PLáSTICA
› J. M. RUGENDAS (1802-1858) EN BELLAS ARTES
De cómo nos veían en Europa
Una extensa muestra del gran pintor viajero despliega un registro que va del paisaje al documento. J. M. Rugendas pasó la mitad de su vida en América y ayudó con su obra a construir la imagen americana en Europa.
› Por Fabián Lebenglik
Como territorio y como idea, América formó parte del imaginario estético europeo de principios del siglo XIX, gracias a los escritos románticos, pero también gracias a los pintores viajeros. América fue, entre otras cosas, una categoría estética del romanticismo.
Pero además de textos canónicos europeos (Chateaubriand), hay toda una secuencia de pintores viajeros que alimentaron con sus obras la información y la imaginación que el viejo continente construyó sobre América.
Entre ellos, una figura ineludible es la del alemán Johann Moritz Rugendas (1802-1858). De formación neoclásica, hijo de un dibujante y alumno de la Academia de Arte de Munich, Rugendas comenzó pintando los Alpes y terminó elaborando uno de los más completos registros geográficos, humanos y naturales de la América del siglo XIX.
Si bien su formación fue neoclásica, su desarrollo se inscribe en el romanticismo. El propio Charles Darwin, en los viajes con Humboldt, fue quien terminó de transformar a Rugendas en un ilustrador científico, complementando sus saberes artísticos con precisas observaciones botánicas.
A diferencia de la mayor parte de los artistas viajeros, que no cuestionaban la ideología colonialista, Rugendas era un libertario y a lo largo de sus largas estadías en distintos países americanos siempre supo colocarse en el lugar de la resistencia política, lo cual le trajo no pocos problemas que en el peor de los casos llegaron a la deportación encubierta.
Los miles de cuadros que pintó, grabó y dibujó (se calcula que alrededor de seis mil) dan cuenta de la sociedad, el paisaje y la naturaleza; del funcionamiento urbano y rural, de las costumbres y clases sociales, a través de un detallismo obsesivo, de un registro minucioso, de una catalogación planificada.
En 1821 el pintor se embarcó en la expedición científica a Brasil organizada por el barón Georg Heinrich Langsdorff. Rugendas hizo su trabajo hasta que un incumplimiento contractual lo hizo retirarse del proyecto y abandonar la expedición. En Brasil registró, entre otras cosas, la vida cotidiana en una fazenda, donde la esclavitud formaba parte “natural” del paisaje humano.
A su vuelta a Europa conoció en París a Alexander von Humboldt, con quien lo uniría una amistad de por vida. Durante aquella estadía parisina, Rugendas frecuentó a dos de los pintores que marcaron a fuego la historia del arte francés en particular y europeo en general, así como el cambio estético que se dio entre las variantes neoclásicas y románticas: Delacroix y David. A partir de estas notorias influencias se contagia cierta atmósfera oscura a sus cuadros, cierto clima tenebroso que a veces se trasluce en obras crepusculares.
El sabio Humboldt estaba deslumbrado por los paisajes, la representación de la naturaleza y las crónicas visuales de Rugendas y lo sumó a su expedición científica americana. Con la epopeya humboldtiana, Rugendas continuó la aventura exploratoria que había comenzado con Langsdorff en Brasil. La ruta de Humboldt incluyó a Haití, México, Chile, Argentina, Perú, Uruguay y también Brasil, entre otros destinos, recorridos en los ocho años que pasaron entre 1827 y 1835. El pintor viajero registró todo lo que vio en minuciosos relatos visuales a los que a veces sumaba cierta afiebrada fantasía. Un breve muestrario de ese relato visual americano fue publicado como Viaje pintoresco, un libro de estampas que el artista editó en París. Rugendas frecuentó especialmente a la escala social dominante (en Perú retrató a los virreyes), pero su amplia mentalidad también le permitió el acceso a los demás sectores sociales.
