CIENCIA › DIáLOGO CON ROBERTO ETCHENIQUE, DOCTOR EN QUíMICA, INVESTIGADOR DEL CONICET
Cerebros, computadores, circuitos eléctricos y químicos y comunicación, sobre todo entre cerebros y computadoras. Estos son los temas que dejan pasmado al jinete, que cree vivir un instante de ciencia ficción.
› Por Leonardo Moledo
–En el mundo hay dos grandes tipos de sistemas de información. Uno son las computadoras, que son más o menos todas descendientes de la primera computadora digital, en la década del ’40. El otro gran grupo son los cerebros, que son todos descendientes de un organismo con ganglios neurales y con sistema nervioso que tiene ya entre cientos y miles de millones de años.
–Hay un cuento de Asimov en el que hay otra inteligencia en el mundo.
–Bueno, yo creo que hay muchos más sistemas de información en el universo, pero no creo que haya otro sobre la faz de la tierra. Hay, sí, computadoras analógicas que resuelven pequeños problemas, pero van desapareciendo. La relación que tenemos actualmente entre los cerebros y las computadoras (digitales) es muy dispar. La computadora más grande que hay hasta este momento tiene la complejidad del cerebro de una abeja. El cerebro de un hombre o el de un delfín es millones de veces más complejo que la mejor computadora. Ahora se están empezando a hacer computadoras cien veces más grandes que el de una abeja, con lo cual nos acercaríamos al cerebro de un pez. Pero ni de lejos al del cerebro de un ratón. Una cosa que podemos ponernos a considerar es cómo nos comunicamos con el cerebro y con la computadora. En todo el mundo nosotros nos vinculamos con la computadora a través de dos cosas: el mouse y el teclado. Ni siquiera entienden la voz humana, la interfase que tenemos con el mundo de las computadoras es una interfase tosca, primitiva. Los cerebros nuestros, en cambio, operan con señales distintas: con señales químicas, internamente, y se comunican con otros cerebros (de otros hombres o de un perro, por ejemplo) mediante señales mecánicas (auditivas o a través de la luz visible por medio de los ojos). Sería interesante poder comunicarse con las computadoras como uno se relaciona con su propio cerebro. Veamos un ejemplo: si yo pienso en la multiplicación de 8 por 7 me viene a la mente el 56 . En cambio si pienso en coseno de 22º, no me viene nada a la mente. Ahora bien: si uno pudiera comunicar una computadora con un cerebro, uno podría pensar en el seno de 22º y le viene a la mente el número. Uno podría, si se comunicara con una computadora, recordar imágenes que de otro modo no recuerda.
–Usted lo que dice, entonces, es que sería ideal tener como prótesis una computadora trabajando prácticamente sin interfase. Como los anteojos...
–O los libros. El libro es esencialmente información conceptual. Uno podría meter esa información conceptual en el cerebro guardada en algún lado y leerlo rápidamente. Todas estas cosas tienen una línea conductora: cómo relacionar la computadora y el cerebro. La computadora se maneja con señales eléctricas, mientras que el cerebro se maneja fundamentalmente con señales químicas. Hay señales eléctricas, pero esas señales funcionan como interfase entre dos señales químicas: la comunicación eléctrica es muy básica y de baja calidad de información. El cerebro maneja bien el circuito químico y lo puede modificar: cuando aprendemos, modificamos la forma que tiene nuestro cerebro de enviar señales químicas a otro lado. Lo que hago en el laboratorio es tratar de diseñar sistemas que permitan la comunicación entre las señales químicas y las eléctricas. Uno agarra el cerebro (generalmente de un animal), se le ponen electrodos, se recuperan algunas neuronas y se monitorea lo que pasa.
–¿Y esto lo hacen sobre cerebros de animales?
–Lo hacemos sobre rodajas de cerebro de ratón o sobre cerebros de sanguijuela. La ventaja que tiene la sanguijuela es que tiene como 20 cerebros y que, además, al ser un animal tan inmundo no da pena.
–¿Se hacen con anestesia previa esos experimentos?
–Con la sanguijuela no, con el ratón sí. De hecho, después del experimento el ratón vive normalmente. Uno puede acceder a ver lo que pasa en el cerebro del ratón a través de elementos que cambian su fluorescencia cuando las neuronas están excitadas. Uno puede, de esa forma, mandar información al cerebro y recibir información; con las técnicas que se usan sólo hace falta dejar una ventana transparente para que pase la luz (en eso consiste la operación que se le hace en el quirófano antes del experimento: en dejar una ventana transparente).
–¿Y entonces?
–Entre esto que le estoy contando y la comprensión cabal de los códigos que usan los cerebros hay una distancia enorme. Hoy sabemos que todas las computadoras, más o menos, tienen los mismos códigos. No estamos tan seguros de que esto mismo pase con el cerebro. La diferencia de circuitería entre dos humanos diferentes es mucho más grande que la diferencia de circuitos entre dos PC. Nuestros drivers, probablemente, se vayan generando poco a poco a lo largo de la vida. Hay casos médicos para ejemplificar: personas que nacieron ciegas, que se les diagnosticó (mal) una ceguera cerebral en la década del ’40 (cuando en verdad lo que tenían era una simple catarata), son operadas en la década del ’70 y vuelven a tener ojos que funcionan. Pero sin embargo siguen sin ver: el cerebro mismo rechaza esos ojos. Habiendo estado privados de esa función durante treinta años, el cerebro usa el espacio para otra cosa. Si yo me dediqué desde hace 20 años a catar vinos, tengo una parte del cerebro desarrollada que otros no tienen. No queda claro que si uno toma esa parte desarrollada de un cerebro y la extrapola a otro, esa información vaya a ser procesada.
