A mis sobrinas y sobrinos

Exactamente un año antes, cuando las letras comenzaban a mutar de simples dibujos a símbolos más claros, María tomó dos grandes decisiones. Asociarse a la biblioteca de la Escuela era la primera.

Festejaban el día del bibliotecario. La maestra de lengua les pidió que se sentaran sobre el piso, en la esquina donde guardaban los mapas, bajo una enorme ventana. El lugar serenó incluso a los más inquietos. María, acomodada en canastita justo al lado de la Señorita Laura, lamentó no saber leer de corrido, confundir a veces la "g" con la "j" y no recordar bien cuánto esperar después de la coma. Era más fácil cuando leían otros, su mamá o la abuela, por ejemplo.

La voz de la maestra atravesó el silencio como una aguja: "Había una vez, en tiempos en que los blancos no habían llegado a América, una bella india llamara Atioló, cuya familia la prometió en matrimonio a un hermoso joven, Zatiamaré"(1)

Escuchó la historia inmóvil, casi sin respirar. Quedó conmovida ante "Mani", la indiecita que, rechazada y abandonada por no ser varón, se convirtió en mandioca y alimentó a su pueblo para demostrar que servía para algo. María conocía la mandioca e incluso podía recordar la sensación desagradable de esa especie de hilos que tenía enredándose en su lengua. La evocaba algo amarga y ahora podía entender por qué. El resto de los compañeros se quedó con la idea de que era algo parecido a las batatas.

La maestra leía tan bien que se podía imaginar la cara de Mani, la oscuridad de las noches en el cerro; incluso fue capaz de sentir sus lágrimas mojando la tierra. La voz de Laura recreaba la voz de Mani, la de su padre y la de su mamá. Era un cuento muy triste. Quizás por eso después de que la señorita terminara de leer, todos siguieron callados un rato. ¿Les gustó?, preguntó Laura. Los compañeros respondieron afirmativamente, salvo Pedro, que hizo hincapié en que le parecía horrible que la madre de la indiecita no la defendiera, dejándola en la montaña tal como le había ordenado su marido. María pensaba igual que él pero tuvo vergüenza de decirlo.

Después de escuchar la leyenda volvió el movimiento, el murmullo. Como si ellos mismos regresaran de la historia. La Bibliotecaria les enseñó el orden en que estaban ubicados los libros y cómo se llenaban las fichas que tenían detrás. Recorrieron con ella los estantes y María comenzó a pensar todo lo que podría leer en ese lugar. Sara preguntó si podía retirar una historieta de Mafalda. Hoy no, respondió la maestra, hay que traer una fotocopia del documento de identidad y asociarse primero, los no socios sólo pueden leer en la sala. María hubiera preguntado lo mismo, pero también tuvo vergüenza de decirlo.

Después de ese 13 de septiembre pasó muchos de los recreos largos en la biblioteca. Leía la leyenda de la mandioca (así se llamaba la historia de Mani) cada vez mejor. Inclusive podría haberla leído en voz alta, salvo en la parte en que la indiecita le dice a su madre que recién volvería a verla cuando pensara en ella sin acordarse de su rostro, porque en esa parte María lloraba, siempre lloraba. También ojeó otros libros: cuentos de María Elena Walsh, de los hermanos Andersen, se rió con muy buenas historietas, la fascinaron los dibujos y fotos de la Enciclopedia Oriente. Pero la vergüenza seguía impidiéndole asociarse a la biblioteca. Pasaba el tiempo y seguía leyendo en la sala.

Pero un día, antes de la primavera, con los ocho años bastante bien cumplidos, María pidió una fotocopia del documento a su mamá. La tuvo en la mochila una semana entera. Se fue arrugando, ajando; tomando el olor y el color de las galletitas de chocolate.

Entregó la copia por el costado del mostrador y recibió a cambio un carnet con su nombre y el número 1204. Sentía hervir los bordes de sus orejas. Cuando le preguntaron si iba a retirar algún libro, sin dudarlo pidió "el libro de la mandioca". Una semana para ella sola.

La primera noche que pasó el libro en su casa. María llevó adelante aquella otra decisión que había tomado. Arrancó la última hoja de la leyenda. Con su letra redondeada le hizo decir a Atioló que ni loca abandonaría a su hija en el cerro. Juntas se escaparon y fueron juntando a todas las mujeres de la tribu. Unidas descubrieron tener más fuerza que los varones. Sin necesidad de convertirse en comida para nadie, defendida por su madre, Mani fue aceptada tal como era: india, mujer y niña. María pegó torpemente la hoja y en algún ruidoso recreo devolvió el libro con final feliz.

1 Cuentos, mitos y leyendas para niños de América Latina, Editorial Plus Ultra, Editorial Atica, Editorial Norma, Ediciones Ekaré/Banco del libro; Sao Paulo (Brasil), año 1981 (Publicado en el marco de un programa de coediciones realizado con la promoción y la coordinación del Centro Regional para el fomento del libro en América Latina y el Caribe, con el concurso financiero de la Unesco).