Mar 21.09.2004

PLáSTICA

La Bienal de San Pablo como un territorio libre

El alemán Alfons Hug, curador por segunda vez consecutiva de la Bienal de San Pablo, explica el criterio de la edición 26ª, que se inaugura el próximo sábado y sigue hasta el 19 de diciembre. Pablo Siquier, Jorge Macchi y Leandro Erlich son los artistas argentinos invitados.

Por Alfons Hug *

El tema de la 26ª Bienal fue escogido de manera que múltiples posiciones artísticas puedan identificarse con él. El concepto del “territorio libre” tiene varias dimensiones: la dimensión físico-geográfica, la dimensión político-social y, finalmente, la dimensión estética que, desde luego, es la que más nos interesa en el contexto de la exposición.
El territorio de la estética comienza donde termina el mundo convencional. Designa aquel espacio en el cual la realidad y la imaginación entran en conflicto. Los artistas son guardianes de la frontera de un reino situado más allá del mundo administrado, fuera del alcance de la soberanía interpretativa de la política y la economía. Mientras todo el mundo está enfrascado en la eterna disputa sobre quién es dueño de qué, el arte resuelve las condiciones de propiedad a su manera: en el reino de la estética todos son dueños de todo.
En el marco de la Bienal nos interesa descubrir si –y cómo– las formas de la Tierra de Nadie descriptas al principio, esto es, las devastaciones del mundo real y de las relaciones interpersonales, se reflejan en el arte. Dado que las obras de arte son más que meros datos de la realidad, cualquier condensación artística de los fenómenos de la realidad será siempre más plurivalente y más compleja que un simple reportaje. Esta regla se aplica incluso cuando el artista recurre a la fotografía o al video, dos medios a los cuales se les atribuye un alto grado de cercanía con la realidad. Si bien los artistas se encuentran insertos en conflictos, no duplican el mundo sino que crean espacios libres dentro de la realidad. Mediante metáforas y símbolos, transportan la materia prima terrestre a un nuevo estado, perceptible por los sentidos. La obra de arte revela algo distinto; es alegoría. El arte existe fuera de la causalidad y no debe ser aprisionado en la carcasa de hierro de las constricciones profanas.
Los artistas crean un territorio libre de dominación y, con él, un mundo opuesto al mundo real: un país del vacío, del silencio, de la introspección, en el cual el frenesí que nos rodea es detenido por un instante. Pero el territorio del arte es también un país de enigmas, en el cual se codifica la avalancha de mensajes simplistas que brotan de los semilleros del kitsch. Al romper fronteras materiales, el artista se convierte en contrabandista de imágenes entre las culturas.
Una vez más, cincuenta y cinco países de todos los continentes aceptaron nuestra invitación de traer a San Pablo lo mejor y más relevante de su producción actual. La mayoría de los artistas creó nuevas obras después de un estudio detallado del edificio y de la ciudad. En San Pablo se produce una interacción espacial entre los 55 artistas de las “representaciones nacionales” y los 80 artistas invitados directamente por la Bienal. Con un número total de 135 artistas, la Bienal de San Pablo sigue siendo una de las exposiciones más grandes a nivel internacional. Con sus 670 mil visitantes en el año 2002, la 25ª Bienal se convirtió en la exposición de arte contemporáneo más visitada del mundo. Una vez más, un amplio programa de visitas guiadas familiarizará sistemáticamente toda una generación de escolares y estudiantes universitarios con el arte contemporáneo, muchos de los cuales provienen de los suburbios más pobres de San Pablo.
Para enfatizar la unidad temática de la muestra en su conjunto, los artistas invitados y los artistas enviados por los diferentes países fueron mezclados en los 25 mil metros cuadrados del pabellón tan generosamente dimensionado por Oscar Niemeyer. De este modo, a pesar de la complejidad de las diferentes voces, surge un concierto colectivo.
Como siempre, Brasil aporta el mayor número de artistas. Como todos los países, está representado por un artista en el segmento de la “representación nacional”. Otros diecinueve brasileños han sido incluidos en la lista de los ochenta artistas invitados de todo el mundo. De ellos, respectivamente, un tercio proviene de San Pablo, Río de Janeiro y del resto del país, lo cual corresponde al estado actual de la producción en Brasil.
Junto con una intensificación del diálogo Norte-Sur, la Bienal de San Pablo también se ha propuesto reforzar los lazos entre las culturas extraeuropeas mediante un diálogo Sur-Sur. Está predestinada a cumplir ese papel, puesto que opera desde una de las ciudades más grandes y pluriculturales del planeta, en la que se mezclan elementos europeos, africanos, indígenas y asiáticos que producen combinaciones fecundas.
El recinto de la Bienal, icono cosmopolita de la arquitectura moderna, hecho de concreto armado, acero y vidrio, y a la vez encarnación de la herencia industrial de la ciudad, inserta automáticamente cada obra de arte en un contexto de modernidad ofreciendo, en su extensión de cuatro campos de fútbol, las mejores condiciones para presentar y recibir al arte contemporáneo. Es, tal vez, uno de los más bellos recintos de exposiciones bienales del mundo, entre otras cosas por su bóveda de aérea levedad y su rampa de elegancia barroca, que corta los tres pisos en espirales irresistibles.
Por esta razón, el curador y el arquitecto de la 26ª Bienal han dedicado el mayor cuidado a la distribución espacial, para lo cual se tomaron en cuenta criterios conceptuales, estéticos y técnicos. El punto de partida de todas las consideraciones fue la misma arquitectura del edificio que sugiere un agrupamiento espacial de los diferentes soportes visuales. La espaciosa planta baja, con una altura de más de siete metros y vista panorámica al Parque do Ibirapuera, se muestra especialmente adecuado para un parque de esculturas con obras tridimensionales de gran tamaño. La primera mitad del segundo piso, en virtud de la luz favorable que allí predomina, que entra desde el lado Este y Oeste, pero también en forma difusa desde arriba y abajo, ofrece las condiciones ideales para un salón de pintura. La segunda mitad de este entrepiso, más oscura, parece estar hecha para un “múltiplex” de video-instalaciones, un planetario donde el observador puede sumergirse tranquilamente en el cosmos de las imágenes producidas en forma digital.
Esta división no facilita sólo la orientación del público sino también la formación de una masa crítica al interior de cada grupo de medios o soportes. De este modo surgen en el edificio diferentes centros de gravitación con sus respectivas y específicas “temperaturas” estéticas. Crescendos y diminuendos que se relevan bruscamente.
La fotografía, que permite relaciones retrospectivas y transversales con la pintura, la escultura y el video, constituye finalmente un eslabón entre las tres técnicas y se extiende como un hilo rojo a través de toda la exposición.

