La cárcel estadounidense de Guantánamo, en el este de Cuba, será refaccionada o construida una nueva prisión. El presupuesto consta de 68,96 millones de dólares previsto por el Pentágono para el año 2019. Aunque la solicitud presupuestaria aún debe ser aprobada por el Congreso de Estados Unidos, refleja que la cuestionada cárcel está lejos de ser cerrada.
La función de esta nueva infraestructura será reemplazar la cárcel de máxima seguridad que las autoridades mantienen en el Campo 7 de la base. Entre sus 49 reclusos se encuentran algunos de los presuntos cabecillas de los atentados del 11 de septiembre de 2001, entre ellos Jalid Sheij Mohammed, cuyo proceso y el de otra veintena de detenidos se encuentra paralizado desde hace años.
“Existe una propuesta para construir un centro de detención de alto valor puesto que el actual está en estado de deterioro. Se ha destinado una partida en el presupuesto de 2019 del Ejército para su planificación y diseño”, afirmó la comandante Sarah Higgins, portavoz del Departamento de Defensa.
Esta decisión parece enterrar definitivamente uno de los pedidos del ex presidente Barack Obama (2009-2017) quien, a los pocos días de instalarse en el Despacho Oval, había expresado su deseo de cerrar unas instalaciones que desde su apertura han sido objeto de crítica por su opacidad y falta de criterios de legalidad para sus detenidos. Sin embargo, tras ocho años en el poder, la cárcel continuó en funcionamiento, entre otras cosas, por dificultades para que otros países aceptaran recibir a los detenidos y prohibiciones legales impuestas por el Congreso. Al comienzo de su último año de mandato, en febrero de 2016, dijo: “Mantener estas instalaciones abiertas es contrario a nuestros valores y socava nuestra posición ante el mundo. Se la ve como una mancha en nuestro amplio expediente del más alto respeto a las leyes”.
Apenas dos años más tarde, su sucesor en el cargo, Donald Trump, dio un giro total a la postura oficial de la Casa Blanca al hacer una férrea defensa de Guantánamo durante su discurso sobre el Estado de la Unión. “En el pasado hemos liberado tontamente a cientos de peligrosos terroristas y luego nos los hemos encontrado de nuevo en el campo de batalla (...). Acabo de firmar una orden instando al secretario de Defensa, Jim Mattis, a reevaluar nuestra política de detención militar y a mantener abierto el centro de detención de la Bahía de Guantánamo”, dijo el presidente. Así, el cambio de gobierno, hace poco más de un año, ha dado un respiro a esta polémica prisión que ahora, en vez de encarar su derribo, puede recibir fondos para modernizar o ampliar sus instalaciones.
Las declaraciones del mandatario en el discurso de Estado de la Unión llevaron a una condena por parte de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), quien días después del discurso, urgió: “La Comisión reitera su llamado urgente a los Estados Unidos para el cierre inmediato de las instalaciones de la Base Naval en la bahía de Guantánamo”, en un comunicado que condenaba la decisión anunciada por Trump. La prisión es conocida por utilizar técnicas de tortura, como el “submarino”, para forzar testimonios.
La habiltación de la cárcel fue justificada, por parte del entonces presidente George W. Bush, por el llamado auge del yihadismo a principios de siglo, y en particular, por los atentados del 11-S. Por esta prisión, han pasado oficialmente 779 presos, muchos de ellos sin condena. El denominado Campo X-Ray, al que llegaron los primeros detenidos en aquel entonces, estaba compuesto por celdas de apenas un metro y medio cuadrado, pegadas las unas a las otras, y con el único resguardo de un techo precario cuya única virtud era proporcionar sombra.
A pesar del claro deterioro que sufren algunas de sus instalaciones, fuentes del Pentágono dijeron haberse visto sorprendidas por el proyecto de la nueva cárcel y aseguraron que, en cualquier caso, su construcción no se debía a ninguna directriz específica por parte de la Casa Blanca. El documento señala que el nuevo edificio, incluirá una serie de características de máxima seguridad, según dice, acordes con la detención de terroristas. Entre estas características se encuentran el uso de cimientos especiales, medidas de ciberseguridad y un sistema de energía redundante, para las cuales será necesario transportar los materiales requeridos desde Estados Unidos hasta la isla.
“Si este proyecto no es realizado, los detenidos seguirán alojados en instalaciones que se degradarán hasta el punto de que no se cumpla con las exigencias sanitarias y de seguridad”, se apunta en el proyecto. Sin embargo, Higgins admitió: “hasta que no se evalúe el diseño, que determinará la relación costo-eficiencia, no se decidirá si se construye una nueva infraestructura o si se rehabilita la antigua”. De lo que no parece haber duda es de que, durante la gestión de Trump, la cárcel de Guantánamo no sólo no desaparecerá, sino que tendrá una larga vida.