Mié 05.05.2010

CIENCIA  › ENTREVISTA CON DIEGO VáZQUEZ, DOCTOR EN BIOLOGíA

Polinízate, polinízalo, que te conviene

Jineteando por Mendoza, se encontró el jinete, si se permite la repetición, con un estudioso de las plantas y las flores... No, en realidad un estudioso de las interacciones entre los bichos y las flores. Bueno, y aquí está el diálogo.

› Por Leonardo Moledo

–Bueno, usted es doctor en Ecología y Biología evolutiva, investigador del Conicet y profesor en la Universidad Nacional de Cuyo. Cuénteme qué hace...

–Trabajo en ecología, específicamente en interacciones entre plantas y animales. Lo que más estudio son interacciones entre las plantas y los insectos que las polinizan. Usted sabe que la miel la producen las abejas. Hay 11 mil especies que hacen eso como parte del proceso de alimentación de las larvas. Con toda esa diversidad de especies de abejas hay una enorme riqueza de interacciones. Lo que yo hago, entonces, es estudiar lo que podríamos llamar “biodiversidad de interacciones”.

–¿Cómo es eso?

–Cuando uno habla de biodiversidad, la imagen que se suele hacer es la de todas las especies que hay en el mundo (las plantas, los mamíferos, los insectos). Pero eso es sólo una parte de la gran complejidad de los ecosistemas naturales. La otra cara de la moneda son las interacciones entre esos componentes del sistema.

–¿Y cómo son las interacciones planta-polinizador?

–Se dan a nivel de la flor, en la búsqueda de alimento por parte de los animales. Toda interacción entre dos entidades tiene dos componentes: por un lado, está el efecto que le causa la planta a la abeja (la alimentación) y, por otro lado, está el efecto que le causa la abeja a la planta, que puede ser simplemente el consumo (relación de consumidor-recurso) o puede ser mutualista (en cuyo caso la interacción produce un beneficio reproductivo para la planta). Es el caso en que las abejas van polinizando a las plantas. En ese caso ambas se benefician. Todas las interacciones biológicas son así...

–¿Hay perjuicio para alguno de los dos?

–Bueno, si la abeja se va sin polinizar a la planta, estaría actuando como una ladrona. Hay muchos ladrones de néctar o de polen, que van, se roban el recurso y no hacen ninguna contribución a la reproducción. De este tipo hay abejas y otras cosas: los polinizadores no son tampoco solamente las abejas, sino que hay una diversidad muy grande: mariposas, polillas, escarabajos, abejas, moscas. Además, hay vertebrados que hacen esto: ratones, murciélagos. El viento, incluso, es un polinizador muy importante.

–¿Qué es lo que estudia concretamente cuando estudia estas interacciones? ¿Qué preguntas se hace?

–Una, que a mí me interesa mucho, tiene que ver con la estructura macroscópica de esas interacciones. Si uno hace una lista de las especies que hay en determinado lugar y la conecta con líneas, aparece cierto patrón. A mí me interesa ver si hay reglas generales en esos patrones. Y hay ciertas generalidades. Hay polinizadores que sólo visitan unas pocas especies de plantas y otras especies que visitan muchísimas plantas diferentes.

–¿Por qué una especie decide visitar un tipo de planta y otro no? ¿Cómo sabe?

–Además de esta búsqueda de patrones que le decía, me interesa contestar eso. Una posibilidad es el “neutralismo”: todas las especies son iguales, a ninguna le importa con quién interactúa, pero que simplemente por una cuestión de abundancia y de choque al azar las especies más abundantes suelen tener más conexiones y las especies menos abundantes suelen tener pocas conexiones con esas especies abundantes, o sea que las interacciones al azar podrían...

–Pero eso no explica que una especie visite un solo tipo de planta.

–Sí, si considera otro patrón general en ecología, que es que la distribución de abundancias en una comunidad es muy mala: hay pocas especies muy abundantes y muchas especies raras. Ahí sí se explica que esas especies muy abundantes sean aquellas con las que se encuentran la mayoría de los polinizadores que andan dando vueltas por ahí. Las interacciones entre las especies más raras son tan excepcionales que nosotros, los ecólogos, no las llegamos a observar. Tal vez ocurren, pero no tienen importancia biológica.

–¿Cómo se formaron evolutivamente comunidades tan complejas como las abejas?

–Hay que hacer una distinción: en biología llamamos “comunidades” a grupos de especies diferentes que viven en un mismo lugar. Pero usted se refiere al conjunto de las abejas.

