“Fue una idea del curador, Ataúlfo Pérez Anzar”, aclara Sara Facio, horas antes de dar por inaugurada la muestra Sara Facio. Perón, que presenta 115 de sus fotografías –la mayoría inéditas– en el Malba, y que permanecerá abierta hasta el 30 de julio. “La verdad es que a mí el nombre de la exposición mucho no me gusta”, no se calla la más legendaria fotógrafa argentina viva, que el mes próximo cumplirá 86 años. “Me parece una falta de respeto poner en pie de igualdad a un jefe de Estado y una ciudadana común”, puntualiza con firme gentileza. La fórmula elegida por Ataúlfo Pérez Anzar para dar nombre a la fundadora de la Fotogalería del Teatro San Martín y creadora de la editorial especializada La Azotea tal vez deba verse como homenaje a la propia Facio, que suele titular con parecida economía sus célebres retratos en blanco y negro. “Facio/Pizarnik”, por ejemplo. O “Facio/Borges”, o “Facio/Neruda”.
Claro que en este caso no se trata de retratos –no de retratos de Perón, al menos– sino de un seguimiento sistemático de todo lo que sucedió alrededor del Líder de los Trabajadores, desde el momento en que volvió por primera vez al país (el 17 de noviembre de 1972) hasta el de su fallecimiento, el 1º de julio de 1974. Dos días igualmente lluviosos, que vistos a la distancia parecerían abrir y cerrar un círculo de dolor y de tragedia, anunciando tal vez otros. ¿Cómo fue que la modeladora de rostros de Cortázar, de Onetti, de García Márquez, de María Elena Walsh (que fue su pareja durante más de treinta años), abandonó su estudio para salir a la calle, justo cuando la Patria ardía? Esa es la primera pregunta para hacerle. Antes de eso convendría recordar que desde fines de los ‘50 y durante más de una década, quien es desde 2011 ciudadana ilustre de la Ciudad de Buenos Aires trabajó con continuidad como reportera gráfica para todos los medios habidos y por haber. Sobre todo para el diario La Nación y Editorial Abril.
Tal como prescriben las normas de etiqueta, Facio recibe al cronista de pie junto a su escritorio, en el mítico estudio-vivienda de la zona de Tribunales. Así, de pie, con una sonrisa, y su metro sesenta y poco de altura, la fotógrafa parece una suerte de monumento nacional frágil, pequeño y amable. Esa amabilidad facilita una conversación que se desvía en todos los rumbos posibles. Por más que ella afirme lo contrario, dialogar con este emblema no difiere demasiado de hacerlo con un Jefe de Estado. Del Estado de la imagen argentina. O del estado de la Argentina en los últimos sesenta años. De una leyenda viviente, en suma, que para mejor se empeña en no serlo. Cómo no ponerla a la par del General Perón, si ella parece haber fotografiado el espíritu de la primavera del ‘73, los rostros y cuerpos de los últimos descamisados, el dolor del ‘74 e incluso tal vez el que estaba por venir, teniendo en cuenta que varios de sus retratados están desaparecidos al día de hoy.
–¿Cómo fue que, siendo ya en los 70 una retratista consagrada, encaró este trabajo, aparentemente tan alejado de su “zona de confort”?
–En 1972, mi amiga, la fotógrafa guatemalteca María Cristina Orive, bajó a Buenos Aires con el encargo de una agencia de prensa francesa, consistente en cubrir el ascenso de Salvador Allende en Chile, la actividad de la organización Tupamaros en Uruguay y el regreso de Perón a la Argentina. Con Alicia D’Amico, mi socia por aquel entonces, le preguntamos cómo pensaba hacer para estar en esos tres países a la vez (risas). Finalmente terminamos ayudándola, sobre todo con lo que tenía que ver con el proceso argentino y un poco del chileno. Le aclaro que tomé el trabajo no por lo meramente laboral, sino porque me interesaba. De no ser así, no lo hubiera tomado.
