Mié 13.02.2002

PLáSTICA  › OPINION

Esta no es la “justicia de los vencedores”

Por Geoffrey Robinson *

Los tribunales prueban casos, pero los casos también prueban a los tribunales. Nunca fue tan así como el Tribunal Internacional de La Haya que ayer comenzó a considerar las evidencias contra Slobodan Milosevic en las acusaciones por crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad. Esta corte debe refutar la acusación de representar “la justicia de los vencedores” por la vía de ser escrupulosamente justa con el acusado, quien no quiere que haya justicia.
Que Milosevic merece ser juzgado no merece la menor duda. Milosevic no padece de ningún daño cerebral como Pinochet ni de cáncer como Honecker; tiene 60 años y luce saludable y sonrosado. No se trata de un ignorante soldado raso sino de un abogado devenido banquero que comandó a un país y a un ejército y que se supone controló a los paramilitares que cometieron las peores atrocidades en Europa desde la Segunda Guerra mundial. Si se prueba su “responsabilidad de comando” en el genocidio u otros crímenes contra la humanidad más allá de toda duda, merece ser encerrado de por vida.
Milosevic, sin embargo, se niega a defenderse. Ha elegido “el gambito del Rey Carlos I” del período de la guerra civil inglesa: afirma que la corte es ilegal. Los jueces de Cromwell cometieron el error de tratar esto como una declaración de “culpable” y se precipitaron a juzgarlo sin examinar la evidencia. Sin embargo, el Tribunal de La Haya ha ingresado una declaración de “no culpable” en nombre de Milosevic y ha llamado a un equipo de amici curiae (amigos de la corte) para llevar adelante todos los pasos que el acusado hubiera dado si hubiera elegido disputar las acusaciones. Esto es bastante justo, en la medida en que requerirá a la corte que falle sobre problemas legales que Milosevic podrá cuestionar posteriormente en su apelación.
Pero hay indicios lamentables de que los jueces van a querer que el equipo de amici vaya más lejos, al desafiar a los testigos de cargo pese a no recibir instrucciones de Milosevic. Esto pasa por alto el principio de que un “amigo de la corte” no es un amigo del acusado y que cualquier careo emprendido sin sus instrucciones no puede ser verdadera prueba de credibilidad. Si los amici son usados en este rol, los procedimientos van a tornarlo en un juicio “show”, no en un juicio justo.
La lógica detrás de la posición de Milosevic, de que la corte no tiene autoridad, es no participar de sus procedimientos. Milosevic debería insistir en quedarse en una celda de la prisión (un acusado tiene derecho a estar presente en su juicio: también debe tener derecho a ausentarse de él). El tribunal tendrá que hacer entonces todo lo posible por evaluar las pruebas de la fiscalía, produciendo condenas sólo sobre las acusaciones (si es que hay alguna) que hayan sido probadas más allá de toda duda. Los partidarios de Milosevic difícilmente podrán quejarse entonces de injusticia: el juicio habrá sido tan justo como las tácticas de Milosevic permitieron.
La estigmatización de “justicia de los vencedores” es fácil. La victoria en la guerra puede traer una oportunidad para hacer justicia, como lo hizo con los autores del Holocausto y puede hacer con los perpetradores de la limpieza étnica. La mofa sólo puede ser efectiva si Milosevic sale de la postura que ha mantenido hasta ahora. Milosevic, por ejemplo, podría alegar que el bombardeo de Serbia por la OTAN era ilegal. En lo que respecta al genocidio en Bosnia, podría argumentar que importantes países occidentales lo toleraron –como la fracción proserbia del gobierno de John Major–. Podría testificar que ha tenido insuficiente control sobre los serbios bosnios y los paramilitares como para que caiga sobre él la “responsabilidad de comando” por sus atrocidades.
Estas defensas pueden o no tener éxito, pero el hecho de que Milosevic se niegue a hacerlas en una corte abierta, donde él tiene el poder para desafiar a quienes testifican contra él y citar cualquier evidencia relevante en su defensa, socava fatalmente las afirmaciones de susseguidores de que está siendo objeto de un proceso ilegítimo. Incluso en esta etapa tardía, si él cambiara de idea y eligiera contestar las acusaciones, podría forzar a la corte a una suspensión, dándole a él toda la oportunidad y los medios para montar un defensa en pleno.
No obstante, su táctica supone un desafío al tribunal de La Haya y a la corte penal internacional que en su momento la va a reemplazar. La justicia penal internacional está en una etapa delicada y rudimentaria, temida y odiada en igual proporción por elementos de la izquierda socialista (que la ve como una conspiración para imponer los valores norteamericanos en el mundo) y por la derecha republicana norteamericana (que la ve como una conspiración de la izquierda socialista para atrapar a los Kissinger del futuro).
La prueba dura del juicio a Milosevic no es si será la “justicia de los vencedores” sino si será “justicia”. La prueba fue pasada en Nuremberg no sólo porque produjo un registro histórico indeleble para derrotar a futuros negadores del holocausto. El juicio de Milosevic va a ser más difícil, por su no participación, y más generoso, desde que se le va a tener que dar el beneficio de la duda que su propio careo pueda haber disipado. Puede ser que esta sea la verdadera razón de su obstinación.
* Jurista británico..

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