Mié 04.02.2015

CIENCIA  › ENTREVISTA AL BIOANTROPóLOGO ROLANDO GONZáLEZ-JOSé

Sobre genes, cultura y enfermedades

Dirige el Cenpat, filial del Conicet en la Patagonia. En diálogo con Página/12, avanzó sobre los genes humanos y el modo en que fueron modificados con los cambios culturales y tecnológicos. Se propone hacer un mapeo de los argentinos para estudiar enfermedades.

› Por Ignacio Jawtuschenko

Rolando González-José es biólogo y dirige el Centro Nacional Patagónico (Cenpat) del Conicet, ubicado en Puerto Madryn, Chubut, pero no estudia las ballenas ni la fauna marina. Su objeto de estudio es la especie humana y está dando los primeros pasos para un desarrollo de avanzada: la realización de una muestra de referencia de los genes de la población argentina, útil para el estudio de enfermedades. Como director del Cenpat, busca sacar las disciplinas científicas de sus compartimentos estancos para que formulen nuevas preguntas, que aporten a la solución de problemáticas concretas.

–¿Cuál es su formación?

–Soy bioantropólogo, doctor en Biología, graduado en la Universidad de Barcelona, España. Me fui en los ’90, volví al país en el año 2004, con la primera oleada del programa Raíces. Mi especialidad es la antropología biológica, biología humana, según como lo quiera decir.

–¿Qué estudia un bioantropólogo?

–El bioantropólogo estudia una especie que evoluciona en un medioambiente diferente de las demás especies, que es el medioambiente cultural. Además de la evolución biológica, hay una evolución cultural que dialogan todo el tiempo, en una relación dialéctica. Lo que comemos, consumimos, los hábitos, lo que construimos, todas las transformaciones que efectuamos son nuestro medioambiente y tienen un impacto significativo. Comencé estudiando poblaciones extinguidas, y con el poblamiento de América. Y fui haciendo una migración académica hacia el trabajo con poblaciones urbanas cosmopolitas.

–¿Estudia cómo los cambios culturales impactan en la evolución biológica?

–Sí, por ejemplo, los cambios nutricionales. La aparición de la agricultura es el típico ejemplo de diálogo entre la evolución cultural y la evolución biológica. Los cambios en el patrón de dieta, en los estilos de vida, exponen al individuo a un abanico de enfermedades y dolencias novedoso y cambiante que, sumado a otras pautas culturales como el sedentarismo, terminan impactando en cómo se adapta el organismo.

–¿Hay un impacto de las tecnologías en la evolución?

–Sin dudas. Piense que hace un par de cientos de años no existían vacunas, antibióticos, no había acceso a la salud pública ni tecnología aplicada a la salud. Desde el punto de vista biológico y social, esto tiene un impacto importante en la población. Hace poco el hombre tenía grandes chances de morir por una infección dental mal curada o una gripe. Aquel que piense que la salud pública es una entelequia, que no impacta, no es así. Es muy importante y el registro arqueológico así lo demuestra.

–¿Y los cambios en la alimentación?

–A nivel genético hay variantes que se pueden medir. Por ejemplo, la capacidad que tiene la saliva para generar amilasa, que es una enzima que degrada el almidón. El almidón ingresa en la dieta de la mano de la invención de la agricultura. Alimentos ricos en almidón aparecen con el cultivo del maíz, trigo y todo un conjunto de avances tecnológicos. Entonces individuos que por una cuestión azarosa tenían una mayor expresión de amilasa, que está determinada por tres o cuatro genes muy sencillos, le sacaban más provecho al nuevo alimento, a la nueva dieta basada en almidón. Eso pasó en todos aquellos lugares donde se domesticaron plantas. Es decir, esas variantes genéticas terminan instalándose por mecanismos darwinianos en la población, porque en principio esos individuos tienen más éxito reproductivo, entonces estas variantes genéticas que en el fondo están determinando que se tenga más amilasa terminan instalándose en la población, aumentando su frecuencia. Son ejemplos del neolítico, y muchos están siendo descubiertos en este momento.

–¿Por ejemplo cuáles?

