Los datos de los últimos dos años muestran un continuo proceso de deterioro del sector textil y de confecciones de Argentina. Así como en 2017 ninguna rama industrial logró recuperar el nivel de actividad previo al 2015, la industria textil cerró el año con una caída superior a la enfrentada en 2016, junto con la reducción de su capacidad productiva en casi 10 puntos porcentuales respecto al promedio mantenido durante el año anterior.
La indagación realizada a las principales empresas de la cadena de valor refleja la misma percepción: Más de un 60 por ciento de las empresas sostiene que ha sufrido una disminución de sus ventas en 2017. La explicación identificada por las empresas marca como determinante al achicamiento del mercado interno, producto de dos factores: la pérdida de poder adquisitivo que impacta directamente sobre la demanda y el aumento de la presión importadora que sustituye en forma directa a la producción de las empresas locales, contexto potenciado por la creciente pérdida de competitividad que enfrentan la totalidad de las actividades que agregan valor en nuestro país.
La presión importadora percibida por la mayoría de las empresas encuestadas durante 2017, no está relacionada únicamente con la cantidad ingresada de productos sino con cambios en las características de las importaciones. Por un lado, el aumento de la participación de productos sustitutos directos de la producción nacional, pero fundamentalmente la fuerte orientación hacia las compras de bienes al final de la cadena de valor como las prendas de vestir y todos los artículos textiles que se utilizan en el hogar (sábanas, toallas, etc.), que repercuten primero en la caída directa de la actividad de la confección, pero también en la menor demanda de tejidos, y caída de la producción en tintorerías e hilanderías.
La evolución de las inversiones productivas del sector es una forma de visualizar claramente el impacto del cambio en la composición de las importaciones. En efecto, en el marco de una caída general de las inversiones sectoriales entre 2015 y 2017, la desaceleración más pronunciada se encuentra en el eslabón de la confección, que sólo puede ser explicada por el fuerte proceso de reversión de sustitución de importaciones manifestado por el gran crecimiento de las importaciones de productos finales. En ese período, las importaciones de prendas de vestir aumentaron un 88 por ciento en toneladas.
El cambio en la participación de la industria nacional dentro del consumo de productos textiles es otro resultado evidente: el sector industrial argentino pasó de abastecer el 50 por ciento del consumo nacional de productos textiles en 2015 a un 40 por ciento en 2017 dentro de un mercado de consumo mucho más chico. A esto se le debe sumar los datos record de viajes al exterior, la implementación del sistema de compra puerta a puerta y la reaparición del contrabando bajo nuevas formas y mecanismos, entre otros fenómenos que potencian la oferta de bienes en un contexto de caída de demanda.
Es peligroso interpretar la situación actual de la industria textil como parte de un problema basado en el establecimiento de niveles de competitividad que sólo consideran como determinante al precio local. El sector está inserto en un escenario mundial caracterizado por la búsqueda permanente de mano de obra intensiva más barata. Avanzar en esta lógica, implica competir con niveles salariales cada vez más bajos y derechos laborales inexistentes. Se debería finalmente entender que la falta de competitividad de todas las industrias de valor agregado, está explicada por la falta de competitividad sistémica de nuestro país que hace que todo lo que en forma eficiente se produce en nuestras fábricas llegue a los canales comerciales con precios altos al consumo final. Un ejemplo claro de esta situación se observa cuando se desglosa el precio final al que se comercializa una prenda: solo el 8,5 por ciento del precio corresponde a la producción nacional, mientras que el 75 por ciento del precio está determinado por la incidencia de la carga fiscal, los costos del sistema financiero y de la renta inmobiliaria.
* Economista jefe de la Fundación Protejer.