CIENCIA › CHRISTIáN CARMAN, EL CIENTíFICO QUE INVESTIGA LAS COMPUTADORAS ANTIGUAS
Según los últimos cálculos científicos, el mecanismo de Anticitera podría haber sido diseñado por el propio Arquímedes. Tenía múltiples utilidades que reunían desde conocimientos de astronomía hasta calendarios sociales.
› Por Pablo Esteban
El aparato, lo que podría considerarse como una antiquísima computadora, fue localizado en 1900 por un grupo de hombres que buceaba en las costas de Anticitera, isla griega ubicada entre Creta y el Peloponeso. Un auténtico tesoro hallado en las profundidades del mar, que desde hace décadas se somete a los exámenes de las lupas más prestigiosas del mundo. Su complejidad radica en su polifuncionalidad, pues no sólo servía para calcular los movimientos de la luna, el sol y predecir eclipses, sino que también indicaba la fecha de eventos de relevancia social como los juegos Panhelénicos.
En la Antigua Grecia, la astronomía estaba en agenda y se necesitaba de mentes brillantes que exprimieran el jugo de ese laboratorio universal y democrático que los humanos denominan cielo. En este sentido, se estima que el artefacto podría haber sido utilizado como insumo para que Arquímedes y compañía ilustraran de una manera sencilla todo el conocimiento disponible en la época. Ni más ni menos: un ingenioso invento para democratizar el acceso a la ciencia.
Christián Carman es doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de Quilmes y licenciado en Filosofía recibido en la Universidad Católica Argentina. En la actualidad se desempeña como investigador adjunto de Conicet y analiza acontecimientos históricos de la astronomía antigua. En esta oportunidad, comparte sus últimos hallazgos respecto a una tecnología que, por su originalidad y complejidad conceptual, se rehúsa a pasar de moda.
–Usted es licenciado en Filosofía, ¿por qué siguió esa carrera?
–Es curioso. Toda mi vida pensé que iba a estudiar física pero en 4º año del secundario (en el Colegio La Salle) conocí un profesor de filosofía que de algún modo me cambió la vida. Me gustaba tanto cómo daba clase que, en algún sentido, lo admiraba y quería ser como él. Sobre todo, contar con sus herramientas y su capacidad para pensar y discutir problemas. Me fascinaba. A pesar de mi pasión por la física me volqué hacia la filosofía. Y la verdad es que no me arrepiento. Creo que logré un balance importante entre humanismo y ciencia.
–Tal vez de ahí provenga su gusto por la filosofía de la ciencia.
–Exacto. La filosofía de la ciencia reúne los dos asuntos. Por otra parte, hace unos años estoy con historia de la astronomía.
–Hasta el momento, usted mencionó cierta pasión por la física, aunque estudió filosofía pero ahora investiga astronomía. ¿Qué tienen en común estas disciplinas?
–Cuando empecé filosofía tenía muy en claro que lo que más me interesaba no era la metafísica ni la ética. Siempre me gustó todo lo referido a la lógica. Mi tesis de doctorado se basó en analizar el problema del realismo científico y básicamente, traté de averiguar si las teorías científicas inventaban o descubrían los fenómenos.
–Una pregunta intrínseca al modo en que se genera el conocimiento…
–Claro. Dicho de otro modo, busqué observar si el conocimiento es algo a lo que efectivamente se puede acceder, o más bien es una construcción mental. Es posible afirmar que el éxito de las teorías no necesariamente se vincula con la comprobación de su verdad. A lo largo de la historia existieron paradigmas que gozaron de reconocimiento pero eran falsos. En este marco, uno de los campos más interesantes para abordar es el de la astronomía antigua.
–¿Por qué?
–Porque la astronomía antigua se sostenía sobre postulados falsos –por caso, que la Tierra está en el centro del Universo, que los movimientos de los cuerpos son circulares– aunque en simultáneo tuvo éxito porque, por ejemplo, predecía la posición de los planetas, anticipaba los eclipses. De modo que culminé un poco prisionero de la astronomía, no sólo como insumo para la filosofía. Me entusiasmé con la posibilidad de descubrir acontecimientos y reinterpretar fenómenos que tuvieron lugar hace más de dos mil años; con poder decir algo nuevo. En este marco, apliqué a una beca para estudiar con el profesor James Evans –uno de los investigadores mejor reconocidos a nivel mundial en el área– en Estados Unidos. Me propuso trabajar con el mecanismo de Anticitera. Básicamente, una computadora antigua.