Sarmiento, que se hizo amigo del pintor viajero, fue el que impuso el punto de vista de tomar al artista como cronista: más precisamente como historiador, de lo cual se derivaba naturalmente la conclusión de que sus pinturas, dibujos y grabados debían tomarse como documentos.
En este sentido, las escenas registradas por Rugendas eran el complemento informativo de las observaciones y apuntes de Humboldt: ciencia y arte, en la visión de Sarmiento, conformaban una alianza informativa, científica, historiográfica y documental.
Lo exótico está asociado estéticamente con el romanticismo y en ese encadenamiento sobreviene una paleta de colores, el protagonismo del mundo vegetal, ciertos personajes que anticipan el realismo, determinadas geografías y arquitecturas... En este sentido, en la obra de Rugendas se reúne el exotismo del paisaje con el interés descriptivo por el detalle. En sus cuadros de pequeño formato, el pintor describe la vegetación con tal precisión que los botánicos coincidieron en utilizar sus “ilustraciones” para hacer estudios comparativos entre especies. Sin embargo el apego por la realidad no le impidió al arista un uso de las líneas absolutamente refinado y personal. No se trata de una mera catalogación, sino también de un tono y de un registro estilístico.
El mundo nuevo, exuberante y alucinado que registró Rugendas pasó a formar parte del decorado europeo. Sus trabajos fueron utilizados para ilustrar papeles murales, tapices, azulejos, cerámicas y juegos de porcelana. América fue telón de fondo y objeto de uso de la alta burguesía europea. Hubo una célebre vajilla campestre de Sèvres que llevaba grabadas las vistas brasileñas de Rugendas. Parte del imaginario cristalizado que se tiene de Brasil en Europa surgió con la obra de Rugendas.
Luego de pasar por Haití, el viajero llegó a México a comienzos de la década del treinta y se internó para dibujar la geografía volcánica y tropical. “Este país –le escribió Rugendas a su hermana– parece haber sido creado para un pintor”, extasiado por los cambios del paisaje.
En 1837 Rugendas llegó a la Argentina desde Chile, donde había fijado residencia. Las correspondencias estéticas entre la generación romántica argentina y la obra de Rugendas generan lazos entre éste y Echeverría. El pintor –que ilustró La cautiva– se deslumbra con las Rimas del poeta, por considerarlas una pintura de las pampas.
Del mismo modo que el tout Buenos Aires, Rugendas frecuentó la amistad de doña Mariquita Sánchez, de quien pintó un célebre retrato. También el pintor experimentó las vueltas de la historia facciosa y sanguinolenta de las pampas como una forma inseparable del paisaje argentino: en esos vaivenes conoció a Echeverría durante el largo exilio unitario montevideano.
En la breve novela Un episodio en la vida del pintor viajero, César Aira transforma en ficción el modo en que la Argentina –como idea, como territorio, como suceso y como matriz cultural– modifica para siempre la vida y la obra de Rugendas a través de un episodio que tiene lugar en el cruce desde Chile hacia Mendoza. En esa transfiguración Aira convierte al naturalista Rugendas (que buscaba desesperadamente una revelación para cambiar) en un adelantado del surrealismo. Allí se juega la creación de un procedimiento, de una herramienta como clave de producción artística.
A mediados de la década del cuarenta, el pintor viajero se cruza a Sarmiento en Rio de Janeiro. Ambos se habían conocido en Chile, durante el exilio sarmientino. “Rugendas –dictamina Sarmiento– es un historiador más bien que un paisajista; sus cuadros son documentos en los que se revelan las transformaciones, imperceptibles para cualquier otro. Humboldt con la pluma y Rugendas con el lápiz son los dos europeos que mejor handescripto la América Latina.” En 1847 el pintor vuelve a Europa, donde es contratado por la corte de los reyes Luis I y Maximiliano II.
En 1858 se casa y un mes después del enlace se produce el episodio del desenlace final: la muerte por un infarto.
La muestra está organizada por la Fundación de la Cultura Prusiana y el Instituto Iberoamericano de Berlín. (MNBA, Libertador 1478, hasta el 18 de agosto.)