Mar 18.06.2002

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Veinte años de iluminaciones y revelaciones en la obra de K.

Hoy, en el Museo Nacional de Bellas Artes, se inaugura “Manifiesto”, una muestra antológica que resume más de dos décadas de la obra y la vida de Alejandro Kuropatwa.

› Por Fabián Lebenglik

Hoy a las 19.30 se inaugura Manifiesto, una muestra antológica retrospectiva de Alejandro Kuropatwa (Buenos Aires, 1956) que ocupa el pabellón de la planta baja del Museo Nacional de Bellas Artes. Un acierto del MNBA para celebrar veinte años de la obra de uno de los mejores fotógrafos argentinos, que ha sabido cruzar vida y obra abriendo caminos con una lucidez tan impecable como implacable. Y en ese cruce se combinan temas como el erotismo y la sexualidad, el mundo gay, las cuestiones de género, la moda, la relación entre fotografía artística y publicitaria, el sida, la composición fotográfica y la pictórica, entre otros.
Kuropatwa tiene una sólida formación artística y fotográfica. Luego de estudiar en talleres privados de artistas pintores y dibujantes durante la década del setenta, entre 1979 y 1982 estudió en el Fashion Institute of Technology (F.I.T.) de Nueva York y cursó la célebre Parsons School of Design entre 1982 y 1985, hasta obtener el Master of Fine Arts con especialización en fotografía. Frecuentó el estudio de Steve Manville, director del departamento fotográfico del F.I.T. Viajó a Alemania e Italia y realizó fotografías publicitarias para distintas revistas, hasta que en 1985 instaló su estudio en Buenos Aires.
El título de la muestra, Manifiesto, remite a varias cuestiones. Por una parte la exposición resume veinte años de vida y obra y allí el “manifiesto” toma el matiz que usualmente se le da en el mundo del arte, como un documento que fija posición pública: hay un texto “programático” de A.K., que en buena medida funciona como un legado del artista, entre la cátedra y la confesión.
Por otro lado, hay una claridad evidente en su concepción artesanal y en la perspectiva que exhibe con sus fotos: en este punto cada toma es una evidencia, casi como una verdad patente y “manifiesta” respecto de lo artesanal frente a la tecnología digital.
La exposición condensa casi todas las muestras que el artista presentó durante dos décadas y algunas de las producciones publicitarias del mundo del rock y presenta dos series nunca antes exhibidas (“Pescados” y “Flores” –esta última data de agosto del año pasado–).
Durante la década del noventa Alejandro Kuropatwa demostró cómo se podía romper el falso enfrentamiento estético entre centro y periferia. El fotógrafo disolvió ese debate mostrando que ambas categorías eran intercambiables y que en todo caso debía abrirse otro debate. A.K. alternó exposiciones en la galería Ruth Benzacar y en la galería del Centro Cultural Rojas, que muchos pensaban en los antípodas. Si bien ambos tienen una clara disparidad de orígenes, presupuestos, relación ante el mercado, intenciones y situación geográfica, por otro lado emprendían una celebración común ante la libertad creativa y contra los lastres culturales de la dictadura. Había un frente de pelea estética, ciertas estrategias y repliegues conjuntos, contra el arrasamiento de la cultura que sobrevino desde el poder luego de la breve primavera de mediados de los ochenta.
La antología de Kuropatwa se abre con un recorrido de izquierda a derecha hacia una sala en la que se combina una serie de 1983 (“Fuera de foco”, CAYC) y otra de 1990 (“Treinta días en la vida de A.”, galería Ruth Benzacar). El conjunto de fotos que rescata las obras fuera de foco muestra a un Kuropatwa anticipando en más de un lustro una característica del arte de los noventa: la posproducción, basada en la manipulación de trabajos preexistentes propios o ajenos. En este caso se trata de tomas propias que el artista desenfocó en la ampliadora. Es decir que los originales tienen un foco preciso (que luego se hizo característico de la obsesiva cercanía de Kuropatwa con los objetos y personas fotografiados, en una relación de proximidad casi intimidatoria para los retratados), ysobre esas tomas el artista desenfocó las copias en un efecto de interpretación y búsqueda de sentido típico de la posproducción.