–A propósito del proceso chileno, llama la atención que en la serie correspondiente a la asunción de Héctor Cámpora usted le dedica un par de primeros planos a Salvador Allende, detalle que no tiene para ningún otro de los presentes. ¿Se sintió atraída por su fotogenia?
–No, no era eso. Lo admiraba mucho, como político y ser humano. No iba a dedicarle un primer plano al presidente uruguayo Bordaberry, que estaba sentado a su lado... (risas).
–Volviendo al trabajo, ¿cómo se organizaron?
–Era muy exigente, al cabo de cada jornada había que mandar los rollos a París, previa selección nuestra.
–¿Y de lo que mandaba no le quedaban copias?
–No. Me quedaba con el sobrante, digamos.
–¿O sea que esto que expone ahora es el “sobrante”? Cómo serían los originales...
–El tema es que había determinadas fotos que yo sabía que le iban a interesar a la agencia y otras que me interesaban a mí. En la serie correspondiente al 20 de junio en Ezeiza, por ejemplo, hay sólo una o dos de los tiroteos, las demás las mandé todas. Otras fotos más “artísticas” no las mandaba, me las quedaba.
–Las fotos más asimilables con su trabajo de retratista...
–Póngale.
–La famosa “Los muchachos peronistas”, por ejemplo, que muestra a una chica rubia junto a tres “muchachos”, todos mirando de frente a la lente, como quien mira el futuro. Un posible documento de la inserción de la militancia en los barrios humildes.
–Con esa foto pasó algo curioso. Esa chica se comunicó con el museo, unos días atrás. Tiene más de sesenta años y tal vez pase a saludar en estos días.
–Qué bueno. Lo primero que se piensa es que estaría desaparecida.
–El que desapareció fue uno de los muchachos.
–¿Qué era lo que más le interesaba fotografiar en esos días?
–La gente. La gente estaba feliz y yo quería fotografiar esas caras.
–Caras de felicidad hay un montón en Sara Facio. Perón. En el Obelisco, el 11 de marzo a la noche. El día de la asunción de Cámpora. Rumbo a Ezeiza, el 20 de junio, donde hay dos maravillosas, una de “muchachos peronistas” celebrando, de tamaño apaisado, y otra de otros muchachos durmiendo, seguramente cansados por la caminata. Esa foto parece la versión peronista de alguna siesta primaveral de Renoir.
–Hubo personas que salieron para Ezeiza el día anterior. Y caminaron, caminaron, caminaron. Con Alicia D’Amico caminamos, pero apenas el último tramo, porque fuimos con mi autito, un Fiat 600, y llegó un punto en que ya no se podía avanzar. Lo dejamos ahí, sobre el pasto, volví a buscarlo el día siguiente y asombrosamente estaba. Eran otros tiempos.
–Después vino el dolor.
–Sí, claro.
–Como el de un muchacho sentado sobre el cordón de la vereda, el día de la muerte de Perón, con el rostro inclinado sobre unos diarios, uno de los cuales (Noticias) tituló en tamaño catástrofe: “Murió”.
–Ese muchacho también está vivo y se comunicó con nosotros. Cuenta que un día vio la foto con el hijo y le dijo: “¿Ves? Ese soy yo.” El hijo no le creyó. Ahora ya le cree.
–Hay una foto muy linda, muy sencilla, de dos señoras cubriéndose de la lluvia con una bandera argentina, el 17 de noviembre de 1972, al costado de la avenida Riccheri. Son dos señoras “de su casa”, que hacen pensar en aquella frase del Gatica de Favio: “Yo nunca me metí en política, siempre fui peronista”.
–¡Es que la gente de la zona iba directamente desde la casa, sin nada, así como estaba!
–Todas las fotos de la muestra son en blanco y negro, tal como es característico en su trabajo. ¿No sacó ninguna en color?
–Sí, de hecho iba siempre con dos Leica colgadas. Una con un rollo blanco y negro, y la otra, color. Las de color las mandé todas a París (risas).
