El fútbol puede ser una buena excusa para hablar del nazismo. No fue un juego es el título de una muestra que se ocupa del pasado. De un pasado universal transformado en tragedia, sintetizado en una pelota cuyo contorno tiene alambre de púas. Sobre sus gajos hay una pequeña esvástica. Ese símbolo o isotipo explica las historias que hace más o menos un año quería contar Leonardo Albajari. Productor de TV y periodista deportivo. Una mente inquieta que percibió como podía mostrarse el oprobio sin separarlo del juego. Dicho en otras palabras: desde las entrañas de un campo de exterminio o de un gueto. Del Holocausto mismo. Desde la perspectiva de presos famélicos que antes de ser conducidos a Auschwitz corrían detrás de una de tiento, acaso la última bola de sus vidas, sentenciadas por la solución final de Hitler.
No fue un juego o las historias del fútbol durante el nazismo y el Holocausto, se inaugurará el martes 20 de marzo a las 19 en el Museo de River. Es el punto de partida, porque la muestra será itinerante. Albajari le cuenta a PáginaI12 que “la idea surgió en marzo o abril del 2017. Se me ocurrió cuando el Ajax holandés, identificado con la colectividad judía de su país, jugaba la Copa UEFA Europa League. Se la comenté en ese momento al director del Museo del Holocausto de Buenos Aires y estuvo de acuerdo”. El club llegó hasta la final del torneo donde perdió con el Manchester United 2 a 0. Pero antes había eliminado en cuartos de final al Schalke 04, el equipo preferido del régimen nazi en los años 30 y 40. Ganó seis de sus siete títulos en esa época. Y entre 1935 y 1939 no perdió un solo partido. Una de las once historias que integra la muestra es la del club de Gelsenkirchen donde hoy juega el argentino Franco Di Santo.
La iniciativa –cuenta el periodista que trabaja en la productora Torneos y Competencias– “es apoyada por las embajadas de Alemania, Polonia, Israel y Austria”. Se podrá visitar en River hasta el 15 de mayo y después buscará otro club, acaso Boca, que también tiene su propio museo. No fue un juego también es apoyada por el Museo del Holocausto y cuenta casos emblemáticos de lo que ocurría en el fútbol durante aquella Alemania del Tercer Reich.
“Es una muestra museológica sobre once historias sucedidas en el ámbito del fútbol durante el nazismo y el Holocausto. Se retratan vidas de jugadores, entrenadores y clubes atravesadas por el régimen nazi y sus decisiones políticas y raciales”, explica Albajari. El y su grupo de colaboradores llegaron a investigar unos treinta casos. Al final se quedaron con once, por el peso simbólico que tiene ese número en el fútbol. Cada uno se apoya en un banner explicativo.
Bajo el título “La prensa austríaca jugó su partido”, se lee: “El proceso de anexión de Austria por parte del Reich tuvo en Fusssball Sontag (diario deportivo dominical) un aliado para convencer a sus lectores de votar por el Sí en el plebiscito del 10 de abril de 1938. El proyecto permitía a Hitler sumar ‘legalmente’ un nuevo país al proyecto nazi. El diario se publicó entre el 21 de marzo de 1937 y el 24 de marzo de 1940”. Ese mismo periódico alentaba la respuesta afirmativa a la consulta popular. Sus tapas dibujadas permitían ver multitudes exultantes saludando con el brazo derecho en alto. La de un 10 de abril decía: “Los futbolistas austríacos dicen SI”. Otra: “También en los deportes. ¡Un pueblo, un Reich, un Fürher!”.
La idea es “divulgar ante un público amante del fútbol una parte de la historia pocas veces contada en la Argentina y poder así ampliar el conocimiento sobre lo sucedido durante el nazismo y sus consecuencias directas que llevaron a la Shoá”, señala la muestra. En los casi dos meses que permanecerá en el Museo de River “se expondrán también obras de arte como acuarelas aportadas por el artista Omar Panosetti y pelotas de fútbol N°5 intervenidas por distintos ilustradores y escultores”.
Quienes armaron esta propuesta infrecuente la pensaron para que consista en “charlas educativas a jóvenes futbolistas, estudiantes primarios, secundarios, universitarios y público en general con la misión de informar acerca de los peligros latentes de resurgimiento del racismo y antisemitismo en el deporte, y el fútbol en particular, utilizando el pasado como ejemplo y como herramienta para no repetir en el futuro”.
Una de sus historias más cautivantes es la de Emérico Hirschl, un entrenador húngaro que en la Argentina se consagró campeón con River. Tiempo después armó la base de la selección uruguaya que ganaría el Mundial de 1950 en Brasil con el plantel de Peñarol como principal abastecedor de jugadores.
Fue el primer extranjero que dirigió en el país. Lo hizo en Gimnasia, Rosario Central, San Lorenzo y Banfield entre las décadas del 30 y 40. La muestra contará cómo “ayudaba a judíos sin visas a bajar de los barcos en Buenos Aires y les conseguía asilo pese a las prohibiciones del gobierno argentino”. Su larga trayectoria deportiva –opacada por un caso de soborno cuando lo sancionó la AFA junto a dirigentes, técnicos y jugadores a comienzos de los 40– ahora se completa con su lado desconocido: la solidaridad que tuvo con las víctimas del nazismo.
No fue un juego contiene otras historias. La de Julius Hirsch, el primer futbolista judío que integró la selección alemana. Combatió en la Primera Guerra Mundial y terminó asesinado en la Segunda, pero no en el frente, sino en Auschwitz. La de Matthias Sindelar, el mejor jugador austríaco que se recuerde. Cuando los nazis anexaron su país a Alemania, se negó a integrar su seleccionado. El 23 de enero de 1939 apareció muerto junto a su pareja, Camila Castagnola. Fue un preanuncio de la política de exterminio nazi en las cámaras de gas. Los dos yacían en su casa invadida por el monóxido de carbono. Nunca quedó claro si se trató de un asesinato o un accidente.
La muestra también recorre la Liga Terezin. Una iniciativa propagandística del régimen hitlerista desarrollada en aquel campo de concentración. Los nombres de los equipos integrados por jugadores del gueto se elegían por dos razones: por la profesión u oficio a la que se dedicaban en cautiverio o por los equipos con que simpatizaban las víctimas judías. Podían ser los carniceros y los horticultores como Macabi o Hagibor.
En el museo de River se podrán conocer las historias de los clubes perseguidos por el nazismo. Los alemanes Bayern Munich y Borussia Dortmund, el Ajax holandés y el Austria Viena. También estarán las fotografías que documentan cómo el fútbol se trasformó en un camino hacia la vida mientras se perfeccionaba la maquinaria de destrucción ideada por Hitler. Ese es el caso de Saturnino Navazo en esta muestra sobre el Holocausto. Se salvó porque era un jugador español. Su pasado como combatiente republicano en la Guerra Civil española, capturado en la Francia ocupada, le auguraba otro futuro. Pero sobrevivió en el campo de concentración austríaco de Mauthausen. Ahí conoció a un pequeño huérfano alemán, Siegfried Mier, a quien adoptó como un hijo. Ambos fueron liberados el 5 de mayo de 1945. Navazo falleció en 1986 y Luis –el nombre que le puso a aquel niño judío–, vive hoy en Ibiza.
Historias como las de No fue un juego necesitan visibilizarse. Por el racismo y la xenofobia que el nazismo inocula. La muestra puede que en el futuro se nutra de otros casos, que se mude de escenario, que trascienda las fronteras del fútbol. Si ocurriera todo eso, la memoria colectiva daría otro paso contra el olvido.