CIENCIA › DIALOGO CON DIEGO FERRARO, INGENIERO AGRONOMO,
El Jinete Hipotético, en su terreno (literalmente), se asombra de que un sistema agrícola pueda ser tratado como un paciente, buscando señales de enfermedad y determinando terapéuticas adecuadas.
› Por Leonardo Moledo
–Usted está aquí, en la Facultad de Agronomía de la UBA y se especializa en...
–Ecología de los sistemas agrícolas. Hace unas semanas, usted publicó a María Otegui, que también se dedica a la ecología de sistemas agrícolas. Pero ella es ecofisióloga, trabaja en una escala mucho más reducida que la mía. Ella trabaja a nivel de la planta, yo trabajo a nivel del sistema. Un grupo de plantas interacciona con otras poblaciones, como son las malezas o las plagas o el suelo o el clima. La idea es entender lo que le pasa al sistema en conjunto.
–Toda disciplina tiene una serie de cosas que sabe y maneja y una serie de problemas que no sabe cómo resolver. ¿Cuáles son los problemas que no se sabe cómo resolver?
–Hay bastante conocimiento acerca de lo que son la agronomía y la técnica y los procesos asociados a llevar adelante un cultivo (es decir, cuándo lo vamos a sembrar, cuántas plantas vamos a poner por metro cuadrado). Lo que todavía no tenemos bien ajustado es cuáles son las implicancias ambientales de hacer eso que hacemos. Nosotros lo llamamos “sustentabilidad agrícola”. ¿Somos capaces de inferir para el resto del sistema, y no sólo para mi cultivo, las consecuencias de cultivar como cultivamos? Por ejemplo: ¿podemos calcular las consecuencias de cultivar la soja como la cultivamos?
–¿Cuáles son las consecuencias de cultivar la soja como la cultivamos? Porque hay toda una historia con el glifosato... Felizmente, el otro día, en Ciencia Hoy, salieron unos artículos aclarando un poco el panorama.
–Uno de ellos lo escribí yo. De alguna manera, las inferencias que se hacen acerca del impacto del glifosato son las mismas que se podrían hacer del impacto de tomarse dos kilos de aspirina. El glifosato es una herramienta de manejo asociada a la química y tiene ciertas pautas de uso que, si se usan correctamente, sirven para aumentar la eficiencia de obtención de un cultivo en un lugar.
–El problema es que a la gente la fumigan en la cara. Pero ese ya no es un problema químico.
–En absoluto. Y tampoco es un problema de la agronomía.
–¿No? Si usted incluye al pueblo x en el sistema que estudia y ese pueblo está sometido al glifosato...
–Pero hablo de la agronomía como un conjunto de técnicas que se articulan entre sí para obtener un cultivo, o carne... En ese sentido, el glifosato es una herramienta más, que tiene sus pautas de utilización. Pero uno no puede plantear un ejemplo puntual de mal uso para invalidar la herramienta. Eso revela otro problema: la falta de canales que tiene la comunidad científica para sentar una posición, a pesar de los grandes esfuerzos que se hacen. La velocidad a la que van los escándalos y la velocidad a la que se los refuta es muy diferente. Creo que sería importante que la comunidad científica reflexione sobre estas cuestiones y piense cómo puede hacer para abrir canales de comunicación más efectivos.
–De acuerdo. ¿Qué otras cosas no sabe?
–Cuando un médico trata a un enfermo, intenta encontrar un indicador que sintetice de algún modo la salud de ese enfermo. Nosotros estamos apuntando fuertemente a encontrar un indicador de la salud de un paciente, que es el sistema agrícola.
–¿Y hasta dónde llega ese sistema? ¿Cómo se lo acota?
–Lo más fácil es abordar el tema de la indicación a partir de un componente aislado.
–Pero si es aislado no es un sistema...
–Exactamente. Toda ampliación de los límites tiene, por un lado, un aumento de la relevancia y, por el otro, una pérdida de precisión en lo que se mide. El sistema agrícola, en términos espaciales, podría ser definido como “paisaje”. La escala “paisaje” es una escala donde ciertos elementos se repiten con frecuencia: hay un grupo de suelos que siempre se repiten, un grupo de actividades que siempre se repiten, un grupo de tomadores de decisiones que siempre se repiten.
–¿Por ejemplo?
–La región pampeana tiene distintas zonas. Una es la pampa austral (Balcarce, por ejemplo), que es un lugar con mucha influencia de las sierras. Después está la pampa deprimida. Y también está la pampa ondulada, que es la región núcleo agrícola de Argentina. Para nosotros los agroecosistemas que están ahí adentro son las actividades fundamentales que se realizan allí. En la pampa ondulada, los suelos son de la mayor capacidad agrícola: en ese lugar uno tiene un conjunto de suelos que determina la adaptabilidad de un conjunto de actividades y a su vez tiene un actor social que está haciendo la actividad ahí.
–¿Y los pools de siembra?
