más fuerte. En Argentina, Shell apuesta a aprovechar el negocio de extracción de petróleo y gas no convencionales en Vaca Muerta, además de contar con una activa participación en las importaciones de gas. Le puede resultar favorable como negocio, ante la imposibilidad de ingresar a otros más rentables en el mundo. En cambio, se abren fuertes interrogantes con respecto al acierto o no en haber elegido al proyecto Vaca Muerta como eje central de la política sectorial. “Fue un error estratégico, producir en esa área es muy caro y con un precio internacional del barril por debajo de 67 dólares, es inviable”, sostuvo un directivo empresario desencantado con la política de Aranguren.

La empresa a la que pertenece el ejecutivo consultado, al igual que otras que operan en producción de petróleo y gas, ha desactivado por este año todo proyecto de exploración (búsqueda de nuevas reservas). YPF, según se observa (ver nota en estas páginas), sigue la misma política. La actividad  en yacimientos convencionales languidece en casi todo el país. “Muchos de los que estaban en producción convencional, ya están planteándose joint ventures (asociaciones de riesgo compartido) con firmas extranjeras para participar en proyectos en el exterior”, confiesa un directivo del sector.

El sector petrolero está en declive, más por errores propios que por  circunstancias ajenas inmanejables. Aranguren eligió seguir los postulados convencionales y los alineamientos aconsejables para un modelo neoliberal. Y falló. Esos postulados convencionales en la economía fueron cuestionados en un libro del año 2012, “Economía a contramano”, de Alfredo Zaiat, en el que se señalaba que “los procesos políticos transitan por la economía no como modelos, sino como proyectos de país”. La suerte de la actual política energética argentina no escapa a las conclusiones de la misma interpelación. En un proceso mundial cambiante, Argentina se ata a un modelo convencional que sus propios países de referencia no siguen. La Argentina, en materia energética, también transita a contramano.