Carl Edward Sagan nació el 9 de noviembre de 1934 en Nueva York y falleció hace 20 años, un 20 de diciembre de 1996 en Seattle. Desde pequeño, su curiosidad e inteligencia anticiparon un futuro promisorio que, con el tiempo, lo destacarían como astrónomo, astrofísico y cosmólogo. Interesado hasta la médula en la inteligencia extraterrestre, promovió el desarrollo de la exobiología a partir del proyecto SETI (Search for Extra Terrestrial Intelligence), formó parte del CSI (Committee for Skeptical Inquiry) junto a figuras relevantes como Isaac Asimov y Martin Gardner, e impulsó el envío de mensajes espaciales mediante el uso de sondas con el afán de comunicarse con civilizaciones desarrolladas en el “océano cósmico”.
Sin embargo, más allá de sus reconocimientos como científico y profesor universitario (en Harvard, California y Cornell), Sagan ganaría popularidad gracias a la serie documental de TV estrenada en 1980, Cosmos: un viaje personal, de la que fue narrador y coautor. Producida por KCET (Televisión Pública de California), dispuso de la utilización innovadora de efectos especiales, recursos ficcionales y hasta contó con el aporte sonoro de celebridades como Evangelos Odysseas Papathanassiou, más conocido como Vangelis.
Dueño de un carisma particularísimo, disponía de una enorme capacidad para comunicar hallazgos científicos y avances tecnológicos, con un lenguaje tan sencillo como amable, pero sin resignar un milímetro de rigurosidad. Así, consolidaría su figura como un auténtico divulgador. Su defensa y sus esfuerzos por popularizar el conocimiento, su mente estacionada en la vida en otros mundos, su rechazo a la carrera armamentística de Estados Unidos y la Unión Soviética, su promoción incansable del pensamiento crítico y su fe indestructible en la supremacía de la razón, operaron como sólidos precedentes.
La serie Cosmos marcó a varias generaciones, tuvo una audiencia que superó las 500 millones de personas repartidas en 60 países y obtuvo tres premios Emmy. Sin embargo, la colección de logros no se cierra tan pronto. Como si fuera poco, también se daba maña para escribir: en 1978 ganó el Premio Pulitzer de Literatura General de No Ficción, gracias a su maravilloso libro “Los Dragones del Edén”. Publicó aproximadamente 600 artículos científicos, realizó incontables colaboraciones para la NASA y fue responsable de una veintena de libros de divulgación, entre los que destacan “Cosmos” (que complementa la serie) y “Contacto” (en el que se basa la película homónima de 1997).
Desde hace dos décadas, Carl Sagan emprendió el siempre querido y tan anhelado “viaje personal”. Aunque, afortunadamente, dejó sus valijas desbordadas de ganas, talento, curiosidad y creatividad, para que otros pudieran tomarlas y continuar con el cultivo del camino. Su legado es tan contagioso que cruzó fronteras y se estiró hasta el contexto local. En Argentina, tanto el matemático Adrián Paenza como el biólogo Diego Golombek y el (estimado y recordado) periodista Leonardo Moledo –con estilos propios y particulares de cada ámbito– han sabido encarnar muy bien muchas de las virtudes del referente neoyorkino.
Se cree que por la Vía Láctea, hoy en día, resuena su nombre. Sagan se ha transformado en una estrella, una muy brillante que vaga por el universo; espacio devenido (a esta altura, desde y para siempre) en su propio vecindario.