CIENCIA › CARLOS RINALDI, DIRECTOR DEL INSTITUTO DE NANOTECNOLOGíA DE LA CNEA
Durante estos días, Buenos Aires es sede de un encuentro mundial de especialistas en la tecnología de sensores químicos, reunión que se concreta por primera vez en un país de America latina.
› Por Leonardo Moledo
–Desde el domingo pasado se lleva adelante un congreso que hoy culmina, cuénteme.
–Así es, es la edición decimoquinta del Congreso Internacional de Sensores Químicos (www.imcs2014.org), considerado el más destacado foro interdisciplinario a nivel mundial en este campo, y en el que se presentan avances en el desarrollo de sensores químicos. Se inició en Asia hace treinta años. Se trata de un encuentro en el que especialistas en nano y microtecnología, ciencias de materiales e ingeniería biomédica exponen sus desarrollos, intercambian experiencias y contactan con empresarios, proveedores e inversores potenciales. Esta vez, se presentaron más de 200 trabajos y hubo unas 30 conferencias de investigadores que vinieron de países de Europa, Asia y América.
–Es la primera vez que este congreso se hace en la Argentina. ¿Cuál es su relevancia?
–Como señaló durante su presentación el coordinador general del congreso, Alberto Lamagna, es la oportunidad de asomarse al futuro de la industria de seguridad, seguimiento de emisiones de gas o control de vehículos. Hemos logrado que se haga en la Argentina luego de varios años. Es la coronación de diez años de trabajo. Es resultado de los avances del país en este campo de la tecnología de sensores. En el 2010, en Australia, presentamos la propuesta de Argentina 2014. Esta conferencia se realiza desde 1983 cada dos años y rota entre América, Europa y Asia, y por primera vez en 31 años se hace en Argentina. En 2012, en el último congreso efectuado en Alemania, tuvimos una participación muy importante, con muchos trabajos presentados, y allí se fortaleció nuestra propuesta. La Argentina viene desarrollando a nivel básico estudios de películas sensoras y aplicaciones de nanotecnología al desarrollo de estas películas, nuevos compuestos que pueden tener posibilidad de ser utilizados como sensores. Es una posibilidad de mostrar los desarrollos del Conicet, de la Universidad Nacional de La Plata, Córdoba, Entre Ríos, de Buenos Aires, el Inquimae, la CNEA, el Instituto Balseiro. Además, los asistentes han tenido la posibilidad de interactuar con investigadores referentes en diferentes líneas. Tuvimos destacadas exposiciones plenarias, como las del doctor Joseph Wang, especialista en nanoingeniería de la Universidad de California; el profesor Tomakazu Matsue, de la Universidad de Tohoku, y el profesor Maximilian Fleisher, de la Unidad de Investigación y Tecnología de la empresa Siemens.
–¿Qué tipos de trabajos o desarrollos se han visto?
–Se han mostrado trabajos con muy diversas aplicaciones de esta tecnología, por ejemplo en sensores para control de combustión, controles biomédicos o detección de asma. Un congreso como éste permite tener un paneo general a nivel mundial, cuáles son los últimos conocimientos, y nos permite medir cómo estamos con respecto a los demás países. Ha sido de gran interés para los profesionales que están trabajando en industrias que utilizan sensores, porque se llevan un pantallazo respecto de qué posibilidades concretas hay.
–¿Cómo funcionan los sensores químicos?
–Estos sensores se desarrollan a partir de la microelectrónica. Son óxidos que interactúan con un gas y cambian la resistencia de la película. A través de los electrodos que se colocan, puede medirse cómo cambian la resistencia o la conducción de la corriente en el sistema, dependiendo de qué gas hay en determinado ambiente. Esos mismos compuestos se pueden sensibilizar hacia otros gases, dándole alguna especificidad.
–La clave de todo sensor es la especificidad...