La Bienal como territorio libre

En Brasil no han faltado intentos de crear territorios libres. Sólo recordemos la fundación de Brasilia y, aun un poco antes, hace medio siglo, la creación de la Bienal de San Pablo. Ambas son aliadas naturales, pues nacen del mismo espíritu ilustrado y comparten la vocación de iniciar nuevos rumbos. Fueron concebidas como una especie de cantera de nuevas imágenes y allanaron el camino del país hacia la modernidad.
La Bienal de San Pablo es una región extraterritorial en la que los artistas construyen sus colonias utópicas. Es una reserva protegida, en la que se secan los flujos de mercancías y fracasan las estrategias políticas. La Bienal se comprende como un área de repliegue, donde se acumula la masa crítica y la energía positiva, premisas indispensables de la transformación de la sociedad y de la anticipación intuitiva de nuevas formas de convivencia humana. Cada generación de artistas está llamada a efectuar un nuevo levantamiento topográfico de este territorio libre y diseñar sus contornos.
Solamente las artes disponen de una reserva universal de signos y arquetipos, cuyo intercambio moviliza a la memoria colectiva de la humanidad. Entonces, si el artista es un contrabandista de imágenes, la Bienal puede ser una plataforma de transacciones en el reino de la estética, al cual, para acceder, basta presentar la curiosidad, asociada al afán de conquistar otros mundos como credencial, y una mente despierta como entrada; un lugar donde se comercializan bienes preciosos, pero no se cobran impuestos.

* Curador de la Bienal. Texto de presentación de la edición 26ª.

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