CIENCIA › DIáLOGO CON CARLOS GIANELLA, PRESIDENTE DE LA CIC
Conocimiento y sociedad, ciencia y sistema productivo interactúan débilmente entre sí, por lo menos en la Argentina. ¿Es posible mejorar esa relación? ¿Es posible que la investigación científica se transfiera a la sociedad? El jinete pregunta y se queda con la duda.
› Por Leonardo Moledo
–Usted es ingeniero agrónomo, vicerrector de la Universidad de San Martín y es el presidente de la CIC. Hábleme de la CIC. Primero: ¿qué significa CIC?
–Comisión de Investigaciones Científicas. De la provincia de Buenos Aires
–Bueno, y ahora cuénteme.
–La CIC se creó como un organismo provincial descentralizado destinado a garantizar la existencia de la carrera del investigador en la provincia de Buenos Aires, algo similar a lo que sucedió unos meses después a nivel nacional con la creación del Conicet. Cuando llegué a la CIC en diciembre de 2007 estaba cumpliendo cincuenta años.
–Cincuenta años.... bueno, es como para publicar una historia de la institución.
–Se está escribiendo en este momento.
–¿Cuáles fueron las acciones de esos primeros años? ¿Organizar la actividad científica en la provincia?
–Sí, aunque con el tiempo comienzan a observarse algunas fallas, por ejemplo el problema de que el investigador no puede estar aislado, sin equipamiento, sin interacción con colegas de su carrera y de otras disciplinas para compartir resultados. Esto da origen a los centros, que se van creando en los años ’70 y ’80. Algunos de estos centros se organizan con las universidades. La CIC hoy tiene veinticinco centros de investigación, con la Universidad del Sur, con la Unsam, la UNLP, con el INTI, entre otras instituciones. Durante sus primeros cuarenta años promueve la educación universitaria y la formación de investigadores. La CIC es el gran organismo que apoya la creación de universidades, financia la creación de la Universidad de Luján y la del Centro.
–¿Y en los últimos años?
–Comienza a aparecer la preocupación por la aplicación y el aprovechamiento de ese conocimiento, porque en definitiva es lo que determina la competitividad y la capacidad de gestión de un país.
–Bueno, a ver, ¿y cómo se aplica?
–En dos vertientes, la demanda del sector privado y el público.
–El sector público es bastante remiso, ¿no?
–Sí, pero estamos trabajando para desarrollar esta demanda. El sector público tiene que buscar soluciones originales y tiene que recurrir al sistema de ciencia. Entre las cosas nuevas, hemos llamado a un concurso de financiamiento de proyectos de investigación de interés público. Hemos recibido ciento tres presentaciones de una gran variedad: educación, salud, medio ambiente, producción, agrarios. Estamos interesados en incentivar el hábito de la demanda.
La otra vertiente es la demanda del sector productivo, que es distinta. Mientras que el sector agropecuario tiene una intensa conexión con el conocimiento, que se canaliza a través del INTA, o los grupos I + D que tienen las empresas multinacionales radicadas en el país, publicaciones en diarios, mecanismos de difusión de tecnología, ferias a la que accede cualquier productor, este esquema no se da en el sector de industria y servicios. Por lo general en la Argentina se fomenta sólo la oferta del conocimiento, el llamado I + D, y no es que esté mal, pero es insuficiente.
–¿Por qué?
–Porque la oferta nunca llega al demandante. Si uno va a la empresa a ver cómo toman el conocimiento y cómo resuelven su competitividad, ve que lo resuelven a través de consultores, asistencia técnica, casas matrices en caso de las multinacionales. Y el empresario pyme resuelve su competitividad como puede. Hay una enorme oferta de conocimiento que no llega al sector productivo nacional, por eso tenemos que generar mecanismos de vinculación. Para eso organizamos un programa de modernización tecnológica: visitamos las empresas, los ayudamos a diagnosticar las necesidades de tecnología, y los ayudamos con el financiamiento. Hemos visitado quinientas veinte empresas en el último semestre y tuvimos un impacto del 40%.
–¿Qué quiere decir un impacto del 40 por ciento?
–Que cuarenta de cada cien hicieron un plan de mejora y modernización, con un 50% de financiamiento, con crédito fiscal, y los proyectos grandes los canalizamos vía el Fontar.
–La provincia de Buenos Aires concentra el 35-40% del total de cualquier sistema productivo del país, ¿sus empresas son innovadoras o no?
