“No quiero hablar de policías buenos y justicieros, y de jóvenes delincuentes malos e irrecuperables. Esta lectura dicotómica y estigmatizante fue la que construyó mediáticamente el presidente con su ministra de Seguridad”. Este es el punto de partida del doctor en Letras Gustavo Bombini para procesar esa cadena de sucesos profundamente desgraciados que tuvieron su cenit el 1 de febrero por la mañana cuando el presidente de la Nación tuiteaba: “Hoy recibí a Luis Chocobar en la Casa Rosada. Quería ofrecerle todo mi apoyo, decirle que lo acompañamos y que confiamos en que la Justicia en otra instancia lo liberará de todo cargo, reconociendo su valentía”. Probablemente si Mauricio Macri no hubiera accedido a recibir a Chocobar para respaldarlo y felicitarlo por los servicios cumplidos, tal vez el caso de Juan Pablo Kukoc, el joven asesinado por el policía, hubiera quedado en el anonimato, como sucede con la mayoría de las víctimas de “gatillo fácil”. De esta manera, Macri parecía habilitar una justicia a lo Far West que liquida a los tiros los problemas de inequidad social.
Bombini, titular de la cátedra de Didáctica Especial y Prácticas de la Enseñanza en Letras de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, se sintió particularmente interpelado por este drama al enterarse de que Kukoc había sido uno de los asistentes al taller que sus estudiantes dictaron a fines del año pasado en el Centro de Régimen Cerrado General San Martín para niños, niñas y adolescentes (ver recuadro). En ese establecimiento tres estudiantes de la UBA realizaban las prácticas profesionales necesarias para finalizar el profesorado en Letras. “Además de la complejidad que plantea la injerencia del Ejecutivo sobre el Poder Judicial –agrega Bombini en relación a la actitud presidencial– desata cierta forma de crueldad naturalizada donde Santiago Maldonado, Rafael Nahuel y Juan Pablo Kukoc pueden morir, porque de este modo se está poniendo orden en la sociedad. Y pueden morir de un tiro en la espalda, como en el caso de Nahuel y Kukoc, infligido por un arma perteneciente al Estado”.
El comienzo de esta situación lamentable, como a esta altura ya se sabe, tuvo lugar el último 8 de diciembre, cuando Frank Joseph Wolek, un fotógrafo estadounidense que había viajado a la Argentina para festejar sus 54 años, paseaba por el barrio porteño de La Boca sacando fotos. Durante su paseo Wolek fue atracado por Kukoc, de 18 años, junto a un compañero algo menor que él, para robarle su cámara. Lo lograron, pese a que Wolek se resistió, por lo que terminó recibiendo varias puñaladas. No se sabe todavía cuál de los dos muchachos hirió al fotógrafo, pero Kukoc fue el que salió corriendo con el botín.
En la huida lo interceptaron unos vecinos que le quitaron la cámara. Siguió corriendo más de 300 metros hasta que Luis Chocobar, un policía de Avellaneda que en ese momento estaba fuera de servicio, luego de llamar al 911 decidió seguirlo y dispararle varias veces con su arma. Dos disparos impactaron en el cuerpo de Kukoc, el primero en la pierna –por eso cayó al piso y no pudo continuar escapando–, y el segundo afectó varios de sus órganos vitales, lo que produjo la muerte del joven a los pocos días. Wolek, en cambio, pudo recuperarse y volver a su país luego de varios días de internación en el Hospital Argerich. El joven –menor de edad– cómplice de Kukoc ya fue apresado y está a disposición de la Justicia.
Como también se hizo de público conocimiento a partir de la peligrosa intervención del presidente, el juez Enrique Velázquez, del Juzgado Nacional de Menores N°1, consideró que Chocobar practicó homicidio con exceso en la legítima defensa, delito por el cual lo procesó y le dictó un embargo por 400 mil pesos. Porque, como se ve claramente en las imágenes captadas por las cámaras de video que había en la zona, los disparos de Chocobar no tenían como objetivo evitar el robo ni las puñaladas –que ya habían acontecido–, Kukoc no estaba armado y en ningún momento se dio vuelta para hacer frente o atacar a Chocobar. Además de que el segundo disparo –que finalmente le produjo la muerte– lo impactó cuando ya había caído al piso.
Luego de que el gobierno manifestara su apoyo al policía –inclusive proveyéndole abogados– el fallo fue apelado. Los jueces Julio Marcelo Lucini, Mariano González Palazzo y Rodolfo Pociello Argerich ratificaron el procesamiento el 16 de febrero, pero modificaron la calificación del delito por la de “homicidio agravado por la utilización de un arma de fuego, en exceso en el cumplimiento de un deber”. Esto supone una pena menor que en el caso de la acusación anterior de “homicidio agravado por la utilización de un arma de fuego, en exceso de legítima defensa”. También declararon nulo el embargo que pesaba sobre el policía.
