Mié 15.07.2009

CIENCIA  › DIáLOGO CON MARIO MOLINA, PREMIO NOBEL DE QUíMICA 1995

Conversando con un Premio Nobel

Esta vez, el jinete tuvo que cruzar el océano (cosa nada fácil cabalgar sobre el agua), hasta la bella ciudad alemana de Lindau, una isla sobre el lago Constanza, donde año a año se realizan encuentros entre ganadores del Premio Nobel y jóvenes científicos de todo el mundo.

› Por Leonardo Moledo
y Mario Rosato

Desde Lindau, Alemania

Y así es: en Lindau, durante el evento número 59 de este tipo, el jinete, invitado (aunque no como Premio Nobel ni como joven investigador, sino, precisamente, como jinete que contempla el mundo con serena displicencia) se deslizó entre los “laureados” hasta acorralar a algunos de ellos contra el grabador. Irán apareciendo sus palabras aquí, en los próximos miércoles. Empezando por el mexicano Mario Molina, que recibió el premio máximo en 1995 por haber descubierto, en 1974, que los clorofluorocarbonados (CFC), lejos de ser inertes, como se creía, debilitan y eventualmente destruyen la capa de ozono. Escuchémoslo, empezando por el principio.

–¿Cómo se habla con un Premio Nobel?

–Como con cualquier otra persona. ¿Por qué lo pregunta?

–Preguntaba por preguntar. O tal vez me estoy contagiando del ambiente... mmmmm... Aunque seguramente ya se lo preguntaron mil veces: ¿qué se siente al ser Premio Nobel?

–Es muy emotivo, ya que es una culminación de las actividades científicas de una vida. Es un símbolo.

–¿Ser Premio Nobel es una especie de nobleza actual?

–En cierto sentido, sí. Pero yo lo transformo en responsabilidad. Gracias a haber ganado el premio, uno cuenta con cierta audiencia que puede utilizar de manera atinada y responsable o no. Uno se ha convertido en un representante de la ciencia, del pensamiento científico, y en el caso de los que provenimos de países en desarrollo, debemos contribuir a su desarrollo en nuestros países.

–León Lederman decía que después de ganar el Premio Nobel lo consultaban sobre todo.

–Sí. Repentinamente uno se convierte en un experto en todo. Por eso hay que saber cuándo negarse a opinar. En un caso como éste, por ejemplo, yo estoy opinando sobre lo que debe hacer la sociedad. Pero no estoy opinando como científico, sino como individuo. Hay algo, de todas maneras, que tenemos que tener en cuenta: es parte de la ciencia el no hablar con certeza.

–¿La ciencia es el camino para el progreso de las sociedades?

–No es el único, pero sí es parte fundamental. Está muy claro que las sociedades que han progresado son las que han invertido en desarrollo científico y tecnológico. Y los países como México, que invierten poco, están realizando una mala inversión a largo plazo.

–¿O es al revés? ¿Que las sociedades que se desarrollan invierten en ciencia?

–Creo que es un ida y vuelta. Lo que está claro es que no es suficiente esperar a tener recursos, porque mientras tanto uno sale perdiendo...

–En aquel momento en que usted y el profesor Rowland tuvieron la intuición de que los clorofluorocarbonados no eran gases inertes estaban yendo contra la corriente. Porque todo el mundo pensaba que eran gases inertes que no afectaban la atmósfera. ¿Cómo se les ocurrió que no era así? ¿Fue intuición?, ¿creatividad?

–Quizá fue a través de una pregunta que no se hacía, que era: ¿qué les pasa a estos compuestos en el medio ambiente? Tratando de evitar los prejuicios de que tuvieran una consecuencia ambiental. Pero sí sabiendo que son compuestos no naturales que se encuentran en un momento dado en el medio ambiente natural. Entonces nos preguntamos qué procesos existen en la naturaleza para completar el ciclo de descomposición de estos compuestos tan extraordinariamente estables. Porque de eso dependía qué tanto se iba a acumular en la atmósfera. ¿Se acumularían indefinidamente? ¿Algo los detendría? Esas fueron las preguntas iniciales. Después nos enteramos de que había otros grupos de científicos, con los que no estábamos en contacto, que habían estudiado básicamente lo mismo y habían concluido que estos gases eran tan inertes que no había razón para preocuparse. Nosotros, empezando por otro lado, llegamos a la conclusión de que, por el contrario, reportaban un problema ambiental muy serio.

–¿Y la ciencia en general funciona así? En filosofía de la ciencia, uno podría pensar, básicamente, en dos mecanismos de funcionamiento. Uno, baconiano, tiene más que ver con el tanteo y la intuición. El otro es el deductivo. Su descubrimiento: ¿cómo fue?

–Más bien de manera espontánea, tratando de avanzar en el conocimiento y estando pendientes de todas las modificaciones que se producían en el avance del conocimiento. Esto contrasta con una ciencia de tipo más aplicado, que se propone resolver un problema más particular.

–¿Pero ustedes intuían que esos compuestos eran no inertes o simplemente querían saber?