–Nosotros desarrollamos un índice de innovación e hicimos un estudio sobre una muestra de seiscientas empresas pymes de industria y servicios del conurbano norte. Observamos que la innovación es un fenómeno natural: es la incorporación de conocimiento para mantenerse en el mercado y competir. Para cambiar el producto, el sistema de producción; si no se hacen los cambios, habitualmente esa empresa se funde. Aun una panadería. No hay que inventar la innovación. El 25% de las empresas es muy innovador. Pueden competir a nivel internacional, pero necesitan más acompañamiento del Estado. Hay que hacer una organización sistemática e integral de la ayuda para exportar, ésa es la ayuda que necesitan. El Estado ayuda pero es más lo que podría hacerse. Si el Estado ayudara a que la industria fuera competitiva como lo es el sector agropecuario, tendríamos un país integrado, para todos. Con el sistema agropecuario sólo, tenemos el país de 1910, con 80% de excluidos.
–El país de las vacas y las mieses.
–Y las miserias. Para tener un país integrado necesitamos industrias competitivas, que es lo que vino después con la sustitución de exportaciones.
–Hace muchos años que escucho el mismo discurso de unificar industria y ciencia...
–Entiendo, pero le estoy hablando de hechos, de políticas públicas concretas. Por ejemplo, estamos organizando para agosto una megaexposición llamada Tecnopyme Activa para que los empresarios conozcan e interactúen con las diferentes soluciones tecnológicas de software y hardware disponibles según sus necesidades.
–Una Expo como existe en el sector agropecuario.
–Así es. Van a poder acceder a la tecnología que hay, a un costo cero para ellos.
–¿Hay cultura técnica en el país?
–Sí, la hay, pero estuvo herida de muerte con las políticas de Martínez de Hoz. Ahora los empresarios la han recuperado y reconocen el valor de sus recursos humanos. Tratan de no echar a nadie, porque si se van, esas capacidades o know-how son tomadas por la competencia.
–Bueno, ante este diagnóstico, cuando pase esta crisis global, la cuestión sería animarse a innovar.
–Creo que hay que releer al profesor Bengt-Ake Lundvall, especialista en economías de la innovación, quien plantea que un sistema nacional de innovación depende más de las capacidades de aprender del conjunto del sistema, que del fomento del I + D. No lo excluye, pero dice que el fomento del I + D por sí sólo no alcanza.
–¿Quiere decir que la innovación es un sistema de aprendizaje?
–Que se da de varias maneras: con los sistemas de aprendizaje institucionales, que pueden ser intraempresas, entre empresas, y en los organismos. Por ejemplo, las empresas que aprenden a exportar juntas, los organismos que desarrollan líneas de investigación integrados al sistema productivo o que aprenden a transferir. Esa forma de aplicación del conocimiento vuelve competitivo un sistema económico.
–¿Cómo hacer para no entrar en la remanida separación entre ciencia básica y ciencia aplicada?
–Para mí no existe tal diferencia. El Estado tiene que ser el primer financiador de la ciencia básica. Es imprescindible. Nosotros ampliamos el financiamiento a la investigación básica en los laboratorios, apoyamos la investigación. Nuestra fórmula es: “I + D + i” Una suma de Investigación + Desarrollo + innovación. Producto de esta concepción, el ministerio nacional se llama Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva.
–¿Cuantos investigadores tiene la CIC?
–En su plantilla tiene doscientos treinta investigadores, doscientos sesenta profesionales y doscientos becarios, que interactúan con investigadores del Conicet y las universidades.
–¿Cómo sería un ejemplo de demanda desde el Estado de una innovación?
–Los temas ambientales son un buen ejemplo. Para descontaminar el río Reconquista y el Riachuelo, hay que hacer un escalonamiento, gradualmente, no se puede resolver en un día...
–Ni en mil días...
–... tiene que haber financiamiento para las empresas y tienen que trabajar investigadores de distintas ramas. Con el problema de las bolsitas de polietileno del supermercado, estamos asesorando y armando un grupo de investigación de materiales biodegradables, avanzamos hacia una progresiva reconversión, pensamos en un plazo de tres, cuatro años para llegar a la biodegradable. Frente al problema del agua potable, y la presencia de arsénico y flúor en el agua, hemos construido cuatro plantas piloto que pueden producir mil quinientos litros cada seis horas. Las instalamos en las escuelas rurales, son fáciles de utilizar. Las vamos a operar durante un año para poder desarrollar una tecnología económica capaz de purificar agua para poblaciones de hasta diez mil personas. Se basa en un sistema de filtro por arcillas desarrollado en un centro de la CIC en Tandil.
–Está claro.
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