PLáSTICA
› SILVANA LACARRA EN EL FONDO DE LAS ARTES
Economía de las sensaciones
Hoy se inaugura una muy buena exposición en el FNA: piezas que, con gran refinamiento, tienden trampas para el ojo. Del rigor de la realización a lo sensual del color y las formas.
› Por Fabián Lebenglik
De lejos parecen pinturas, de cerca revelan su materialidad: en todos los casos se trata de maderas (placas o volúmenes construidos por la artista) revestidas íntegramente en fórmica. Las combinaciones de bandas o campos de colores horizontales o verticales están dadas por el color de las placas de fórmica, que Lacarra trabaja con precisión. Una vez “descubierta” cómo están hechas las obras, vuelven a parecer pinturas. El juego cromático resulta central en las obras y al mismo tiempo revela el oficio, casi el virtuosismo, que la artista adquirió en el dominio técnico.
Silvana Lacarra (1962) se formó inicialmente en Bragado, su ciudad natal y luego en Buenos Aires, en los talleres de Carlos Gorriarena, Ahuva Slimowicz y Sergio Bazán, entre 1992 y 1997. Ese año ganó la beca de perfeccionamiento para artistas que le permitió acceder a los talleres de análisis y producción de obra de Guillermo Kuitca.
En 1999 presentó en el Centro Borges su primera exposición individual en la que utilizó madera y fórmica. En relación con el grado de perfección formal y la calidad de las piezas, aquella muestra que no pasó inadvertida para la crítica pasó a ser un antecedente para llegar a la muestra que hoy, a las 19, inaugura en el Fondo Nacional de las Artes; pasando por la también precisa y contundente exposición que hizo hace un año y medio en la galería Dabbah Torrejón: “Catorce unidades mixtas”, en donde se lanzó a construir piezas tridimensionales.
Desde 2001, Lacarra también realiza escenografías, en el Teatro San Martín –Kagel y Becket en concierto, 2001–; el Centro Experimental del Teatro Colón –Instantáneas, 2002–; el auditorio del Instituto Goethe –Regreso inesperado, de Botho Strauss, 2003– y el Complejo Teatral de Buenos Aires –El aire alrededor, de Mariana Obersztern, 2003)–.
En su primera muestra luego del abandono de la pintura y de la adopción de la fórmica, la artista decidió afrontar un rigor formal y una disciplina de trabajo que ahora exhibe plenamente desarrollados.
Desde entonces se propuso realizar obras de una notable economía estética y formal. En todos los casos el dibujo viene funcionando como punto de partida, como boceto o proyecto (de múltiples cortes y puntos de vista, para no dejar nada librado al azar). Las piezas que realiza abren un espacio de silencio, intimidad (que no intimida) y distancia. La economía de cada obra supone la minuciosa y voluntaria selección de cada color, cada forma, cada corte.
La elección de la fórmica marca una primera connotación ideológica, por la historia del material, que nació como sucedáneo de la madera, como artificio para que las clases medias accedieran a un símil más económico, a un revestimiento menos noble, pero más práctico y funcional. Pero lo que comenzó siendo un paisaje de interiores, que evocaba cierta colocación socioeconómica, adquirió plena autonomía estética, independiente ya de aquellas variables.
La muestra que presenta en las dos plantas de la galería del Fondo de las Artes es el resultado de tres años de trabajo. Con un cuidado montaje (a cargo de la propia artista), la exposición se reparte en tres tipos de obras: planas y volumétricas (de pared) y piezas de piso.
El virtuosismo en la construcción de las obras genera en principio trampas visuales, acentuadas por curvaturas y ondulaciones logradas a la perfección: al modo de un luthier, la artista produjo volúmenes que van marcando, de uno a otro, un ritmo de formas. En este sentido, no sólo la técnica de construcción de instrumentos no le es ajena, sino que la musicalidad y el silencio son inherentes al concepto de las piezas.
El revestimiento de las maderas termina funcionando como una pura aplicación del color. Superada toda dificultad técnica, la artista trabajala fórmica como una paleta que responde a la perfección a las combinaciones.
Si al principio (en 1999) la manera de calar la madera podía verse como un modo de dibujar, ahora podría pensarse que el tratamiento de las maderas revestidas es un modo de pintar, salvo que en lugar de pintar sus cuadros en su viejo atelier de pintora, los fabrica en el taller de carpintería.
La frialdad que produce la obra ante un primer vistazo rápidamente se supera cuando se entra en el sutil juego de colores, formas y curvas que propone la artista. El secreto de las piezas que construye con tanto rigor es la sensualidad contenida, el ritmo insinuado, la cadencia sugerida.
En la contención expresiva, donde todo luce como objetividad, objetualidad y precisión constructiva, sin embargo están presentes los componentes que sonríen sutilmente para generar calidez. La inteligencia de estos trabajos apunta a huir de cualquier énfasis o, peor, de alguna confesión. Toda la subjetividad sensual está revestida de refinamiento formal y exactitud en la terminación.
El dominio de la carpintería (al servicio del color y las formas) y de la materialidad de las obras genera una lógica inmanente en estas piezas, una autonomía e independencia que la artista reviste con sabiduría visual.
El título de la muestra, Cuarto punto, remite a la curvatura del arco de la circunferencia, que se mide en puntos. El círculo (figura que en la tradición simbólica evoca el ego) y su rítmica sección resultan ser el núcleo de la muestra y por lo tanto desde su postulación, Lacarra juega a la contención y dosificación de la sensualidad.
En este caso, la economía estética y la precisión en la construcción producen, para quien quiera verlo, toda una economía de sensaciones.
(En el Fondo Nacional de la Artes, Alsina 673, hasta fin de septiembre.)