–Los pools de siembra no van a cualquier lugar; los que buscan arrendar un suelo no van a cualquier lugar. El agroecosistema es, para nosotros, esa combinación de factores: la oferta ambiental, la matriz de manejo que tiene esa oferta ambiental y las decisiones que toma el agente sobre el ambiente. En ese sistema (que contempla el suelo, el cultivo, las lluvias, etc.) pasan cosas. Lo que nosotros estamos tratando de dilucidar es qué partes de todo eso nos sirven para diagnosticar el estado de ese “paciente”. Ahora, particularmente, estamos hincando el cuchillo en el uso de la energía de ese sistema. Un sistema agrícola es un sistema biológico como cualquiera y, por eso, está supeditado a ciertas reglas de uso de la energía.
–¿Se están tomando buenas decisiones agrícolas en Argentina hoy en día?
–En la técnica, se están tomando las mejores decisiones. Nuestro sistema no le envidia la tecnología a ningún otro sistema. Lo que todavía no tenemos es una buena evaluación de los impactos posibles sobre el ambiente, y esa es una de las cosas que estamos haciendo. De hecho, al propio productor le llega muchísima información sobre cómo practicar la agricultura, pero no le llega casi nada sobre las implicancias ecológicas que puede tener hacer aquello que hace.
–¿No se está sembrando sin rotar? ¿No se tiende al monocultivo?
–Históricamente, en Argentina hubo monocultivo de tres cosas diferentes: trigo, maíz y ahora soja. El sistema fue capaz de articularse en torno de esa decisión de los productores a hacer un monocultivo.
–¿Cuándo hubo monocultivo de maíz?
–Entre los años ’60, ’70 y comienzos de los ’80, antes de que entrara la soja (que empezó como cultivo a mediados de los ’60 pero se impuso a comienzos de los ’90). Antes de que eso pasara, una gran cantidad del suelo estaba cubierta por maíz. Eso tiene una consecuencia ambiental importante: el maíz es un cultivo que toma mucho carbono y lo fija en el suelo. Ese carbono le da al suelo una fertilidad importante. La soja, en cambio, es una fijadora pobre de carbono. Esto de la monocultura está más o menos resuelto en términos tecnológicos.
–¿Pero no agota la superficie?
–No necesariamente. Nosotros tenemos la suerte de tener una gran cantidad de suelos con una gran fertilidad química, es decir, de generar todos los años una cantidad de nutrientes...
–¿De dónde salen esos nutrientes?
–De un “banco” que nosotros llamamos “materia orgánica”. Un suelo con millones de años de formación tiene una parte inorgánica (piedras) y una orgánica. Esa materia orgánica es materia viva: son distintas moléculas que están combinadas. Existe en el suelo una comunidad de descomponedores que hace que esa materia orgánica se desmembre en componentes más simples (básicamente, nitrógeno y nitratos) para que las plantas puedan absorberlo y crecer.
–Pero tarde o temprano eso se va a acabar...
–Justamente, cuando yo hago un cultivo que aporta gran cantidad de materia orgánica al suelo (como el maíz) estoy volviendo a invertir en ese banco. La soja invierte menos.
–Entonces puede quebrar el banco...
–Depende de cuánto tenga el banco para proveer. El problema no es ése; el problema es entender que mucha de la energía que se usa para cultivar soja o maíz o lo que sea proviene de fuentes no renovables. Nosotros estamos haciendo cultivos con energía no renovable, como los fertilizantes. Para hacer una tonelada de fertilizantes, uso petróleo. Si yo ese fertilizante, en vez de usarlo de forma artificial, puedo reemplazarlo usando los insumos de mi propio sistema (que tiene una tasa de renovación particular), estoy cada vez dependiendo menos de un flujo de energía externo y cada vez más de uno interno. Ahí queremos hacer hincapié nosotros: ¿cuánto de la agricultura que practicamos es dependiente de un flujo externo de energía? ¿Y cuánto de los sistemas agrícolas depende de flujos internos?
–¿Cómo sería un sistema sustentable?
–Aquel que lograra una buena producción con la mayor utilización de flujos internos de energía. Ese es un debate que, si bien no aparece demasiado, tiene cada vez más importancia, porque ahora en el mundo se hace mucha agricultura para producir energía (biocombustibles). Pero acá hay un problema. Uno está haciendo, supuestamente, un ciclo cerrado. Uno estaría haciendo un cultivo que captura carbono y, a partir de eso, genera energía. Ejemplo: yo hago biodiesel con soja. Se lo pongo a un auto. El auto anda y expulsa por el caño de escape dióxido de carbono. Al año siguiente, yo cultivo soja. Esta soja, para crecer, necesita el dióxido de carbono de la atmósfera. Pareciera el ciclo perfecto: pongo un cultivo que me captura el dióxido de carbono que generó mi combustible y listo. Pero el problema es que el ciclo no es cerrado, porque para hacer esa soja no me alcanza con el dióxido de carbono de la atmósfera. El balance energético es negativo. Cuando uno gasta energía para producir cosas para comer, no se preocupa demasiado (porque, en última instancia, hay que comer). Pero gastar energía para producir más energía y terminar teniendo un balance negativo no tiene demasiado sentido.
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