Viernes, 28 de agosto de 2009 | Hoy
A los pies de Nijinsky y de su mentor y amante Sergei Diaghilev, hace cien años el Ballet Ruso inventaba el séptimo arte antes de que el mote se lo llevara el cine. Fue un punto de clivaje en la danza, pero también un punto rojo en la historia de la homosexualidad: a estos “salvajes y desvergonzados” –como los calificaba la resistencia conservadora– los celebraron Jean Cocteau, Marcel Proust y Auguste Rodin, entre otros intelectuales de la época. Pero esa expresa intención de liberar no sólo el arte sino la moral sexual ya no impregna a la danza contemporánea. Hoy, incluso, asociar este lenguaje artístico con lo gay parece ser un viejo prejuicio a derribar.
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