PLáSTICA
› HOMENAJE A EMILIO RENART (1925-91) EN EL CENTRO BORGES
Creatividad es la palabra clave
Un pionero de la obra y el pensamiento artístico integral en la Argentina es recordado en una muestra despareja.
› Por Fabián Lebenglik
Emilio Renart (1925-1991) abordó lo artístico desde distintas aproximaciones: no sólo se dedicó a la producción de objetos, sino también a la investigación y a la docencia.
Fue un pionero de la plástica argentina al concebir la obra de arte como totalidad, más allá de técnicas y procedimientos, saltando el cerco de los lenguajes específicos de la pintura y la escultura entre otras “secciones” tradicionales. Sus extraños objetos –que lo llevaron al Premio Ver y Estimar en 1963, a ganar en 1964 el Premio Especial del Instituto Di Tella, a obtener el Premio Braque en 1965 y a formar parte del envío argentino a la Bienal de San Pablo en 1967– combinaban de manera original las distintas vertientes formales en una suerte de instalación. Estructuras metálicas, tela, pintura, resina, mica, fibra de vidrio, yeso, arena, sistemas lumínicos, materiales de desecho, entre otros, constituían la naturaleza heterogénea de sus “biocosmos”. La preocupación sobre el entorno biológico, psicológico y espacial del arte y los artistas fueron siempre motivos de reflexión para Renart.
Manuel Mujica Lainez escribió en 1962: “Renart presenta una obra que será probablemente lo mas extraño que hemos visto en Buenos Aires. Es justo destacarlo, puesto que esta época se señala plásticamente por su constante y desesperado afán de inventar novedades y pensábamos que nada podía llamarnos la atención... Tanto lo pictórico como lo escultórico está perfectamente logrado y su insólita fusión constituye un hallazgo que será sin duda muy imitado y acaso originará creaciones valiosas”.
Desde comienzos de la década del sesenta, cuando el artista lanza el “Integralismo”, él mismo se encarga de definirlo: “Integralismo significaba conceptualmente unir, asociar partes que se oponían tradicionalmente –pared piso, escultura, pintura, dibujo–. Todo ello unido por una imagen y estilo personal. En 1966 amplié ese concepto dando lugar a mis distintas facetas creativas: escritos, inventos, investigaciones, obras plásticas, etc...”
Sus escritos desde los años sesenta, sus citas de otros autores y materias, experiencias y actividad docente las reunió y condensó en un libro que editó por su cuenta en 1987: Creatividad. Una palabra clave que fue el centro de sus preocupaciones docentes e investigativas. Renart buscó desentrañar el funcionamiento y la naturaleza de la creatividad. “La creatividad –comienza su libro– es una palabra de la que mucho se habla y poco se investiga. Normalmente sirve para producir hechos mas o menos originales que luego pueden derivar o no en factores de consumo. Esto, a mi entender, configura un uso de las personas que los generan, quienes quedan relegadas cuando tal capacidad se atenúa.
“Mi intención apunta a un mejoramiento del individuo ya que entiendo que todos somos creativos por el hecho de ser seres racionales. La diferencia estriba en la trascendencia o no de esa creatividad”.
Renart buscó no solo extender los limites de las técnicas y de la concepción de la obra sino que amplió el campo de lo artístico con saberes y aportes “extraartísticos”, tomados de la ciencia. Su idea de expansión y experimentación fue consecuente y avanzó siempre saltando límites y tanteando fronteras. Todo de un modo muy intuitivo, por aproximación, y como resultado empírico mas que teórico. Pero válido desde esa perspectiva: la del hacer.
