Hay relatos que son hijos de su tiempo. Y hay otros, como The Handmaid’s Tale, que tienen todo para provocar a su contexto. Lo singular de este caso, es que la novela de Margaret Atwood sobre la cual se basa la serie fue publicada en 1985. En medio de la era Reagan, esa historia planteaba una fábula brutal acerca de una dictadura puritana que oprimía a varios estratos sociales pero especialmente a las mujeres en su edad reproductiva. Tres décadas más tarde, llega a la pantalla local esta versión que había estrenado la plataforma Hulu en abril pasado y que cuenta con una segunda temporada en camino. Fueron muchos los que habían apelado a artilugios tecnológicos para poder ver esta multipremiada ficción, alabada y, sin duda alguna, la más incisiva en su crítica social de todo lo que entregó el 2017 en materia de series. Finalmente desde el próximo domingo a las 23, Paramount Channel dispondrá en la tevé paga el primero de los diez episodios.

La historia gira en torno a la criada del título confinada en Gilead. Se trata de una república totalitaria, antes conocida como Estados Unidos, con un grupo fundamentalista al mando. Este círculo rojo con aires de secta instaura un gobierno teocrático en una época en la que la tasa de natalidad desciende abruptamente. Así es como las mujeres fértiles son reducidas al mero rol de reproductoras de bebés. “Soy Offred y antes tenía otro nombre”, se presenta la protagonista interpretada por Elizabeth Moss. Ella es una de esas codiciadas mujeres/objeto, cazada en medio de su escape a Canadá y apartada de su familia, para servir al matrimonio conformado por el Comandante (Joseph Fiennes) y Serena (Yvonne Strahovski). “Un mundo mejor no significa mejor para todos”, le explicará este sujeto tan agrio como elocuente y convencido de su propósito fanático.

La narración enseña a este grupo de mujeres forzadas a la servidumbre sexual, donde se aplica la tortura, y una posible rebelión. Un personaje particularmente siniestro, en este sentido, es el de la esposa del poderoso Fred Waterford. Se trata de una loba sádica y ultramontana cuyo único objetivo es el de volverse madre. Por eso es que su vínculo con la protagonista le da una vuelta de tuerca a la dialéctica del amo y del esclavo. “Offred es parte central en ese sistema. Incluso su nombre connota propiedad, ella es ‘de Fred’. Ella pertenece al jefe de la casa. Es un mundo donde las mujeres no tienen derechos independientes. Trabajamos sobre la premisa del libro donde un mundo entero irradia de esa idea”, planteó su productor, Bruce Miller.

El hecho de que The Handmaid’s Tale haya arremetido con más fuerza que nunca en medio del contexto actual de las campañas contra el patriarcado, no le quita fuerza a la fábula (una bastante literal por cierto) sino que la potencia. En esas capas y juegos entre realidad y ficción, durante el año pasado en varias protestas en Washington se utilizó el iconográfico vestuario de la serie como un golpe de efecto contra las políticas de Donald Trump. Más allá de la pregunta sobre si es posible diferenciar el relato del juego intertextual, la serie ofrece un drama visceral con diálogos pulidos al máximo. La puesta en escena también aporta lo suyo con una paleta visual que recurre a los contrastes. Sean las partidas nocturnas de Scrabble, las túnicas carmesí y la cofia blanca obligatorias para las criadas, todas las secuencias acentúan el clima de asfixia. El gran mérito es como se ha hilvanado cada uno de estos componentes creativos en función de un verosímil tan rígido como fascinante. “Lidiamos con temas como el control, el sexismo biológico, la misoginia, la crueldad, pero el gran tema de la serie es la supervivencia y la esperanza. De eso se trata la historia. El objetivo de nuestra protagonista es sobrevivir en esta situación, reunirse con su hija y volver a lo que podría considerase una vida normal. Ella debe decidir en qué momento arriesgarse. ¿Vives por hoy o vives para el futuro?”, añadió Miller.

Tras su Peggy Olson en Mad Men, Moss se ha convertido en la intérprete más acabada para roles femeninos de una enorme fuerza interior en medio de contextos hostiles. Campeó otro personaje complejo en la neozelandesa Top of The Lake y con este protagónico ha consumado el papel definitivo de su portfolio. Además del andamiaje estético y narrativo, la actriz californiana trasciende la pantalla con su mujer que se antepone al absolutismo. “Interpreto a una puta esclava sexual, soy criadora, anfitriona, una mujer a la que le han quitado todos sus derechos, y toda su familia y amigos. Ella no tiene nada. Entonces, sí, considero que es una historia feminista”, explicitó Moss.