CIENCIA
“La peor manera de recordar Hiroshima es esquivando el debate”
El C. C. Rojas recordó con una conferencia los 60 años del bombardeo de Hiroshima. Uno de los participantes, Eduardo Wolovesky, señala aquí algunos interrogantes que aún hoy rodean el siniestro acontecimiento.
› Por Federico Kukso
A las 8.15 de la mañana del 6 de agosto de 1945 el tiempo se detuvo en Hiroshima, Japón. Por primera vez en la historia, una bomba nuclear –en este caso, bautizada “Little Boy” (pequeño niño) y arrojada por el avión norteamericano Enola Gay– caía sobre una zona altamente poblada, desatando el infierno en la tierra: de un plumazo murieron 80 mil personas, cifra que trepó a 140 mil luego de cuatro meses de insidiosa contaminación radiactiva. Hiroshima hizo trizas la ilusión de un mundo cada vez más justo impulsado ciegamente por la ciencia y la tecnología. A 60 años de la masacre, homenajes, seminarios y conferencias recuerdan en todo el mundo el acontecimiento. Como la mesa redonda que tuvo lugar ayer en el Centro Cultural Ricardo Rojas (UBA) a cargo del físico Diego Hurtado de Mendoza (director del Centro de Estudios de Historia de la Ciencia José Babini) y el biólogo Eduardo Wolovesky (coordinador del Proyecto Nautilus de comunicación y reflexión sobre la ciencia), para quien “la ausencia de debate público sobre estos temas es la peor manera de recordar Hiroshima”.
–¿Por qué no se habla más seguido en la sociedad o en la escuela de las responsabilidades en los eventos de Hiroshima?
–Se podría decir que eso responde a la ambivalencia del tema: es difícil trazar una línea de división muy clara respecto del posicionamiento que uno debería o querría tomar en función de los ideales personales. A diferencia del Holocausto, en el que, aparentemente, la problemática y la (supuesta) posición que uno debería tomar al respecto es más clara, el proyecto científico que desembocó en la bomba atómica (el Proyecto Manhattan) no lo es. Hay también trampas históricas: pensar todos estos eventos a medio siglo de haber ocurrido es muy fácil. En 1939 Alemania era una potencia científica y representaba una amenaza. Así, se puede decir que fue legítimo que personalidades como Einstein –un pacifista– o el también físico Leo Szilard hayan firmado la carta dirigida a Roosevelt donde se recomendaba iniciar el estudio de un arma nuclear antes de que los nazis pudieran tenerla.
–La distancia temporal y espacial tampoco ayudan
–Y... no. El tema ha quedado cristalizado en el tiempo. Es un hecho que parece tan pero tan alejado que para muchos es historia antigua. Sin embargo, es pavorosamente actual si se lo resignifica en función de los momentos en que vivimos. Ocurre que Hiroshima, además de iniciar una carrera armamentista, puso (y pone) en cuestión cuál es el lugar de la ciencia en el mundo contemporáneo. Después del ’45, ya no necesariamente la ciencia y el científico son vistos automáticamente como los benefactores de la humanidad. Es más: se demostró que no hay ciencia buena o ciencia mala, o siquiera “ciencia pura”.
–Además, significó un sacudón para la idea del progreso.
–Auschwitz e Hiroshima son los eventos que más tajantemente pusieron en crisis la anquilosada idea de que el progreso científico-tecnológico implicaba necesariamente progreso social. Ahora el progreso tecnológico no es tener mayores potencialidades de hacer cosas (ése es el riesgo instrumental). Hay una seducción por lo que podemos hacer y no nos replanteamos los significados sociales de eso mismo que podemos hacer. La tecnología se ha reducido al instrumento.
¿Cuáles son las principales posturas alrededor de Hiroshima?
–Hay varias posiciones en juego: una condena el bombardeo y otra no olvida tampoco que Japón era una potencia imperial que había cometido aberraciones en China. Es decir: o sos víctima o sos victimario. Y no se podría estar en ambos lugares al mismo tiempo; es una construcción histórica. Se derrotaba a un país del Eje, pero también está el hecho de que la bomba se arrojó sobre civiles. Además, involucró a muchos científicos cuyos postulados políticos eran democráticos y la búsqueda de una sociedad más justa. Y allí estaban, construyendo un arma de destrucción masiva. El discurso crítico frente a estos macroeventos, sin embargo, no tiene por qué leerse como un discurso anticientífico o antitecnológico.
–Está también el asunto de la apropiación política de la ciencia o la del “mal menor”.
–Pero el mal menor es muy grande. La otra cosa es que cuando uno condena, por ejemplo, el Holocausto, está condenando incluso un régimen dictatorial totalitario. Pero la detonación de la bomba atómica fue ordenada por un país –al menos en el imaginario– democrático. Desde (y en nombre de) el “bien” se produjo un mal terrible. Tampoco es un problema menor cómo se muere: no había posibilidad alguna de reaccionar una vez arrojada la bomba. En definitiva, el drama de la bomba atómica, en comparación con otras aberraciones de la Segunda Guerra Mundial, es que se hizo el mal en nombre del bien, lo cual puso en el tapete la condición dual y humana del ser humano, una especie que a su antojo hace su mundo y también lo destruye.
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