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El ruido de una motosierra en nuestra ventana. Mi hija de tres años me dice: “¡El árbol!”. Yo con fiebre en cama, por suerte. Me asomo. Un hombre uniformado trepado en una rama, sin ningún arnés, sin ninguna “seguridad”; la parte inferior del árbol destrozada. Ramas gigantes cayendo en nuestro jardín, donde juega mi hija, donde hay animales. Por eso la fiebre se convirtió en fortuna. A los gritos trato de decirle al hombre que pare con el destrozo. Después de varios alaridos, lo consigo. Se acerca el encargado. Trato de explicarle que septiembre ya no es mes de poda, los troncos cayendo... me dice que “es en todo Buenos Aires”. Fue desgarrador imaginarlo. Ahogado en su propio discurso, ni siquiera esto le sale bien al jefe de Gobierno de la Ciudad. Ahí, donde concentra el presupuesto, aunque diga que es “mentira” (su palabra favorita ante todo lo que le sobra). Ahí donde hace unos meses se sacó la foto y convocó a la prensa con motosierra en mano trepado a un árbol, diciendo “comenzó la poda”. La poda comenzó mucho antes. Pareciera que el corte (recorte) mal dado y a destiempo es su sino. No sólo con los árboles claro. Son muchas las “caídas” en estos últimos días, lo sé, y algunas más dolorosas. El barrio está atestado de montañas de ramas. Por las veredas no se puede caminar: y otra vez sus propios argumentos en defensa de las libertades individuales y el derecho a circular nos golpean casi obscenos en nuestros oídos, frente a lo que vemos. “Rompieron el árbol de Buenos Aires”, me dijo mi hija. Traté de convencerla de que volverá a crecer. “Están rompiendo Buenos Aires”, pensé, pero no se lo dije.
Laura Rodríguez
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