–Se sospecha que el Alzheimer es un subproducto de la resistencia a la peste negra que azotó a Europa en la Edad Media y arrasó con más de la tercera parte de su población. Pero algunos individuos eran resistentes y ellos se reprodujeron más. Lo que se dice es que en el genoma de esas personas más resistentes estaba escondido el Alzheimer. Y el mapa de distribución de poblaciones menos afectadas por la peste bubónica, por ejemplo los judíos askenazí de Europa del Este, coincide con altas tasas de Alzheimer. No hay una relación causa efecto probada, pero la relación es sugestiva.

–Pero los cambios biológicos son más lentos que los cambios de hábitos o costumbres...

–Una de las características de la evolución cultural es que es mucho más rápida en términos de cambios que la biológica. Para que haya un cambio genético hay que esperar que nos reproduzcamos, porque se mide en unidades generacionales. Pero la evolución cultural es horizontal y es cada vez más rápida.

–¿Podría dar otro ejemplo de relación entre cultura y genes?

–Sí, la relación entre malaria y la anemia falciforme. La malaria es una enfermedad de origen ecológico, ligada a la agricultura en Africa y en la cuenca del Mediterráneo. La anemia falciforme es una enfermedad de origen genético, que es básicamente una malformación de los glóbulos rojos que transporta mal el oxígeno. Las poblaciones que más sufren la anemia falciforme están ubicadas en la cuenca del Mediterráneo y en Africa. Si se mapea eso, coincide con los lugares donde más impactó la malaria, por lo tanto con poblaciones con una larga experiencia genética de respuesta y de resistencia a la malaria. Es muy interesante porque estas investigaciones son multidisciplinarias, involucran a genetistas, geógrafos, antropólogos y médicos. La historia es circular, uno puede empezar a contarla desde cualquier eslabón del collar. Vea, en el momento en que los africanos y las poblaciones del Mediterráneo empiezan a desarrollar la agricultura utilizan un sistema de tala que consiste en arrasar con fuego una parte de selva. Las cenizas generan un suelo fértil y ahí domestican plantas. Pero el régimen de precipitaciones del lugar cambia y aumentan los ojos de agua y lagunas. Ya no está la selva absorbiendo y aumenta la población de mosquitos vectores de enfermedades. La hipótesis es que los mosquitos tienen una explosión demográfica a caballo de la invención de la agricultura en Africa y en el Mediterráneo, aumenta la tasa de transmisión de la malaria, mucha gente empieza a morir de malaria. Y en ese contexto hay algunos que resisten. En el genoma de los que resisten, como lastre genético, hay genes que generan una anemia falciforme. Entonces una enfermedad del siglo XX es resultado de la resistencia de una enfermedad del Medioevo: diálogo entre genética y cultura.

–¿Cuál es su tema de trabajo actual?

–Junto a otros colegas estoy intentando desarrollar una muestra de referencia de la población argentina, porque la Argentina no tiene una muestra representativa de referencia de su población.

–¿Es un banco genético?

–Sí, similar. Hoy no tenemos dónde ir a buscar una muestra representativa de las dinámicas de mestizaje que se han dado en las distintas regiones del país. Una muestra es útil para estudiar por ejemplo el cáncer de mama, una enfermedad que evoluciona de modo distinto, en el sentido clínico, si la mujer tiene o no genes amerindios. Si es de ascendencia puramente europea tiene más probabilidad de sufrirlo. Pero no sólo eso, la respuesta a la quimioterapia y la evolución de la enfermedad también es distinta. El avance tecnológico lleva a que para encarar políticas públicas sobre esas enfermedades es necesario tener un conocimiento muy acabado de los genes de la población. Para esto se necesita una gran inversión. Nosotros como investigadores estamos conversando con las autoridades explicando que nuestro sistema científico-tecnológico está lo suficientemente robusto para hacer esto, con capacidades humanas y técnicas.

–¿Y de qué se trataría?

–Salir a recolectar a las calles una muestra de referencia de la población argentina con fines biomédicos para ponerla a disposición de los que estudian enfermedades, para que comparen la variante genética que están viendo en sus pacientes, con la población general.

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