CIENCIA › ESTEBAN LAVILLA, DOCTOR EN ZOOLOGíA, INVESTIGADOR DEL CONICET
Esta vez el jinete se enfrenta a la extinción: de los anfibios, nada menos, que corren el mismo riesgo que los dinosaurios en su día. Un hongo muy pequeño es el responsable de este asesinato en masa.
› Por Leonardo Moledo
Desde Tucumán
–¿Sabe que es raro esto? Es verdad lo de “desde Tucumán”, pero al mismo tiempo también es verdad que lo estoy escribiendo al lado del mar...
–Son esas cosas incomprensibles de la ciencia.
–Usted se define como zoólogo.
–Bueno, soy doctor en Biología con orientación en Zoología. Toda mi vida he focalizado sobre animales, específicamente en anfibios. Y dentro de los anfibios hice un largo recorrido que empecé estudiando las etapas inmaduras...
–Estudiando renacuajos...
–Sí, mi tesis de licenciatura y mi tesis doctoral fueron sobre renacuajos; y en aquella época, comienzos de la década de los ’80, en el mundo éramos solamente doce personas las que nos dedicábamos a estudiar renacuajos. Esto era al mismo tiempo un abanico de oportunidades increíbles y un abanico de frustraciones también grandes, porque teníamos falta de acceso a la información, falta de información publicada, y había que fundar toda la rama.
–Hablemos de los anfibios.
–Desde el punto de vista científico duro se puede decir que los anfibios son el grupo más evolucionado de animales que mantienen una etapa larval de vida libre. Esa ontogenia, ese sistema de desarrollo, que se puede ver en tiempo real, está abriendo una serie de ramas de estudios que no da otro tipo de animales. La mirología es la base de un montón de cosas y ahí usted ve debajo de una lupa y con tecnología muy barata, las cosas que están pasando en tiempo real. Y hay cosas que las puede registrar y que no se pueden hacer con un ave y mucho menos con un mamífero.
–Los anfibios son los eternos desubicados. No son animales completamente acuáticos ni completamente terrestres. ¿Están en extinción o gozan de buena salud?
–Claro, suman las ventajas de un animal que vive en los dos ambientes y suman las tremendas desventajas de un animal que vive en los dos ambientes. En este momento los anfibios están sufriendo un proceso de declinación y extinción a nivel mundial, comparable solamente a la extinción de los dinosaurios del Cretáceo. Es así de grave. Es la acción sinérgica de un montón de factores. Pero lo que se lleva las palmas es la aparición de un hongo llamado Tacrocrinium bendobatrifis, que se ha definido entre los biólogos como aquel que asesina a los animales en formol y los insulta en latín. Este hongo ataca la piel de los anfibios y los mata en muy poco tiempo, y eso es algo que nos agarró completamente desprevenidos. En 1989 hicimos el Primer Congreso Mundial de Art Etología que es la rama de la ciencia que estudia los anfibios y reptiles, en Londres, y notamos que eran fenómenos locales de magnitud global. Los anfibios se estaban extinguiendo en Panamá y en Australia: uno de los casos mas emblemáticos de extinción es el sapo dorado de Costa Rica. La cuestión es que con esta historia las declinaciones poblacionales y las extinciones que se venían provocando nos parecían cosas de brujas, hasta que a mediados de los ’90 se aísla y se advierte que este hongo proviene de una sola cepa, ya que todas las muestras dan 99 por ciento de coincidencia en el ADN, y que es una enfermedad emergente que se dispersa en forma explosiva con una situación comparable a lo que pasó con las epidemias de gripe aviaria o de sida. El problema que hay es que aún no está identificada una forma de resistencia del hongo y no podemos explicarnos cómo se produce esta transmisión tan rápida y tan global. En un momento se sospechó que nosotros éramos los responsables, pero no hubo ningún biólogo que estuviera trabajando simultáneamente en Africa, América Central y Australia que pudiera llevar los contagios. Y además aparecen poblaciones moribundas de anfibios con el hongo en lugares tan aislados como en algunas lagunas arriba del Cuzco, a casi 5 mil metros sobre el nivel del mar, donde nunca entró un artetólogo. Eso lo descubrió un grupo de gente que estaba estudiando el cambio climático. Tucumán tiene el mal honor de tener las dos especies declaradas extintas de anfibios de la República Argentina, eran endemismos del Valle de Tafí y de la Yunga. Eso quiere decir que en el único lugar del mundo donde existían esas especies eran aquí en Tucumán y en Tafí.
–¿Qué hipótesis hay respecto del hongo?
–Ninguna. Lo que tenemos es una tormenta de ideas, un abanico de posibilidades y estamos absolutamente desconcertados.
–Me gusta oír a un científico decir que está desconcertado. ¿Usted estudia el hongo?
–No, yo no estoy trabajando con el hongo. Codirijo a un grupo de gente que sí lo estudia y que está dirigido por Mónica Estesiou del Instituto Espegazzini, que es un instituto especializado en hongos de la Universidad de La Plata.
–¿Y cuál es su proyecto de investigación?
