PLáSTICA
› SUSANA RODRIGUEZ EN EL CENTRO RECOLETA
Las escenas recobradas
La nueva exposición de la artista, “La piel tiempo”, es un intento de recuperación pictórica, dibujística y gráfica de ciertos procesos de la memoria, el deseo y el vacío.
› Por Fabián Lebenglik
La nueva muestra de Susana Rodríguez, La piel del tiempo, acentúa el giro de la artista hacia la indagación visual de lo biográfico. Se trata de una búsqueda proustiana del tiempo perdido, que se desencadena a partir de escenas primarias provenientes de fotografías y papeles antiguos que la artista toma como núcleos a ser desarrollados en técnicas mixtas.
Una de esas escenas primarias surge de una fotografía tomada en Mar del Plata en la que una Susana niña, en segundo plano, está sentada en el alféizar de la ventana, sonriendo entre tímida e intimidada. En primer plano, en el centro de la escena, aparece un hombre de pie, con las manos en los bolsillos del pantalón, posando con cierta arrogancia: alguien que hoy, muchos años después, resulta un perfecto desconocido para la artista adulta. Detrás del hombre, la puerta de entrada de la casa luce como un rectángulo oscuro, como una vía de acceso a la memoria. El desconocido, como un obstáculo inquietante, ataja a quien quiera aventurarse a penetrar en el recuerdo. La imagen del arrogante extraño se repite varias veces a lo largo de la exposición, en distintas obras, trabajada de diferentes modos; incrustada en secuencias más amplias y contextos diversos.
La exposición en su conjunto consiste en una serie de polípticos que podrían pensarse como un intento de reproducción pictórica, dibujística y gráfica de los procesos de la memoria y el olvido. La obra central, “Facetas de mi vida”, está formada por más de un centenar de pequeños cuadritos de igual formato, que se distribuyen en dos grandes núcleos irregulares a unos diez metros de distancia, unidos por una hilera de cuadritos que ofician de pasaje entre ambos núcleos. Susana Rodríguez coloca su propia historia como motor narrativo de la imagen.
En ese trabajo la artista traza un recorrido a través del cual revisa su vida y su obra, del mismo modo arbitrario y obsesivo de la memoria: con escenas, colores e imágenes recurrentes; retoques; presencias a veces entrañables, a veces inquietantes; ausencias seguras; zonas por momentos llenas, otras vacías; papeles escolares y así siguiendo. La pintora y dibujante intenta con la imagen seguir los caprichos, acentos, borramientos, adornos, modificaciones y recuperaciones de los recuerdos.
En el impactante políptico “Facetas...” aparece el mecanismo de construcción de la imagen que persigue S. R.: el entrecruzamiento productivo entre vida y obra, memoria y olvido, sueño y vigilia y demás dicotomías.
Del mundo de imágenes que surge cuando se trabaja metódicamente con los recuerdos y las fotografías antiguas, la pintora elige y descarta aquellos que resultan más punzantes y funcionales para su poética. El itinerario resulta sorprendente desde lo visual y también dramático en el sentido de reafirmación de lo irremediable del paso del tiempo.
En otras obras –como “La playa de los sueños” o “Gris de ausencia” (una alusión a la memoria como teatro)– se recuperan rincones, personas y lugares que aparecen fragmentados, como incrustaciones en el vacío, donde cada recuerdo adquiere nitidez y luego se desvanece hacia los bordes hasta fundirse y desaparecer en la textura de la tela o el papel. En este sentido, la relación entre el vacío y lo lleno –entre el vacío y el horror al vacío– no sólo reproducen la fricción entre opuestos que siempre atravesó su obra, sino que señala la atracción por lo barroco que marca gran parte de la producción de la artista. “Con la extraña realidad del sueño –escribe al pie de la impactante ‘El deseo... el vacío’, una obra sobre papel donde sobresale el trabajo con el color– apareció ‘aquello’ que despertó en mí el deseo del deseo en el vacío.”
“La eficacia del decir abierto de Susana Rodríguez –escribe la crítica Elena Oliveras en el catálogo de la exposición– se explica por la perfecta conciliación contenido-técnica. Fotografía, transfer, collage,dibujo, pintura, grabado, todo indica la necesidad de no cerrarse en una última ‘versión’, de respetar la durée bergsoniana, aquello que sigue siendo.”
En su muestra anterior en Buenos Aires (Centro Recoleta, 2000) Susana Rodríguez exhibió la extraña combinación entre sus particulares cadenas barrocas orgánicas con el mundo de la niñez. Allí se cruzaban –como ahora, en “Facetas...”– secuencias de matriz biológica que al modo de una tortuosa vegetación proponían una imagen al mismo tiempo sensual y amenazante, mezclada con una creciente familiarización del relato visual: la familia parental y la conyugal –los padres y el hijo– como desencadenantes de la imagen que viaja en el tiempo.
A través de la niñez propia y de la de un círculo cercano, el relato se hipertrofia en una biografía (y autobiografía) coral. Allí el lugar del arte sería el de establecer una mediación y una transformación entre relatos recuperados que se vuelcan en imágenes para darle cuerpo precario a la memoria. El relato visual de reminiscencia biográfica en algún momento de la obra siempre desencadena lo sensual y lo siniestro. En cada obra el recuerdo y la distancia que impone el tiempo no necesariamente pulen asperezas y sensaciones del pasado, sino que, de algún modo, se destilan para pasar a formar parte de una gran estructura más compleja e inclusiva. Como si un relato mayor –cada uno de los polípticos– permitiera múltiples entradas e incrustaciones y sirviera de red de contención tanto de sentido como de estilo y tono.
La artista juega con el caos de sus fuentes y el orden contrastante de la imagen. Entre uno y otro se produce un proceso de selección y elaboración que la llevan a un orden formal y compositivo muy riguroso. (Centro Cultural Recoleta, Junín 1930, hasta el 23 de marzo.)