El 2 de febrero, al día siguiente del encuentro presidencial con el policía procesado, cuando ya habían corrido ríos de tinta y de bytes azuzando los discursos del odio, la profesora de Letras Noelia Rivero escribió en su Facebook: “Gracias a Juan Pablo y sus compañeros este año puedo pedir mi título de profesora, porque hice mis prácticas en el Instituto San Martín. Juan Pablo escribía cartas de amor a una chica y a su mamá. Nos hablaba con emoción de su abuela, la tenía tatuada en su pecho. Nos hacía reír y en la medida q podía participaba”. Rivero, Paloma Cárdenas y María Belén Giannini fueron las estudiantes de la UBA que hicieron sus prácticas profesionales en el Instituto San Martín a fines del año pasado, bajo la supervisión de la magíster Mirta Gloria Fernández, especialista en la temática de lectura y escritura en jóvenes recluidos o en situación social de riesgo (ver recuadro). Las tres estudiantes desarrollaron en conjunto un en el que participó Juan Pablo Kukoc.
“Yo estaba de vacaciones y fue un shock en muchos sentidos”, rememora Rivero el momento en que se enteró de la muerte de quien había sido su alumno. “La sensación fue de plena desolación, de furia. Me acordaba de sus sonrisas, sus gestos, la confianza que puso en nosotras, las cosas que para él eran significativas y nos compartió”.
Kukoc, como cientos de pibes que en este país terminan encerrados, tuvo una vida dura, de pobreza, marginación y violencias varias. Lo ha contado su madre, una mujer joven que sola y con mínimos recursos tuvo que hacerse cargo de seis hijos. Ella consideró el año pasado que podría ser bueno para Juan Pablo pasar un tiempo en el Instituto San Martín, porque su hijo ya había participado en un incidente de robo y tenía miedo de que todo empeorara. Hoy se arrepiente de esa decisión debido a los malos tratos que recibía. Sin embargo, sabe que en ese encierro pasó breves pero muy buenos momentos en el espacio del taller de escritura y lectura al que asistía una vez por semana. Lo sabe porque las docentes de Juan Pablo se acercaron a ella para entregarle sus producciones y contarle la forma en que él participaba de esa propuesta creativa. Uno de los collages realizado por su hijo con palabras recortadas de revistas expresa: “La revolución contra todo, comunicación entre los hombres y mujeres”.
Cuando se enteraron del asesinato de su alumno, las estudiantes de la UBA necesitaron realizar un descargo en las redes al ver posteos como “yo apoyo a Chocobar” o “uno menos” o “el turista merecía justicia”, que justificaban el fusilamiento por la espalda de Kukoc alegando que el joven había apuñalado al turista. “Justicia, sí, que haya, por supuesto –afirma Rivero–, esto es: derecho a juicio, a un proceso y a una defensa”. Por su parte, María Belén Giannini sentía “que era necesario que entre todos como sociedad nos preguntemos qué estaba pasando que se felicitaba a un policía por gatillo fácil. Sentía que era necesario mostrar la humanidad de Juan Pablo desde mi encuentro con él, dar a conocer que en un espacio didáctico se comportaba como un adolescente como tantos otros, que podía divertirse, que tenía muchas cosas para decir, para escribir y contar”.
La propuesta del taller, que se extendió por un par de meses, apuntaba a que los jóvenes se acercaran a la literatura y la hicieran propia a partir de los materiales que se llevaban a los encuentros. Las profesoras se preocuparon especialmente por crear un clima de interés, de diálogo y de producción. Para ello, cuentan, analizaron previamente qué lecturas serían las más adecuadas para un grupo de adolescentes en esa situación especial, que probablemente tendrían sus estudios discontinuados o quizás sin comenzar, y un sinfín de inequidades sufridas en su historia personal. “Fue un desafío, discutimos prejuicios, la relevancia de las obras literarias que llevaríamos, y nuestras propias ideas sobre qué hace la literatura y la creatividad en nuestras vidas. Así acordamos como objetivo de cada encuentro que los chicos intervinieran los textos, los discutan, y que se vuelvan productores también. Es decir, tratar de formar lectores activos y críticos y sobre todo, que valoren sus ideas, su voz, su pensamiento, escuchar qué tienen para decir, que es mucho. Que descubrieran sus potencias”, recuerda Rivero. La finalidad era construir un espacio de creatividad y libertad donde la literatura fluyera con naturalidad, a medida que los participantes exploraban los materiales que acercaban las profesoras: haikus, cómics, cuentos, libros de arte, videopoemas, diccionarios, imágenes de grafitis y arte callejero; además de hojas en blanco, lápices y fibrones.
“Cuando se va a enseñar en la cárcel, lo primero que surge en la creación de la mayoría es la cuestión de la libertad, y en ese momento uno percibe la importancia de algo que para uno es obvio”, razona Paloma Cárdenas, otra de las docentes del taller. “La libertad no es sólo no estar encerrado, sino también la posibilidad de ser libre afuera de la cárcel, que en mi opinión es algo que estos individuos tienen coartado”.
Los registros minuciosos de las actividades realizadas durante el taller dan cuenta de la forma en que Juan Pablo Kukoc participaba y se entusiasmaba con la propuesta. A partir de diferentes poemas leídos, pudo escribir una carta dirigida a una chica que le gustaba; también escuchó atento algunos cuentos que le leyeron y los comentó; y apreció extrañado las poesías visuales de Hilda Paz y de Augusto de Campos que las profesoras les mostraron. “Pienso que las producciones de Juan Pablo pueden servir para echar luz sobre su condición de individuo, de adolescente, en este momento que su persona está tan demonizada y todo eso se pierde de vista”, señala Cárdenas.