–Mi proyecto de investigación es es la metamorfosis del esqueleto en los anfibios, tratando de buscar una mejor comprensión de las homologías, que son las equivalencias de los caracteres entre un grupo y otro. Es una rama que tiene fundamentalmente un sentido teórico, pero que sirve de sustento para todas las reconstrucciones de las relaciones de parentesco que tienen los anfibios evolutivamente. Además soy un biólogo de campo que por otro lado hace taxonomía clásica: soy un convencido de que la Argentina necesita todavía más naturalistas de uñas sucias que investigadores de rata blanca. Tenemos una gran parte del patrimonio biológico aún desconocido y estamos en una competencia tremenda, por ejemplo, con el avance de la frontera agropecuaria, los cambios de paisajes, y estamos medio desesperados tratando de inventariar la riqueza faunística del país.
–¿No se peinó todo el país?
–No, para nada, nunca. Nunca hubo una política coherente de relevamiento taxonómico de la República Argentina. Es más: en este momento, la sistemática, la taxonomía, es la Cenicienta de la ciencia, es algo que hasta es medio mal visto y no da mucho puntaje. De hecho, las mejores revistas de publicación zoológica no tienen el mismo índice de impacto que puede tener una revista de neurociencia, por ejemplo. Y formar taxónomos clásicos, que son los más necesarios, es una tarea muy larga, lleva por lo menos 10 años.
–¿A qué se debe que sea la Cenicienta?
–Hay un problema básico: tradicionalmente a la taxonomía se la enseñó como una cosa tremendamente aburrida, estudiar taxonomía era casi como aprenderse de memoria la guía de teléfonos. El problema es que eso fue una mala política educativa, porque en realidad la taxonomía es realmente maravillosa. Por ejemplo, con dos colegas de EE.UU., uno de Brasil y uno de Uruguay, acabamos de enviar un trabajo estrictamente taxonómico en el que creemos haber solucionado un problema que tiene 251 años.
–¿Cuál es?
–El nombre de nuestra rana común. Nosotros a nuestra rana común argentina, a la famosa rana criolla, la llamamos Lecteolatilus oselatus, y eso supuestamente fue descripto por Linneo, el padre de la taxonomía, en la décima edición del Sistema Naturae en el año 1758 como rana ocelata. Haciendo arqueología bibliográfica nos damos cuenta de que en realidad Linneo se había basado para eso en un trabajo de un señor llamado Bravne, que describía una rana arborícola de Jamaica, y que después por estos avatares de confusión de estos 151 años el nombre terminó puesto en esta rana de la Pampa Húmeda. Para terminar de escarbar la cosa, nuestro trabajo tiene 120 citas bibliográficas, todas anteriores al 1800. Y para resolver un problema taxonómico tuvimos que llegar a estudiar los sistemas de comercio que tenía la Compañía Holandesa de Indias en el siglo XVIII
–Esos no serán los problemas más normales que ustedes atacan.
–No, no son los problemas más normales. Pero sirve para mostrar que la taxonomía, la Cenicienta, está inserta en una esfera mucho mayor, donde el conocimiento del animal es solo un detalle, y lleva a explorar cosas de una cultura extrabiológica que enriquece muchísimo.
–¿Existen los taxones de la naturaleza?
–Están los que dicen que los taxones no existen y están los que sostienen lo contrario. Yo estoy convencido de que las especies existen en la naturaleza, porque hay una respuesta que da la misma naturaleza y es que hay parásitos específicos para determinados grupos y especies, que no atacan a otras especies. Eso está diciendo: si yo como ser humano con un sistema de percepción determinado, que lamentablemente no puedo transferir, identifico el objeto A que tengo enfrente como una entidad independiente, y al mismo tiempo otro animal u otro virus u otro hongo es capaz de identificar a eso como una individualidad y no otra cosa, estoy teniendo alguna prueba de que hay entidades discretas en la naturaleza y que no son construcciones. La otra visión parte de la base que todo es una construcción del lenguaje.
–Usted me habla de especies...
–Es que son el taxón perfecto.
–Mmm... sí, pero no me dijo si existen en la naturaleza los géneros o las familias. ¿Y el cladismo?
–El cladismo es una de las revoluciones más interesantes. Es un sacudón que le hacía falta a la ciencia. En 1950 se producen varios quiebres tecnológicos, a los cuales todavía estamos tratando de acomodarnos. Por un lado aparece Popper, que nos da un nuevo concepto de qué es ciencia y qué es no ciencia. Y por el otro lado aparece Willi Hennig, que con una genialidad impresionante nos dice que no tenemos que analizar las cosas que separan sino que en realidad tenemos que analizar las cosas que unen. La base del cladismo está en la herencia de los caracteres compartidos. Un grupo que comparte un conjunto de caracteres forma un clado y se va a diferenciar de otro grupo que comparte otra serie de caracteres, pero las diferencias se dan en los caracteres homólogos, de ahí va el estudio de la ontología en el desarrollo del cráneo de los renacuajos, como venía comentando. Uno puede ordenar una biblioteca por el color de los lomos de los libros o por alfabeto de autor o alfabeto de título. Y más o menos eso es lo que se venía haciendo con la clasificación de los animales antes del cladismo. Ahora el cladismo nos da una herramienta lógica para que la clasificación refleje de algún modo las relaciones de antecesor y descendiente, o sea, cada clasificación es en sí misma una filogenia.
–¿Hay algo más que me quiera contar?
–Sí, que sería tremendamente interesante que la comunidad argentina se entere de que estamos en un momento de crisis biológica, un momento en el que estamos envenenando el país por un rédito del cual disfrutan pocos y las consecuencias las pagamos muchos.
Informe: Ignacio Jawtuschenko.
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