–Claro. Porque para que se forme una comunidad como la de las abejas (permítame usar “comunidad” de manera intuitiva) tiene que haber una comunicación que no puede ser demasiado elemental...

–Esa pregunta nos la hacemos los ecólogos desde los orígenes de la ecología. Uno de los pioneros en la ecología de plantas tenía la idea de que las comunidades, en general, eran una especie de superorganismo que funcionaba como si fuera un organismo: tenía una conexión muy aceitada entre cada una de las especies, de los individuos que la componían, y que tendían hacia un estado de madurez que él llamaba clímax (dado que el clima era lo que determinaba el funcionamiento de esa comunidad). Había otra gente que refutaba esta teoría diciendo que no resistía a las observaciones: en lugares con clima idéntico o muy parecido se daban comunidades muy diferentes.

–¿Y cómo es que puede haberse constituido, evolutivamente hablando, algo tan complejo como una colmena?

–Bueno, hay un británico que propuso el concepto de ecosistema (en los años ’30). Eso explica cómo se constituye una comunidad de plantas y animales. Hay ideas más modernas, pero más o menos dan vuelta alrededor de lo mismo. Una sería la teoría neutral de la biodiversidad: lo que se propone allí es que todos los individuos de todas las especies son iguales en cuanto a su capacidad de dejar descendencia, a su probabilidad de morirse, a la probabilidad de migrar y a su probabilidad de transformarse en otra especie. Con esas reglas simples, se pueden reproducir muchos de los patrones que observamos en las comunidades reales. Es un modelo que intenta con ciertos mecanismos explicar lo que vemos y que funciona bastante bien. Con respecto a las colmenas, deberíamos pasar a otro nivel (que es el de organización de individuos dentro de una especie). Dentro de las abejas hay especies que son completamente solitarias, otras que son verdaderamente sociales (que tienen división de castas, división de tareas e, incluso, división de la reproducción). De cualquier manera, hay que entender que el hecho de que las obreras trabajen sin reproducirse no es una cuestión altruista simplemente, sino que las abejas obreras son genéticamente muy parecidas a las abejas reinas, por lo cual trabajando para la reina se aseguran de que sus genes permanezcan.

–¿Y cómo sabe la obrera, cuando nace, que es obrera y que lo que tiene que hacer es trabajar?

–Mucho de esto está regido por el código genético, pero también hay una cuota importante de aprendizaje social (sobre todo en las abejas sociales). Si bien instintivamente van a buscar alimento y lo traen al nido, van aprendiendo y adaptando su comportamiento.

–¿Cómo es que evolutivamente se pudo dar lugar a algo tan complejo como una colmena?

–Bueno, los mecanismos evolutivos son siempre los mismos. Por un lado, hay un mecanismo evolutivo muy importante (netamente ecológico) que es la selección natural. Eso, aunque parezca increíble, puede ir generando con el tiempo este tipo de complejidades. También pueden darse por mecanismos que no tienen específicamente que ver con la evolución natural, como propone el neutralismo de Kimura. La idea clave de eso es que puede haber evolución que no dependa de la selección natural, sino que dependa de la deriva génica.

–Una última cosa: la ecología nació, en cierta forma, como una ciencia de derecha. El gran impulso ecológico fue dado por corrientes alemanas, a partir de Hekel, que cambiaron la mirada sobre la naturaleza y que, de alguna manera, marcaron el movimiento nazi. Ahora eso fue evolucionando hacia una postura “progresista”: hay una creencia general en que ser “ecológico” es ser progresista, cuando en realidad nace de una corriente de derecha del romanticismo. De hecho, las primeras leyes ecológicas las pronunció Hitler. ¿Usted comparte esto?

–La verdad es que no conozco la historia de los primeros ecólogos alemanes. Lo que conozco de los inicios de la ecología no me parece que haya sido conceptualmente de derecha. La gran parte de los fundamentos conceptuales de la ecología moderna vienen en realidad del mundo angloparlante y no creo que la gente que se dedicaba a la ecología allí tuviera ideas especialmente de derecha.

–No me refiero a las ideas de los científicos en particular, sino a la concepción general de la disciplina. Hay algo que me parece que es conservador de por sí, que es la idea de la “conservación”, justamente, de los sistemas frente al progreso que los destruye.

–Pero creo que esas ideas no estaban tan arraigadas como hoy en la ciencia de la ecología en sus orígenes, al menos en los países angloparlantes.

Informe: Nicolás Olszevicki

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