Mi vecina no es un troll. Es una vecina. Psicóloga, clase media, anti K desde siempre y macrista desde hace poco más de dos años. Es, también, una persona razonable, con la que se puede discutir de política sin llegar a los insultos. El otro día me envió un whatsapp que contenía una cadena. Decía así: “Tiemblan los legisladores y todos los que gozan de jubilación de privilegio. Reforma Anses. Propuesta de Ley de Reforma del Congreso: proyecto realizado por la actual gobernadora María Eugenia Vidal:
El legislador debe pagar su plan de jubilación, como todos los ciudadanos (...).
El legislador dejará de votar su propio aumento de salario.
El legislador dejará su seguro actual de salud y participará del mismo sistema de salud que los demás ciudadanos.
El legislador debe igualmente cumplir las mismas leyes que el resto de los ciudadanos (...)
Servir en el Congreso es un honor, no una carrera. Los legisladores deben cumplir sus mandatos (no más de 2 legislaturas), después irse a casa y buscar empleo.
La hora para esta reparación histórica es AHORA.
Si estás de acuerdo con lo expuesto, reenvía.
Tú eres uno de mis 20 contactos. Por favor, mantén este mensaje CIRCULANDO.
Ya que los partidos no lo hacen, seamos los propios ciudadanos los que impulsemos este proyecto.
Un gran abrazo Y Gracias M. E. VIDAL”.
Ignoro si la cadena es de ahora o vieja; si partió de la usina creativa de Marcos Peña para apretar a legisladores indecisos o es obra de un agitador espontáneo; si es el borrador mal escrito de un proyecto trunco o, lisa y torpemente, un invento más lanzado a la voracidad de las redes. Nada de eso interesa demasiado aquí. Lo que importa es la construcción de sentido.
No le contesté el whatsapp a mi vecina, aunque creo que este breve artículo puede funcionar como respuesta. Hubiese preferido que esta cadena que me mandó fuese, de su parte, una chicana política. Pero no. Intuyo algo peor: percibí allí la sana intención de mostrarme que el macrismo, acusado injustamente de “gobernar para los ricos”, también lucha contra los poderosos. Lo sentí más como un guiño que como una provocación.
A contramano de su estética de armonía posmo budista, el macrismo taliban alienta una retórica vindicativa. Cada medida contra toda la sociedad se presenta como un golpe contra el privilegio de unos pocos. Enarbola, entonces, reclamos que podrían reivindicar tanto los votantes de derecha, como de centro y de izquierda. ¿Quién no va a estar de acuerdo con que los legisladores tengan los mismos derechos y obligaciones que el resto de los ciudadanos de a pie? Muchos menos son los que se preguntan –seguramente mi vecina no lo hará–qué nuevo recorte para todos los ciudadanos se esconderá tras esta supuesta embestida contra un puñado de “poderosos” diputados.
El año pasado me crucé a esta misma vecina en un pasillo y, como sé que está a punto de jubilarse, le dije, con un poco de maldad: “andá juntando plata para los remedios porque parece que les van a sacar todos los medicamentos gratuitos a los jubilados”. Y me comentó: “está bien, si hay que pagar, se paga. ¿No viste que encontraron a un montón de jubilados con yates y canchas de golf que recibían los remedios gratis?”.
Lo que se activa, en la mayoría de estos casos, es un mecanismo de compensación punitiva. Casi todos los argentinos, sean kirchneristas, macristas o trotskistas, se sienten acosados por la injusticia. Muchos de ellos acusan ser agredidos por los poderosos de turno. Buena parte de la población se percibe a sí misma como víctima. Entre ellos difieren, “apenas”, en la percepción de la fuente de la injusticia, en la identificación de los poderosos y en el señalamiento de los victimarios.
Mi vecina está, seguramente, entre los que sienten un alivio cuando se anuncia algún tipo de castigo contra “la política”. Se siente vengada. Y la política es, para mi vecina, un enorme entramado de privilegios que usufructúan desde los diputados hasta los barrabravas de los clubes de fútbol, pasando por los jueces garantistas, los sindicalistas revoltosos y los bolivianos que vienen a la Argentina a operarse de la vesícula.
Esta tipificación jamás involucra a la casta gobernante que, por un milagro de la retórica, se encuentra “fuera” de la política. El presidente se presenta ante la sociedad como “un ciudadano más”, identificación que –hasta ahora, pero cada vez menos– no lo deslegitima ante sus votantes sino todo lo contrario: lo habilita para sentirse también él, como mi vecina, con derecho a ser vengado. El tiro por la espalda a un delincuente que huye es percibido como una pequeña victoria personal. Cada encarcelamiento a un sindicalista corrupto funciona, así, como una suerte de resarcimiento indirecto: aumenta la luz, la cuota del colegio, la prepaga, pero al menos, ahora, en este país, “el que las hace las paga”.
Hay en esa apuesta a luchar por una supuesta “ley de reforma del Congreso” un matiz heroico. Ciudadanos de a pie, ajenos a cualquier contaminación partidista, se autoconvocan en las redes sociales para ayudar a la indefensa pero valiente gobernadora en su lucha contra la corrupción política. Los funcionarios macristas se muestran ante la sociedad como “víctimas inclaudicables”. Ellos también son vulnerables y están expuestos, como nosotros, a todo tipo de atropellos de los que “se resisten al cambio”. Patricia Bullrich apela al sentimiento de desprotección de buena parte de la sociedad y pide “cuidar a nuestros policías para que nos cuiden”. María Eugenia Vidal pone cara de mamá agredida pero inquebrantable que, al igual que millones de mamás bonaerenses, sufre la extorsión de un puñado de sindicalistas de la educación con inconfesados intereses políticos. Cómo no ayudarla.
El sentimiento de compensación punitiva funcionaría así: la educación es un desastre porque los sindicalistas ponen palos en la rueda. Los sueldos van a perder con la inflación, cerrarán escuelas y no habrá nuevos jardines maternales, pero anuncian que investigarán a dirigentes de Suteba por ... (llene aquí el espacio con la tipificación delictiva que más le guste) .
Todo indica que este “alivio” vindicativo es cada vez menos efectivo. A medida que la crisis se agrava, las buenas noticias “propias” no aparecen y los escándalos de corrupción actuales entran a tallar en el minuto a minuto, el núcleo duro exige banquetes expiatorios cada vez más suculentos. Va a llegar un momento –y esto es lo que quisiera decirle a mi vecina– en que la podredumbre de los verdaderos poderosos va a tapar los “privilegios” de los perejiles. El mecanismo de compensación punitiva, que no es “ni de izquierda ni de derecha”, podría entonces cambiar el objeto de su resentimiento.