Hay una canción clave en Transformación (2016), el último disco de Palo Pandolfo. Se llama “Un reflejo” y el estribillo dice así: “Se reinventó. Reinventó el sol. Reinventó la luz. Reinventó el amor. Reinventó el ayer. Reinventó el dolor. Reinventó la fe. Y se reinventó”. El mensaje de la canción, de algún modo, se convirtió luego en el eje conceptual, espiritual y narrativo del recién estrenado documental Transformación, que retrata con delicada intimidad el proceso de grabación del disco más nuevo de Pandolfo. La película, de hecho, muestra la actual reinvención del ex líder de Los Visitantes, que nunca se fue de la escena musical, pero que se encuentra en un momento creativo vital (aunque él mismo lo relativice) junto a su banda La Hermandad. “Los primeros dos temas que escuché del disco fueron ‘La fuga’ y ‘La primavera’. Y fue todo un shock porque ambos eran muy oscuros. Y para mí había ahí un regreso esencial a una mirada que siempre me gustó de Palo. Y a la vez había algo visionario de cambio de época. Un conflicto sobre lo que puede llegar a pasar. Vivimos en vivo el cambio de presidencia, el cambio político-cultural, y encontré algo interesante ahí”, explica Iván Wolovik, el director de la película que se estrenó el jueves en el Gaumont (Rivadavia 1635).

El nexo entre ambos sucedió cuando Wolovik se hizo cargo de la realización del video de la canción “Más que humanos”, del disco anterior, Esto es un abrazo (2013). Hubo una conexión muy fuerte entre ambos y sellaron una amistad. “Es crítico para mí que me filmen, pero me sentí muy bien”, dice Pandolfo sobre el germen de la película. Una confianza mutua que quedó inmortalizada en el espíritu de la película. “No es un backstage, es una conversación creativa entre músico y director”, sostienen. La belleza del film radica en mostrar a un artista en plena ebullición creativa, con sus momentos de incertidumbre, tensiones y satisfacciones. Un Palo Pandolfo entrañable y terrenal que se puede mostrar verborrágico en una discusión musical y al rato ingresar en un estado de profunda armonía en una clase de yoga en medio del estudio de grabación. La cámara, por momentos, parece invisible. “Iván entra desde el principio en la intimidad de la grabación. Fue excelente la experiencia con él. En su silencio, fue una pata artística más”, describe Pandolfo. Y sigue: “Nunca nos tapó, siempre fue estimulante su participación, se metió adentro del proceso y sentíamos su ausencia cuando no venía. Yo no visualizaba una película, pero cuando vi algunas imágenes entendí que estaba desarrollando una estética propia, un viaje personal, un recorte de la realidad que él ve en nosotros”.

El músico no está solo en la pantalla, claro. Más allá de sus compañeros de La Hermandad, aparecen varios personajes durante los 70 minutos que dura el film: Ricardo Mollo (graba guitarras en “Sonido plateado” y “El conquistador”) cuenta una emotiva anécdota sobre la transición entre Sumo y Divididos; Hilda Lizarazu despliega su carisma vocal cuando graba los coros de “Morel” y el productor Charlie Desidney se revela como un interesante coequiper. “Es un demente, muy metafórico”, dice Palo y confiesa que lo frustró un poco que no hubieran quedado “más diálogos con Charlie, que estuviera más retratado ¡Es un monólogo mío!”. Wolovik aporta su explicación sobre eso: “Hay algo del recorte del texto que dice Palo y es algo que siento en relación al arte. Siento una empatía absoluta con su forma de pensar y su humor. Lo siento conectivo”. La película se vio por primera vez en el Festival de Cine de Mar del Plata. “Llegamos más lejos de lo que esperábamos”, se alegra el músico.