–Yo pensaba en cosas más básicas...
–Hay un experimento interesante que se hace con un mono. Se le conectan electrodos en la cabeza y se lo inmoviliza en una silla. El mono está conectado a una computadora, que está conectada a un brazo mecánico. El mono aprende que, si piensa determinadas cosas, el brazo mecánico se mueve y le lleva la banana a la boca. De alguna forma la computadora detecta cómo codifica el cerebro la información que les manda a los brazos, o a las distintas extremidades, para agarrar algo. Eso tiene implicaciones médicas muy fuertes, como se imagina. El problema más grande no pasa por entender qué es la conciencia, o la inteligencia, o los códigos, sino por cosas más banales como entender de qué manera se puede evitar que el sistema inmune rechace los electrodos implantados. Poco a poco eso se va solucionando.
–¿Y qué están haciendo específicamente en el laboratorio?
–Estamos tratando de hacer compuestos para espiar esos cerebros que funcionen con luz visible. Lo que hay hasta ahora son compuestos que funcionan con luz ultravioleta (que destruye el tejido celular). En este momento tenemos los compuestos para ser usados con luz visible más eficientes del mundo.
–Todas estas investigaciones resultan inquietantes. Por ejemplo, yo pienso que sería maravilloso aprender un idioma mediante un chip. Pero hay otras cosas, como por ejemplo los libros. El libro parece una invención que no puede modificarse mucho, como el vaso para tomar agua. Se modifica el material, un poco la forma, pero la esencia es la misma.
–Bueno, ahora está cambiando un poco. Los primeros libros, apenas creada la imprenta, trataban de emular el pergamino. Con el tiempo se dieron cuenta de que eso no servía para nada, que lo importante son las letras que tienen adentro. Actualmente está cambiando el soporte del libro: no le queda mucho tiempo al papel. El problema de Botnia no se genera porque la humanidad es buena y Finlandia es mala. Se genera porque la gente quiere papel y las fábricas más contaminantes de papel son las de papel bueno, lo cual significa llenar el ambiente de compuestos azufrados y olorosos.
–¿Cómo está cambiando el libro?
–Hoy por hoy se está yendo hacia un libro bochornoso y berreta y que funciona muy mal (tal vez tan mal como el libro de Gutenberg) que es el ebook, el libro que es como una pantallita y uno va pasando las páginas. Pero tiene poca luz, mala resolución, el libro es grandote, caro y lo roban en el subte. No es una excelente alternativa. Ahora bien: eso probablemente cambie, se abarate, mejore. De todos modos, va a seguir siendo más o menos lo mismo. Palabras.
–Palabras, palabras, palabras.
–Lo que cambia es el soporte material. La esencia del libro no es el papel, eso cambió: fue piedra, fue arcilla, fue papiro, fue pergamino. La próxima será silicio (no creo que dure mucho) y después, por qué no, nada. –Como en Fahrenheit 451, donde cada uno se aprendía un libro de memoria.
–Y además, se lo puede compartir. ¿Por qué no recordar los libros? No todo el tiempo, pero sí cuando queremos. Tenerlos incorporados dentro nuestro y acceder a ellos. Alguno puede pensar que esto nos vuelve un poco androides, poco humanos. Sí: como los anteojos.
–Da la sensación de que son un poco más que los anteojos.
–Pero probablemente, en su momento, los anteojos eran más que los anteojos. Eran más avanzados, por ejemplo, que un bastón.
–Lo que yo me pregunto es si este tipo de cosas no son una extrapolación un poco exagerada para este momento. Por ejemplo: los anteojos están muy bien, pero meter un microscopio y un telescopio en el ojo...
–Si se pudiera, ópticamente, ¿cuánta gente veríamos con microscopio y telescopio? ¡Todo el mundo! ¿O acaso no tenemos un celular en la mano desde que se puede? No es algo normal. No es normal que un ser humano hable con otro ser humano que esté en la otra faz de la Tierra. Los seres humanos no evolucionamos para eso.
–No biológicamente, pero sí culturalmente.
–En los últimos doscientos o trescientos años. La cultura del último millón de años del ser humano fue vivir en bandas de 50 personas y matar al enemigo.
–Yo no digo que tengo una objeción. Pienso que, tal vez, es una cosa innecesaria. El libro, salvo por el problema de los bosques, me parece que alcanzó una estabilidad que no sé si hace falta modificar. La pregunta es si no estamos yendo un poco lejos. Aunque para acceder a esa tecnología casi de ciencia ficción hacen falta siglos.
–Y sí.
Sí. Yo me imagino una supercomputadora parecida a la que describe Asimov en Fundación y Tierra: una mesa con un par de manos dibujadas; uno pone las manos, de pronto siente que esas manos se hunden y allí está en contacto con la computadora, que le proyecta un mundo virtual sobre la mente. Es completamente externo: el tipo no tiene nada, se conecta a través de sus manos. Es una especie de realidad virtual.
–Hay otro problema, que es que no sabemos casi nada del cerebro.
–Es verdad. Sabemos cosas muy toscas.
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