La artista visual, cineasta y licenciada en Psicología Toia Bonino conoció hace diez años a Ana, una mujer que vive en el barrio Don Orione, ubicado en el partido de Almirante Brown. Fue a través de su primer trabajo audiovisual, Manteles. Cuando la realizadora le preguntó a Ana por su mantel –el tema de aquel trabajo–, la mujer le comentó que conservaba la servilleta que había usado su hijo menor en su última Navidad, antes de ser asesinado por la policía. Ana le contó también que un día que fue a visitar a su hijo mayor a la cárcel, sin querer ella quemó el mantel de la mesa y fue todo un problema porque el mantel es el símbolo que usan los detenidos para homenajear a las personas que van a visitarlos. “En ese mismo momento, ella me contó sobre un hijo mayor preso y un hijo menor muerto y ahí pensé una nueva película”, cuenta Bonino en diálogo con PáginaI12. El nuevo documental que enfoca en la historia de uno de los hijos de Ana, Orione, se estrena mañana en el cine Gaumont.
Ganadora del premio a la Mejor Dirección en la Competencia Argentina del Bafici del año pasado, Orione narra la historia de Alejandro Robles, quien con su hermano Leo robaban y hacían secuestros extorsivos en bandas del sur del Conurbano. Si bien compartían las armas, hubo una diferencia sustancial: a Leo lo metieron preso, mientras que a Alejandro lo mató la policía. Orione centra su historia en Alejandro, el hijo menor de Ana. Y, en parte, en cómo Ana vivió la historia trágica de su hijo. Bonino lo hace desde una dimensión humana, sin establecer juicios de valor ni denunciando injusticias pero tampoco estableciendo una mirada benevolente sobre el accionar delictivo. La cineasta fue armando la película como una suerte de puzzle visual en el que también echó mano a la polifonía. Por la pantalla circulan imágenes de archivos familiares, videos de vacaciones y cumpleaños, relatos actuales, filmaciones en el barrio, morgues y procedimientos policiales. Y aunque está en las antípodas de una simplificadora mirada televisiva, por momentos se vale de imágenes de noticieros, tal vez para mostrar cómo los medios estandarizan una realidad compleja. A su vez, la estructura del documental está dividida en siete capítulos que trazan una panorama de la vida –y la muerte– de Alejandro Robles, el dolor de su madre y el de su pequeño hijo Agustín. El niño todavía no había nacido cuando este hombre fue abatido, pero Alejandro le había pedido a Ana por carta que cuidara de su hijo, consciente de que asumía riesgos en el mundo de la delincuencia.
–¿Su idea fue mostrar una realidad dura sin condenar pero sin reivindicar?
–Sí, yo quería mostrar una situación que verdaderamente es compleja, que se puede interpretar de muchas maneras diferentes y no quería hacer un panfleto en ninguno de los sentidos posibles de interpretación.
–Hubiera sido más fácil tomar partido por lo que muestra el documental. ¿Por qué evitó ese camino?
–Porque me parece que tomar partido, en general, es simplificar mucho una situación. Ana es muy inteligente y por eso me permitió mostrar verdaderamente la complejidad de la historia y no solamente lo que ella, como madre, quisiera. Y hay factores sociales que intervienen de muchas maneras incorrectas y siempre se termina juzgando al pobre perejil que termina muerto.
–¿Cree que ahora este documental se puede leer de otra manera en el contexto del gatillo fácil nuevamente empleado y con la doctrina Chocobar?
–Sí, frente a las políticas de seguridad y de derecha que se extreman más y juzgan más apresuradamente una situación de la que todos formamos parte, mostrar una historia de un modo complejo claramente cuestiona eso.
–¿Qué grado de compromiso implica hacer una película como ésta?
–Implica un compromiso muy grande sobre todo con la familia. En primera instancia, les aclaré que la película que iba a hacer no era la película que ellos querrían ver ni escuchar sobre sus hijos. La situación de compromiso fue con las personas que estuvieron dispuestas a contar su historia en lugar de ocultarla, que es lo que la mayoría haría en una situación así. Luego, implica otro compromiso con las ideas que yo tengo que justamente no tienen que ver con juzgar ni condenar a las personas. Para mí hay un compromiso desde el lugar que uno se acerca al otro. Mi acercamiento fue escuchar muchas posibilidades distintas de eso y no decidir de antemano cuál es la verdad. No es que estuviera buscando como un detective si alguien mató o no mató.
–¿Una de las premisas era distanciarse de la estética televisiva pero también de la mirada de un noticiero sobre la historia que narra el documental?
–Sí, claramente. La idea fue que el noticiero forme parte pero ya con una resignificación absolutamente distinta. A partir de que uno conoce el sufrimiento de la madre, la víctima posible, la vida cotidiana que tenía, y un montón de otros materiales, cuando llega la imagen del noticiero –que es lo que habitualmente y solamente conocemos–, ya hay un montón de historia atrás. Hay personas que sufrieron y que siguen sufriendo y esa situación continúa. Lo que en el noticiero vemos como: “Mueren dos delincuentes”, acá sabemos nombre y apellido, quién es el hijo, quién es la madre, cómo era la mujer, la vida cotidiana, cómo era su infancia. Entonces, esa imagen de archivo del noticiero adquiere un significado muy diferente cuando se conoce todo lo que está escondido detrás de los dos minutos de la tele.
–¿En qué le sirvió la psicología para hacer las entrevistas?
–Más que la psicología me interesa, en particular, el psicoanálisis. Pienso en la manera de escuchar del psicoanalista, que no es alguien que ni da consejos, ni se conmueve con uno, ni tiene una idea a priori para uno sino que hay una escucha con cierta distancia. Esa distancia permite que se despliegue lo subjetivo del paciente y no del analista. Por más que cuando estoy con Ana tengo realmente un vínculo con ella y comparto mucho de lo que ella cuenta de su historia, también puedo distanciarme y entender al nenito al que le secuestraron al padre, que cuenta la otra parte. Creo que hay una cierta distancia que es propia de la escucha psicoanalítica. Por otro lado, tanto en psicoanálisis como en la película no hay una jerarquización de los materiales. Puede ser igual de importante un recuerdo de hace diez años como algo reciente. Y en la película, un video hogareño que no tiene ningún encuadre tiene el mismo lugar y la misma importancia que una imagen nueva. Es la capacidad de que convivan los mismos discursos y recursos sin que uno se vea mejor que otro, como que no se niegan entre sí.