En Renart fue crucial la relación arte-vida. Cuando a fines de los años sesenta una serie de tragedias y problemas familiares y sociales lo convencen de hacer uso del año de estadía en Francia que había ganado en 1965 con el Premio Braque, el arista se pregunta “¿Si la creatividad me ha llevado a este deterioro, en qué consiste la creatividad saludable?” A poco más de una década de su muerte un grupo de treinta y cinco de sus alumnos organizan una muestra homenaje a Emilio Renart en el Centro Borges. Algunos de los participantes son Atienza Larsson, Brewda, De la Fuente, Díaz Zalazar, Erman, Gómez, Gotleyb, Jawerbaum, Jerusaimi, Kravetz, Küker, Minacori, Paviglia Niti, Petrolini, Pinkus, Rozenberg y Sita.
La exposición “Emilio entre nosotros” privilegia la relación pedagógica y personal entre Renart y cada uno de sus ex alumnos y por lo tanto se exhibe poca obra del maestro, aunque lo que hay –incluso la documentación y publicaciones– puede servir para un primer acercamiento a su producción, en el caso de quienes no la conozcan y para un ayudamemoria, para los que sí. El homenaje incluye algunos grabados, dibujos, fotos y siete de los pequeño objetos o miniesculturas (“multiimágenes”) que formaron parte de la ultima etapa de la obra del maestro.
Como explica Mónica Díaz Zalazar en la revista catálogo de la muestra, los cursos que dio Renart en el Museo Sívori se estructuraron en grupos de diez personas y en tres niveles, “el primero apuntaba a desarrollar la capacidad de percepción y reflexión a través de una tarea de autoindagación... En el segundo y tercer nivel se estimulaba y desarrollaba la capacidad estética de los alumnos. La tarea inicial conducía a un mejor conocimiento de sí mismo para, en base a esa experiencia, poder proyectar lo vivido en el campo estético. Los contenidos de este curso apuntaban a desarrollar las capacidades creativas y comunicativas a través de métodos ajenos a las normas académicas y a la competitividad”.
La muestra-homenaje está concebida con pautas muy rígidas. Cada uno de los 35 participantes –alumnos que, por supuesto, siguieron caminos muy dispares– exhibe un pequeño díptico –todos de iguales dimensiones– en el que se presenta obra propia por una parte y por la otra se dialoga imaginariamente con el maestro en un híbrido que no llega a ser un documento ni tampoco una obra autónoma.
La relación profesor/alumno no necesariamente genera un vínculo maestro/discípulo. Pareciera que en la muestra, en esa fallida división “democrática” del espacio que compartimentó las paredes asignando sectores iguales a cada participante, cada uno de los 35 ex alumnos pareciera considerarse “discípulo” y allí radica el efecto desigual de la muestra: el homenaje se convirtió en una muestra anacrónica de taller en la que cada expositor está muy distintas etapas de desarrollo, de consolidación y de relación profesional con las artes visuales. Claro que quien firma estas líneas no objeta la relación personal y lo entrañable que pudo haber sido esa relación, pero eso no siempre es de interés para el espectador.
El encuadre supuestamente “democrático” –la división de espacio en diminutas partes iguales– constituye un error conceptual. No fue una buena decisión y termina adocenando las obras para volverlas escolares.
Allí se mezclan piezas muy logradas con otras que lucen como bricolage de entrecasa; documentos útiles con otros que buscan probar testimonialmente la relación con el maestro –cosa que nadie pone en duda-; recortes periodísticos con cartas que dialogan con el más allá; discursos íntimos, con otros religiosos, informativos, poéticos o confesionales. Se sabe que las buenas intenciones no siempre generan buenas obras.
La muestra, a pesar de su resultado desigual, permite acercarse a la obra de Renart y a algunos buenos trabajos de sus alumnos y discípulos. “Emilio entre nosotros” deja sembrada la inquietud de una futura muestra antológica que permita rescatar la obra de un artista pionero de los sesenta que propuso un enfoque integral de la producción, el pensamiento y la transmisión de conocimiento artístico en la Argentina. (En el Centro Cultural Borges, Viamonte esquina San Martín, hasta el 4 de marzo).