El Gobierno quiere restringir la atención médica en hospitales públicos a personas de otras nacionalidades, en particular a los bolivianos. Omitimos detalles de anécdotas justificativas, que solo valen como pretexto para ratificar una decisión previa, ideológica al mango.
El correlativo proyecto de ley exprés del diputado Luis Petri (PRO- Cambiemos), rápido para los mandados chauvinistas, también perdió interés porque espantó aún a varios correligionarios radicales, que tuvieron un intervalo lúcido de memoria y decoro.
La estigmatización, la persecución al migrante son tendencia mundial y carecen de novedad en la Argentina. En nuestro país siempre cincharon con la tradición de país de acogida. También con la amplitud de los servicios públicos, en especial la educación y la salud. Los hospitales y las escuelas prestan servicios gratuitos y en tendencia universales. En ambos casos, es herencia acumulativa de los grandes partidos nacional-populares en sus buenos tiempos.
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La exclusión al extranjero, como toda manifestación de xenofobia, se funda en datos adulterados y simplismos. En la Vulgata anti hospitalaria se distorsiona-exagera el número de personas que piden atención.
La novedad entronca con un rotundo viraje en la política migratoria. Se construye una cárcel para detenciones sin condena, jueces afines al Ejecutivo rechazan razonables pedidos de ampliación de la permanencia. Funcionarios de Seguridad nacionales o provinciales se ensañan con las “mulas” y se regodean al difundir arrestos de quienes son perejiles del narcotráfico, mientras dejan retozar a los capitalistas del negocio.
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De cualquier manera, sobreviven leyes que traban la ofensiva. La de Migraciones, dictada durante la presidencia de Néstor Kirchner, asegura el derecho de acceso a salud, educación y asistencia social, fuera cual fuera su condición migratoria El presidente Mauricio Macri mutiló mucho la ley mediante un Decreto de Necesidad y Urgencia del año pasado pero quedan en pie principios básicos.
El programa Patria Grande, también promulgado por Kirchner, fomentó la regularización de documentos para cientos de miles de migrantes restringiendo así (sin suprimirlos) los abusos de policías bravas o patrones contra los “indocumentados”.
Los hijos de inmigrantes nacidos acá son argentinos, por el principio clásico del “ius soli”. Desde la cuna son titulares del derecho a educación pública y a ser tratados en el sistema de Salud.
El delirio que se quiere implantar permite imaginar situaciones terribles y ridículas a la vez. Pensemos un ejemplo, por ahora imaginario pero posible. Si concurrieran una mamá inmigrante y un hijo argentino a una salita o un hospital, aquejados por la misma enfermedad y rigiera el nuevo paradigma, los médicos deberían tratar a la criatura mientras investigan el régimen de reciprocidad con el país de origen de la madre.
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Esta columna recoge data e inspiración de sendos trabajos de las antropólogas Brenda Canelo (en su Facebook) y María Inés Pacecca en su blog pescadofrescoblog.wordpress.com. Se recomiendan, aunque se ahorra la cita textual.
Ambas destacan el libro “Impacto de las migraciones actuales en la estructura económica y sociocultural de la Argentina” de varios autores, compilado por Lelio Mármora. Propone un estudio serio de cómo impacta la inmigración, no solo medida en lo que cuestan los invasores sino también en lo que aportan. Trabajan, consumen, pagan impuestos en particular el IVA que grava en mayor proporción a los pobres.
En otro escalón de la pirámide social, chicas o chicos que llegan para estudiar en Universidades públicas no gozan de becas ni de albergue gratuito. Alquilan, consumen, a veces laburan.
La contabilidad económica es compleja, nada que ver con la narrativa oficial.
Pero la mayor virtud de las migraciones no se mide en dinero. Es el aporte a la diversidad, el mestizaje de los cuerpos, la música, la comida, las costumbres. Convivencia, tolerancia, saludo a las diferencias. Imposible imaginar una sociedad democrática sin esos ingredientes. Regresivo, discriminatorio, inconstitucional, intentarlo en la Argentina.
Claro que todo es posible en el país del crecimiento invisible y de la derecha rampante que niega serlo.