–Así es. Uno de los problemas de los sensores químicos es que son de amplio espectro. Esto quiere decir que “ven” simultáneamente muchos gases y a veces resulta difícil distinguir uno de otro. Pero al óxido se le puede poner algún “sensitizador” y se lo hace más sensible a un gas que a otro. Como, por ejemplo, el platino, que es un catalizador muy importante y eso hace que, por ejemplo, ante la presencia de hidrógeno estos sensores sean muy sensibles.
–Este tipo de congresos científicos, además de impulso, le dan visibilidad a esta tecnología y generan espacios de intercambio. ¿Cuál es el nivel de desarrollo de esta tecnología en el país?
–Se están comenzando a fabricar diversos sensores, a nivel de prototipo, con posibilidades ciertas. En el área limpia del Centro Atómico Constituyentes, por ejemplo, se pueden fabricar sensores completos. Desde la película hasta el soporte micro.
–Es un campo en donde el sistema científico se puede vincular con el sector industrial...
–Sí, estamos intentando completar todo el ciclo de innovación. Recientemente vino el ingeniero Jean-Charles Guibert, que es el director del Minatec, uno de los campus de innovación en micro y nanotecnología más importantes de Europa, con sede en Francia, y refiriéndose a la relación de la tecnología con las empresas decía que hay un valle de la muerte, donde las nuevas ideas generalmente fracasan, por problemas de comunicación de la ciencia con la industria, y que para que los desarrollos puedan concretarse y sea posible la creación de una nueva empresa de base tecnológica, hay que cruzar.
–¿Y por qué se produce ese valle de la muerte?
–Existe en todas partes del mundo. En Francia recién han comenzado a armar el puente para cruzarlo. Tiene que ver con las brechas entre estos dos sectores. La ciencia tiene un modo de desarrollarse distinto de la industria. Por ejemplo en los tiempos. Muchas proyectos quedan antiguos antes de llegar al mercado, y otros tantos, si no son rápidos, no despiertan interés en los industriales. La ciencia tiene tiempos más lentos. A veces hacer un desarrollo de investigación básica lleva un tiempo que el empresario no tiene. La empresa si no ve resultados rápidos no apuesta, porque busca competitividad. Además, en la actividad científica, cuando una línea de investigación fracasa, hay que recomenzar, siguiendo una metodología científica, todo lo cual lleva tiempo. Por otra parte, muchas veces la industria no sabe qué se hace de este lado. En particular las pymes, muchas veces no saben todo lo que se hace y se puede hacer. El desafío es transferir a la industria la innovación generada por los organismos científicos y favorecer la creación de nuevas empresas, o que puedan desarrollarse nuevos productos. Para cruzar el valle hay que hacer un puente, y este congreso, creemos, es parte de eso.
–¿Vamos hacia un entorno cotidiano inundado de sensores?
–Posiblemente sí, porque estos sensores fabricados a gran escala van a tener un costo bajo. Después, la cantidad de aplicaciones que se puede desarrollar es, como le decía, inmenso. Para controlar la calidad del aire en el subterráneo, desarrollar instrumentos de control ambiental, instalar equipos dentro de las casas, por ejemplo en forma doméstica, para detectar si en un calefactor hay fuga de monóxido, y también para la seguridad aeroportuaria, para la detección de transporte de explosivos o drogas.
–¿Y cómo es un sensor ideal?
–El sensor ideal tiene larga duración, tiene que ser específico para la sustancia que uno quiere detectar, no se confunde con otros gases, consume muy poca energía y es químicamente estable.
–¿Y se está lejos o cerca de contar con uno así?
–Un sensor tiene muchas partes. El desarrollo del soporte donde va está resuelto. La parte de las películas todavía se sigue estudiando, ya tenemos algunas películas, pero todavía hay que hacer investigaciones orientadas a la selectividad; si no se puede con estas películas buscaremos otras tecnologías, ésa es nuestra misión.
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