Recuerdo cuando de pequeña me contaban que mi padre, entre otros, había traído la soja al país. Este era un proyecto destinado a complementar la nutrición de los más humildes, junto con los demás alimentos como la carne. Mi papá, Bernardo Palacio, estaba realmente interesado en ayudar a los más desprotegidos porque él mismo había tenido estos orígenes. Probar la soja en suelo argentino fue un emprendimiento estatal, porque para el empresariado de la época no era de interés “el alimento de los pobres”. Si viera mi padre el inmenso negocio que provocó este humilde proyecto y la cantidad de soja que se exporta mientras que en el país se sigue pasando hambre; si supiera él el uso indiscriminado de las tierras, el proyecto de los biocombustibles y el potencial peligro de que el precio de la soja se dispare, sinceramente se sentiría indignado.

Hoy, su hija sigue siendo kirchnerista, y la familia Palacio apoya el trabajo del Presidente en materia de DD.HH., el cambio en la Corte Suprema de Justicia, la derogación de las leyes de la impunidad, el crecimiento económico y las buenas intenciones en materia distributiva.

Pero así como a un padre, una hija, llegada la madurez, puede aportar en el camino del país, sumos reconocimientos, también debe hacer una crítica constructiva, por el bien de aquellos a quienes representó mi padre, los más humildes. Es por esto que me atrevo a escribir esta carta. Ya que el alimento de quienes menos tienen no puede escasear para que los ricos tengan combustible barato. Si el empresariado ahora ve un negocio en la soja y sus múltiples usos, que piensen al menos cómo vivió mi padre. Nació pobre, trabajó desde los ocho años, fue gremialista y trabajó para el gobierno peronista, pero al morir no dejó mucho más de aquello con lo que empezó en materia económica. Que piensen que los pobres de hoy pueden ser o no ricos mañana, pero que un hijo de un rico puede volverse pobre. De ser ése el caso, cómo piensan alimentar entonces a sus hijos.

Teresa Palacio

DNI Nº 24.717.614