–Por un lado lo intuíamos: pensábamos que en el medio ambiente algo les iba a pasar. Pero no sabíamos que podían hacer algún daño. Ya por aquel entonces empezaba a surgir el problema de la contaminación atmosférica, y no parecía muy acertado mandar cosas a la atmósfera sin saber siquiera lo que a esas cosas les iba a ocurrir. Ese fue el pensamiento de fondo.

–O sea que fue ciencia baconiana, inductiva.

–Sí. Pero estábamos preparados para recibir el resultado. Es un tema interesantísimo el de cómo funciona la ciencia fundamental, en la que no podemos predecir los usos que haremos de ella. Parte de lo que hicimos, por la naturaleza misma del tema, fue avanzar en el conocimiento de la química, de la dinámica molecular, y eso ha contribuido a entender mejor reacciones químicas con radicales libres. Nos sentimos satisfechos al haber contribuido al avance de la ciencia, no sólo de una manera aplicada. En este caso, una vez que hicimos la hipótesis, los pasos fueron más convencionales. Se trataba de intentar ver si se podía comprobar o rebatir la hipótesis con experimentos.

–Y en el momento en que ustedes descubrieron la peligrosidad de estos gases, ¿se encontró mucha resistencia por parte de los fabricantes?

–Inicialmente sí. Por un lado, era un grupo relativamente pequeño de grandes industrias químicas, lo cual fue una ventaja para poner en discusión este tema. Era difícil de aceptar que estos gases invisibles fueran tan dañinos. Pero hubo un cambio. La industria más importante dijo que, si la ciencia demostraba que eran peligrosos, detenía la producción. Y es lo que se hizo. Al principio, cuando tan sólo teníamos la hipótesis, no podíamos exigirles nada a las industrias. Cuando la verificamos, quedó claro que era necesario tomar acciones.

–Hablemos un poco del cambio climático. ¿Cuál es el rol de Latinoamérica en este sentido?

–Uno podría pensar que no es uno de los principales emisores de gases, pero eso sería un error. Es importantísimo que todo el planeta se ponga de acuerdo. No se pueden dejar grandes zonas fuera de ese acuerdo internacional. Además, somos parte de la economía global, lo que implica que tenemos que operar con las mismas reglas. Y si nos movemos todos juntos, es una contribución que no es despreciable. El Amazonas es vital para el planeta. Hay que tener en cuenta que la crisis del cambio climático es un fenómeno que nos va a acompañar por lo menos todo el siglo.

–¿Y es tan apocalíptico como se piensa?

–Sí, pero yo soy optimista. Es apocalíptico si no nos ponemos de acuerdo y seguimos funcionando ignorando el problema. Si no hacemos nada, hay un riesgo de que haya catástrofes muy importantes. Por ejemplo, si sube el nivel del mar muchos metros y se producen inundaciones, habrá miles de millones de personas desplazadas. Pero tenemos la solución a la mano: sabemos el riesgo y podemos evitarlo.

–Hay mucha gente que no cree en el cambio climático, que cree que eventualmente podría ser parte de un ciclo de la Tierra.

–Eso es falta de información, y no está aceptado para nada por la comunidad científica. Los ciclos se conocen muy bien: responden a variaciones en parámetros de la órbita terrestre. Es física de Newton. Sabemos muy bien, con muchísima claridad, cómo cambian los climas. Creer que este cambio climático es parte de un ciclo es como tener un tumor y no ir al médico porque sabemos que la gente, en general, se enferma y se cura, y entonces nuestro tumor es parte de un ciclo natural. Eso es una estupidez.

–Hay geólogos que hablan del calor radiante del núcleo y del manto...

–Sí, pero eso es despreciable, y no afecta el clima. Más significativa podría haber sido una variación en la intensidad solar. Pero la incidencia sería del 10 por ciento de los cambios que observamos. Eso, que se ha propuesto como una alternativa seria, está básicamente descartado.

–Hace dos años hubo 100 científicos que firmaron un comunicado a la ONU asegurando que no se podía detener el cambio climático, que era una constante en la historia de la humanidad, etc.

–Yo le puedo asegurar que, si nos ponemos a buscar, también podemos encontrar 100 científicos que afirmen que la Tierra es plana.

–De hecho, existe una Sociedad de la Tierra Plana. ¿Y estamos a tiempo de salvar el problema del cambio climático?

–Estamos a tiempo, pero ya es urgente. Hemos cambiado el clima, pero lo que nos preocupa es llegar a un punto de no retorno.

–¿Y cuál sería ese punto?

–Hay varios. Algunos ya están sucediendo, como por ejemplo el derretimiento del hielo del Artico. Hay derretimiento, también, en la Antártida del oeste. En el medio hay otros: que cambie la circulación de los océanos, que el clima cambie tanto que se produzcan sequías en el Amazonas, que se produzcan monzones en Asia y Africa, etc. Todos estos puntos son muy preocupantes y son muy difíciles de predecir.

–¿Un científico debe saber de filosofía de la ciencia?

–Sí, creo que es parte de una formación integral. De la misma manera, un científico debería saber de arte. No aprenderse de memoria el nombre de artistas, pero sí poder gozar con el arte.

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