–¿Chaleco de fotógrafo no llevaba, no?
–Ay, esa manía de algunos colegas de ir disfrazados como si vinieran de un safari... Para fotografiar un safari es práctico el chaleco, pero para una manifestación no hace falta. ¿Sabe que Annemarie Heinrich sacaba fotos en el Colón vestida de gala (risas)? Sí, sí, se lo leí en algún otro reportaje.
–¿Cuántas fotos sacó a lo largo de esos 591 días?
–Lo que me quedó a mí fueron cuarenta y un rollos de 36 fotos.
–Más de mil fotos en total.
–Mil doscientas.
–O sea que Sara Facio. Perón representa apenas un 10% de esa producción.
–Sí. Estamos preparando un libro que va a incluir cerca de doscientas.
–Por más que se especialice en retratos, algunas de las fotos más impresionantes de la muestra son planos generales. Algunos de masas, como el de Cámpora yendo en auto de Congreso a Plaza de Mayo, el día de la asunción; la jura del propio Cámpora, en el Salón Dorado; Cámpora saludando en el balcón de la Plaza de Mayo; una fila de tanques sobre Callao, siguiendo la línea de fuga del encuadre y con el último de ellos asomando en tamaño gigante...
–Las de la jura fueron fáciles, porque la ceremonia fue muy larga, había mucho tiempo para preparar la foto y aparte estaba cómodamente sentada en el palco de prensa.
–¿Cómo hace para acertar con tanta precisión el momento justo de la toma?
–Un poco de intuición y otro poco lo que decía Picasso (no es que pretenda compararme): “Yo no busco, encuentro”. Hay que estar atento.
–El día de la masacre de Ezeiza usted estuvo ahí.
–Sí, pero le aclaro una cosa: como a mí la política mucho no me interesa, no tenía idea de la guerra interna que había en ese momento en el peronismo. El 20 de junio fue un hermoso día soleado de invierno y nosotras fuimos a lo que creímos iba a ser una fiesta de reencuentro del pueblo con su líder.
–Cuando empezaron los tiros no entendían nada...
–Nada. No tenía idea de quiénes se estaban tiroteando, ni por qué... nada. Lo único que atinamos fue a ponernos cuerpo a tierra, como el resto de los colegas, esperando que el tiroteo terminara. Pero no terminaba nunca...
–Usted sacó la famosa foto del parapolicial pelado, exhibiendo la Itaka en el palco.
–¡Todos sacamos esa foto! Si estábamos todos los fotógrafos frente al palco. No hay “una” famosa foto del tipo éste, sino un montón. Si se fija un poco va a notar que en una levanta la Itaka con las dos manos, en otra la tiene en la mano derecha... De hecho, yo misma tengo dos fotos distintas así.
–Hay algo bastante sorprendente en Sara Facio. Perón, que son unas cuantas fotos tomadas directamente de la pantalla del televisor. Lo que hoy se llama “captura” y en aquella época no se estilaba.
–No era bien visto. Alicia me decía que las tirara, que eran una porquería. Yo le explicaba que si no podía sacar la foto directamente, por qué no la iba a sacar del televisor. La primera de ellas, una de Cámpora y Juan Manuel Abal Medina, la noche del triunfo electoral, la saqué en la sede del Frejuli, que estaba en Santa Fe y Oro. Quise pasar al salón principal, donde estaba Cámpora, pero no me dejaron. En el pasillo había un televisor y la tomé de ahí.
–Es extraordinaria la foto, a plena pantalla. Parece una gigantografía. Como otra de Perón, también a gran tamaño. ¿Cuáles son sus favoritas de toda la muestra?
–Las de la gente, las de los retratos de Perón y Evita en el palco, el 20 de junio (esas sí que son gigantografías), y las del funeral de Perón.
–¿Y después del 1º de julio de 1974?
–Y después, terminado. A la agencia francesa lo que le interesaba era lo que tenía que ver con la presencia de Perón en la Argentina.