AJEDREZ › A PROPóSITO DE LA ESTRECHA RELACIóN DEL ESCRITOR CON EL JUEGO-CIENCIA
Allí donde se ve un espíritu analítico, reflexivo, aventurero, contradictorio, combativo y autocrítico se advierte un espíritu ajedrecístico. Entonces, ¿Walsh fue un hombre jugando al ajedrez?
› Por Luciano Ciruzzi
El procedimiento de cifrar en una imagen o en una escena lo esencial de la existencia de un personaje es típicamente borgeano, aun cuando para Borges sea un recurso extraído de Dante, y aun cuando no sea imposible rastrear ese mecanismo en Homero. Walsh también procede así muchas veces, por ejemplo al presentarnos a Díaz, uno de los fusilados sobrevivientes de los basurales: en un momento juega al chinchón y en otro momento ronca. “En estas dos instantáneas puede resumirse toda la vida de un hombre.”
El intento de dar con la milimétrica pincelada que pinte una vida de un tirón es siempre una tentación, se trata de un artilugio estético y económico de gran efecto. Sin embargo, hay vidas que no se dejan encorsetar en instantáneas, que desbordan las clasificaciones y se escapan de cualquier categorización definitiva. La vida de Rodolfo Walsh es una de ellas y entonces no conviene decir que él fue esencialmente así o asá, pero para no abandonar la posibilidad de captarlo de algún modo íntimo y profundo podemos hacer el intento de señalar la persistencia de una pasión. Walsh y el ajedrez. Por ahí vamos, juega el blanco.
Apertura. El ajedrez es método, inteligencia. Está en la parte más distanciada del mundo: en el café. Escritura de Variaciones en Rojo. Policiales geométricos que incluyen diagramas. Lo moral todavía se reduce a lo legal. Sólo hay lugar para una mente calculadora y fría como la de Daniel Hernández, primer detective de Walsh. Uno de los textos, “Asesinato a distancia”, es antecedido con un epígrafe de Omar Khayyam y ahí ya está el juego-ciencia, mucho antes de que Borges escriba sus sonetos sobre el ajedrez e inserte casi la misma cita de Khayyam en unos de los versos (¿quién es influencia de quién, en dónde la trama empieza?).
Medio juego. El ajedrez es metáfora. Invención del Comisario Laurenzi: la existencia perdida del ajedrecista de café se hace personaje. Ya no está la hiperlogicidad de Daniel Hernández, ahora están los silogismos melancólicos del Comisario. “Ciertas situaciones de algunas partidas de ajedrez me hacen acordar de otras situaciones. Eso es todo.” El juego imita a la realidad. No al revés, todavía no. No llegó el momento pero falta poco. Hay silencio y concentración en la medianoche del café del centro de la Plata hasta que de pronto se oyen tiros. Junio del ’56. La realidad irrumpe en el tablero, pero “Perón no me interesa, la revolución no me interesa. ¿Puedo volver al ajedrez?” Vuelve al ajedrez por un rato hasta que un amigo le cuenta que hay un fusilado que vive. Operación Masacre. Algo cambia definitivamente. La cosa se hace testimonial.
Final. El ajedrez es cuerpo. El juego se juega desde el juego mismo. No hay un afuera del tablero. Experiencia en Cuba. Claro que ahora importa la revolución. También importa la denuncia porque se sienten íntimamente las injusticias, la tarea no es sólo la de la recopilación de datos sino que se trata de investigar para hacer una certera evaluación de la posición. Evalúa el ajedrecista y actúa en consecuencia. El oficio del escritor hace tierra. Ficciones que tienen el pulso de lo autobiográfico y la piel de la época. Son ajedrezadas consideraciones –tácticas y estratégicas– las que lo dejan a Walsh en el peronismo. El reloj del juego parece acelerar su ritmo.
Ultimos movimientos. El 31 de marzo pasado murió Lilia Ferreyra, última compañera de Walsh, quien compartiera con él la experiencia en el peronismo revolucionario hasta los trágicos días finales. En el 2008, al cumplirse 31 años de la desaparición del autor de Operación Masacre, Ferreyra publicó una contratapa titulada “El buen jugador”. Allí recordaba con ternura algunos momentos de la relación: “Quise aprender a jugar al ajedrez e hicimos algunas partidas desalentadoras porque la diferencia entre la principiante y el maestro era abismal.” Tal parecía ser la diferencia de nivel que optaron por iniciarse juntos en el aprendizaje de otro juego, otro ajedrez, claro, no podía intervenir el azar, se trataba del ajedrez chino: el go. Pero en este juego Rodolfo también obtenía siempre alguna ventaja y, decía Lilia, al terminar la partida no podía evitar analizar cómo había sido su desarrollo: “Te demorás en comer una pieza. Es una jugada táctica en el vacío porque al mismo tiempo no vas previendo tu ubicación futura en todo el tablero. Ganar así en un momento del juego no lleva a ganar la partida. Lo peor es seguir empecinado con una pieza sin darse cuenta de que ya se está derrotado”.
Similares críticas haría Walsh a las cúpulas de Montoneros. Los tableros se confunden y se funden. Así se llega así al punto más alto del drama. Como si fuera el fin de un espiralado recorrido desde afuera hacia el centro donde convergen densamente juego, biografía e historia. De las muchas conversaciones que surgen en las noches clandestinas de go va prefigurándose el esquema de la Carta Abierta de un escritor a la Junta Militar. Fin de las palabras para decir a Walsh. Caduca cualquier posibilidad de metáfora y cualquier intento de definición. Todo lo desborda ese último acto de valentía. La carta tiene fecha del 24 de marzo de 1977. Al día siguiente lo asesinan. Su cuerpo permanece desaparecido.
La pasión de Rodolfo Walsh por el ajedrez no sólo se manifiesta en la presencia del juego milenario en su obra literaria, que toma forma explícita en el prólogo de Operación Masacre y en Zugzwang.
Alejandro Giampa, ex presidente del Club de Ajedrez de La Plata, cuenta que “en el club encontraron documentos, tales como su inscripción como socio activo número 539 y el registro de varias partidas disputadas en tercera categoría. Quienes lo conocieron cuenta que en la década del 50 iba a jugar todos los días a las 18 horas”.
Humberto Salvatierra –quien sigue siendo socio del club y lo conoció a Rodolfo en los bares de La Plata– asegura, en un documental llamado Rodolfo Walsh, reconstrucción de un hombre, haber estado con él la noche del 9 de junio de 1956, cuando se desató la revolución de Valle. En una investigación que realizó la Facultad de Periodismo de La Plata, Salvatierra afirmó que “Rodolfo pasaba sus horas de ocio en los bares que quedaban a unas cuadras de su casa, como el Club de Ajedrez, El Parlamento y el Bar Rivadavia, para jugar con amigos o con cualquiera que le planteara un digno desafío. Era introvertido y se comía las uñas. Compartí largas noches donde charlaba de literatura y jugaba ajedrez con él. Después de la Revolución del 56 no supimos más de él, pero al tiempo vimos su nombre como autor de Operación Masacre y pensamos: ‘¡Mirá este loco a qué se dedicó’!”.
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