–Se refiere a su estudio sobre el denominado “Ipad de Arquímedes”.
–Sí, ese es su nombre de fantasía. Desde 2009, me sumé a su trabajo y en equipo examinamos esta tecnología sin descanso. Hasta la fecha, si bien no se conoce al responsable de su diseño, existe evidencia de que podría haber sido Arquímedes, quien construía aparatos similares. Sin ir más lejos, existe un texto de Cicerón en La República que describe al mecanismo con bastante detalle. Puede formar parte de la ficción pero su observación es muy similar a la que nosotros reconstruimos luego de observarlo por horas. Por otra parte, existe una obra de Arquímedes de la que sólo se conserva el título –llamada, según su traducción, “¿Cómo hacer aparatos de astronomía?”– que también es una pista que podría indicar que podría haber sido obra de Arquímedes.
–Tengo entendido que, en principio, se creía que el mecanismo era del 100 a.C y Arquímedes falleció cien años antes...
–Exacto. De allí la importancia de nuestra investigación de trasladar la creación del aparato a la época de Arquímedes. Sin proponerlo, en base a una serie de cálculos logramos comprobar que la tecnología es más antigua. Ahora bien, para dejarlo en claro: no hay ninguna evidencia de que haya sido él y no otro.
–Más allá de su autor, ¿en qué consistía?
–Era una especie de computadora antigua que permitía anticipar una gran cantidad de fenómenos tanto astronómicos como sociales. Mediante agujas concéntricas mostraba la posición del sol, el día, el año, la ubicación de la luna y sus fases, la salida y la puesta de las estrellas, y probablemente, el sitio ocupado por los planetas. En su cara posterior, contaba con un gran calendario lunisolar que era mucho más preciso que el que utilizamos en la actualidad. Tan sólo implicaba agregar 1 día cada setenta y seis años, mientras el nuestro –sólo solar– requiere de un ajuste cada cuatro años (bisiesto). Como si esto fuera poco, contaba con otros relojes subsidiarios que marcaban qué Juegos Panhelénicos (juegos Olímpicos, Píticos, Nemeos, Ístmicos) iban a desarrollarse ese año. Una característica simpática pero que revela algo muy importante: la unión entre sociedad y astronomía que existía en esa época. También contaba con un reloj en forma de espiral que predecía eclipses. Esto último fue lo que nos ayudó a recalcular la fecha de construcción del aparato.
–No se conoce quién fue su diseñador, pero sin dudas: la astronomía estaba en agenda.
–Se trataba de un tema de circulación social que no sólo era propiedad de los especialistas. Empapaba la vida cotidiana de una manera mucho más profunda. Las personas sabían en qué época del mes estaban a través de la observación de la luna. Pienso que cuando las personas tienen su vida sincronizada –como en la actualidad– no se necesita demasiado la ayuda de tal o cual evento del Universo. En cambio, si no se puede sincronizar se necesita que todos vean lo mismo en simultáneo, y lo único que podemos ver en sociedad es el cielo.
–El cielo como una especie de laboratorio universal y democrático…
–Qué linda metáfora. Pero sí, por supuesto. El cielo era una necesidad.
–¿Qué personas cree que podrían haber utilizado un aparato como éste?
–Bueno, contamos con varias hipótesis al respecto. Una posibilidad es que fuera utilizado como un aparato de navegación. Fue la primera opción que se propuso porque fue encontrado en un barco, pero la realidad es que cuenta con múltiples funciones que no sirven para navegar. Luego, podría haber servido para los astrónomos; aunque para un profesional creemos que no habría sido de demasiada utilidad porque con la realización de cálculos bastaba. Es decir, para ser una calculadora era muy tosca. La otra opción es que sirviera a los astrólogos para predecir el futuro sin la necesidad de estudiar astronomía. Sin embargo, este campo se desarrolla mucho más adelante en el tiempo.
–¿Y entonces?
–Mi idea preferida es pensar que este dispositivo podría haber servido ni más ni menos que para enseñar la ciencia. Es decir, venía perfecto como insumo para que un profesor pudiera enseñar astronomía a sus alumnos. Porque resume todo el conocimiento que había en la época.
–Por último, si estuviera con vida Arquímedes: ¿qué piensa que investigaría?
–Me lo imagino como un matemático puro. El realizó aportes tecnológicos, pero pienso que su fuerte eran los números y las figuras geométricas. Así que lo proyecto tratando de resolver un teorema cualquiera. Es cierto que la divulgación vino después, pero quizás seguiría un estilo similar al de Paenza.
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