La parte narrativa es impulsada, también, por fragmentos de una entrevista que el ex Don Cornelio da a una radio en la que habla sobre la ley del karma (filosofía oriental sobre la causa y efecto de las acciones), el carácter premonitorio de las canciones y su incomodidad por la adoración del público (“me gusta más comunicar un éxtasis, que nos perdamos todos en un mismo lugar, pero no conducir al rebaño hacia las cimas del placer”). “Fueron nueve meses de grabación, había como cinco películas y enfoques posibles”, dice Wolovik sobre el resultado final. Porque la película fue apareciendo a medida que sucedían las grabaciones. “Quería filmar cómo se hace algo. Quería que sintieran que era uno más, que no tenía un equipo grande, lo cual ya no es intimidante. Después, la constancia de ir todos los días te invisibiliza. No conocía los procesos de producción de un disco”, cuenta Wolovik, un seguidor de Los Visitantes de la primera hora.

–¿Transformación representa una nueva etapa creativa?

Palo Pandolfo: –No sé qué quiere decir la palabra “nuevo”. La Hermandad la formé en 2011, ya tiene siete años. Y la hice concretamente para desarrollar un sonido eléctrico. Después de Ritual criollo (2008), donde tuve mi banda más “fusioneta”, en un momento sentí un techo. Ahora llegamos a una síntesis donde también hacemos shows en trío. Intenté hacer una banda que tuviera los elementos que entiendo que tiene que tener una banda de rock: cierta cosa entrópica, por eso son músicos del oeste, como el violero Mariano Mieres y el bajista Alito Spina; algo de locura y muchas giras. Adoro este disco, me gusta el audio y la necesidad de haberlo grabado con la banda tocando en vivo (en Estudios Romaphonic –ex Circo Beat–), era una obsesión. ¡Si quiero rock, tengo que grabar en vivo! Hay una búsqueda de vibración con el quinteto. Las composiciones de Ritual criollo y Esto es un abrazo (2013) van por un lado luminoso. En cambio, Transformación tiene que ver, por ejemplo, con haber construido una casa en un terreno pelado con mi compañera. “Estoy denso, quiero escribir canciones pero estoy denso”, le dije a Verónica y así compuse. Las letras de Esto es un abrazo fueron un ejercicio de composición automática. “Oficio del cantor”, de Ritual, fue el detonante y empecé a componer de ese modo. Pero es muy agotador, estás al borde todo el tiempo. Llegué a un techo.

–¿Y qué cambió ahora?

P. P.: –En el disco nuevo empecé a generar una composición que siempre soñé: escribir las letras sobre cosas concretas, como hacen Charly, León Gieco o Peter Gabriel. Y también me propuse componer desde las melodías, muchas desde la voz. Escribí muchas letras inspiradas en la primera emoción de la mañana. Hay canciones más pueriles como “El juego” y otras más profundas, como “Un reflejo”, basado en un libro que me arruinó la cabeza: Orlando (1928), de Virginia Woolf. ¡Es un libro revulsivo de una feminista inglesa suicida!

–La película registra la potencia del presente, no habla sobre la obra de Pandolfo, ¿por qué esa decisión?

Iván Wolovik: –Me parece importante que haya un registro de esto. Hay que tomar el toro por las astas. Hay una necesidad de registrar las figuras que tenemos. Lo que me parece interesante, mirando en perspectiva, es que no sea una película retrospectiva. Que hable del presente. Todos citan a Spinetta y su “mañana es mejor”, pero todos van hacia el pasado. Me gusta la idea de pensar que hoy se puede generar un clásico y siento que Transformación es eso. Muy pocas veces tenés la posibilidad de presenciar eso. No sé qué sucederá con la película, lo importante es que exista el registro. Ya era hora de que hubiera algo sobre él y que tuviera que ver con el tiempo actual. Es una película que empuja hacia adelante. Es complejo retratar el presente. Está bueno rescatar ideas que no sean necrológicas. Cuando termina la película, uno quiere ir inmediatamente a escuchar el disco. Son dos caras de la misma moneda. La idea de fondo es que el arte es trabajo: chivar la camisera, pensar mucho. Hay mucho laburo puesto en la música. Y eso rescata la película. Y lo muestra a Palo como un artista más amplio de lo que la gente tiene en el imaginario. No es una película de fan, pero es una película hecha con amor.