“Treinta días en la vida de A.” constituye un refinado conjunto de fotos montadas sobre cajas de luz, para las que usó película vencida, procesada a diapositiva, que pasó luego a positivos de formatos medianos. Toda esa mediación se combina con las rayaduras y las huellas que dejó el procesamiento, y que Kuropatwa conservó exprofeso. Parte de aquella muestra integró luego el envío argentino a la Bienal de La Habana.
Detrás de cada foto van sugiriendo diferentes historias que afinan el foco sobre el concepto de la nada, entre otras negaciones, al tiempo que visten y desvisten con gran ambigüedad a toda persona u objeto enfrentado a la cámara.
En Kuropatwa hay una fascinación perpetua por las personas y las cosas y un cruce entre las convenciones del artificio fotográfico y las que rigen el mundo llamado “real”: ambos se conjugan de manera interdependiente en una productiva y mutua contaminación.
A lo largo de toda la muestra es notable la precisión del encuadre, la distancia y el foco. Kuropatwa nunca busca el foco por medio del ajuste de la lente sino a través del manejo de la cercanía con lo fotografiado. Así su cámara festeja cierta aparente superficialidad y a partir de ese trabajo de superficie se mete en las honduras del accidente, la huella, la porosidad, los pliegues, la pelusa, las vellosidades, los maquillajes y la cosmética. Las superficies de Kuropatwa son sutiles y reveladoras.
En las tomas en blanco y negro el fotógrafo utiliza la carga ideológica adherida, previa a su trabajo: el blanco y negro es el lugar –por qué evitarlo–, de la nostalgia, la ausencia, la tristeza, las sensaciones grises, las pequeñas tragedias.
También hay todo un recorrido por el mundo de la amistad, la moda y el espectáculo, a través del género del retrato: Batato Barea, Guillermo Kuitca, María Luisa Bemberg, La Marcova, Fito Páez, Charly García, Ruth Benzacar, Felisa Pinto, Gustavo Cerati, entre otros.
Una de las series de mayor impacto es “Yocasta” en donde desfilan en gran formato una galería de peinados, apliques y tinturas de una modelo de facciones recias, cuyo nombre impone resonancias mitológica y trágicas. Cada foto se complementa con un cajoncito real adosado a la pared, de modo que el conjunto oficia de tocador, dando un ambiente de peluquería, al que Kuropatwa homenajea y critica, como a todo el mundo de la moda, donde ve el lugar perfecto para esa mezcla de superficialidad y hondura, de impostura y festejo, de juventudes pasajeras que se postulan para la eternidad.
En este sentido habría que pensar su muestra Mujeres, de hace dos años, cuando en la galería Ruth Benzacar colocó la cosmética y la moda ante el objetivo de su cámara lúcida.
En cada espacio de la retrospectiva se suceden las muestras que marcaron una época en la obra del artista y en la memoria de los espectadores. Así pasó con Cocktail (1996), la muestra-celebración en la que grandes fotos daban cuenta de las pastillas, comprimidos y blisters que componían la costosa combinación de drogas necesarias para hacer que los pacientes HIV positivos pasaran de ser terminales a crónicos.
Hay también una selección de “Marie Antoinette”, la muestra de A.K. que reinauguró la galería de la Alianza Francesa en 1998.
En la mirada de Kuropatwa cada fotografía se deriva de un relato tan rico en matices como la propia foto. Su histriónica verborragia hace que ese relato se repita o cambie por completo, pero siempre funcione como motor de una imagen.
A veces el margen de referencialidad de la imagen se vuelve completamente abstracto, como en ciertos primeros planos de flores y cuerpos (especialmente las nuevas tomas de flores y cactus): allí cadacosa es notoriamente tautológica, igual a sí misma. Pero la mirada del visitante de inmediato cae en la trampa sensual del fotógrafo. También se exhibe, como un estado de ánimo, la reciente flor mustia que formó parte de la selección del Premio Fundación Banco Ciudad de fines del año pasado. Del “desinterés” artístico al “interés” publicitario, la antología de Kuropatwa evoca un amplio espectro de iluminaciones y evocaciones en torno de la superficie de la vida, entre otras profundidades. (MNBA, Libertador 1473, hasta el 18 de julio).

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