CIENCIA › DIALOGO CON LA BIOLOGA PAULA CRAMER
Desde la levadura a los gorilas, los organismos vivos cuentan en todas sus células con una maquinaria aceitada: una orquesta de genes que se prenden y apagan fabricando proteínas y otros ladrillos necesarios para la vida.
› Por Federico Kukso
Cuando se bajó el telón del siglo XIX, tenuemente se fueron extinguiendo conceptos volátiles en biología como el de elán vital, aquella hipotética fuerza que, según se creía por entonces, provocaba la evolución y el desarrollo de los organismos. Poco a poco, se corría la voz sobre las investigaciones con guisantes del monje Gregor Mendel en las que se describían las leyes que rigen la herencia genética, y también cobraba cada vez más ímpetu una palabra, tal vez una de las más famosas y utilizadas en el siglo XX, que recién sería inventada en 1909 por el botánico danés Wilhelm Johannsen para dar cuenta de la unidad básica y física de herencia en los seres vivos: el gen. Casi cien años después de su bautismo léxico, el concepto y la disciplina que abrió (la genética) siguen siendo rodeados por imágenes mecanicistas bien victorianas, como aquellas que veían el cuerpo como un conjunto de partes o engranajes. Y aunque nadie confunde ya un organismo con un autómata, sí se conciben todos los procesos genéticos que hacen que lo vivo siga estando vivo como una maquinaria aceitada con tiempos propios y reglas, estudiadas por biólogos como Paula Cramer del Departamento de Fisiología y Biología Molecular y Celular de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA.
–Cuénteme qué investiga.
–Yo trabajo específicamente en lo que se llama la “regulación de la expresión génica”. Todas las células de nuestro cuerpo tienen la misma información genética que está guardada en una molécula, el ADN.
–Ya sea una célula de la piel, de músculo o una neurona.
–Sí, la misma información. La diferencia está en que el menú de genes que se manifiestan, que se “expresan” en una neurona o en un músculo son distintos. Es como si vos estuvieras leyendo Rayuela de Cortázar: los capítulos son los mismos pero si se los lee en otro orden tiene distinto sentido. Hay una multitud de circunstancias y factores que determinan que se “prendan” ciertos genes en ciertos tejidos y no en otros.
–Ahí está la diferencia entonces.
–Sí. Ocurre lo mismo en el tiempo: por ejemplo, en un feto se prenden ciertos genes que después se apagan. Esto también explica las diferencias entre las especies. Lo que yo hago es estudiar ciertos procesos de los múltiples que hay en la regulación de la expresión de los genes. Yo les doy más atención a los genes de organismos cuyas células tienen núcleo y que son también multicelulares, que tienen información que permite fabricar proteínas. La información en los genes en vez de estar distribuida en forma continua está contenida en forma interrumpida. El gen está en el núcleo de la célula, mientras que la proteína se necesita afuera. Para eso se genera una copia del gen, como si fotocopiaras un capítulo de Rayuela y te lo llevaras de vacaciones. Esa copia se exporta fuera del núcleo y ahí es interpretada, leída, traducida a una proteína.
–Cuánta analogía literaria.
–Es que sirve. En ese proceso donde hay una serie de cambios que sufre esta copia se eliminan ciertas regiones que estaban contenidas en el gen. Ese proceso se llama “splicing”. Sería algo así como la tarea que hace un editor en cine: corte y empalme. Cuando se descubrió este proceso, no se sabía muy bien qué quería decir. Después se empezó a ver que, por ejemplo, el corte y empalme de cierto gen en las neuronas es distinto que en el músculo. Yo estudio ese proceso de splicing “alternativo” o “diferencial” entre tejidos o momentos de desarrollo.
–¿Este proceso ocurre tanto en el conejo como en el ser humano?
–Absolutamente. Un conejo para el nivel de análisis del que te hablo es lo mismo que una persona. Suena ridículo, pero es así. Este proceso ocurre en cualquier mamífero, en cualquier vertebrado. Empieza a haber diferencia en los insectos y moscas. También ocurre en levaduras, las que se usan para hacer pan y cerveza. La maquinaria general del proceso es la misma. Nosotros trabajamos con células de ratón en cultivo.
–¿Y no le sorprende esta universalidad?
–Es un proceso propio de la vida. Las maquinarias básicas que son responsables de todos estos pasos están muy conservadas a lo largo de todos los organismos que estudies. Hay diferencia entre las bacterias que se llaman procariontes porque no tienen núcleo en sus células y los eucariontes, que van de las levaduras a los gorilas, que sí tienen. Pero hay muchas cosas que no son distintas. La lógica general de cómo se generan esas copias de los genes, y cómo se traducen, es básicamente igual. En algunos casos es como si los procariontes hablaran en portugués y nosotros en castellano. En otros casos, es más chino y castellano. Pero son dos idiomas. No somos tan distintos.
–Si se ve la historia de la biología, el concepto de gen es un poco controversial. ¿Qué se entiende hoy por gen?
–Básicamente es una región de ADN que contiene todas las instrucciones para una determinada función. Hay genes que tiene información para hacer moléculas, como proteínas y ARN, que se usan en todos los procesos bioquímicos. Hace muy poquito se descubrió todo un campo nuevo, el de los “microARNs”, que son muy chiquititos, casi cien veces más chico que los ARN que ya se conocían. Los genes tienen que tener una serie de señales que le indican a la maquinaria bioquímica “empiecen a copiar”, “háganlo ahora”, “háganlo mañana”.
–De esa falta de definición se nutre el reduccionismo genético y esa costumbre tan mediática de anunciar el hallazgo del “gen de tal cosa”.
–Exacto. Los genes actúan en conjunto. Sin embargo, hay genes más importantes que otros: si fallan no tenés un individuo enfermo, simplemente no tenés individuo. Muchas enfermedades, en cambio, son multicausales. También ocurre con nuestras características que están determinadas por nuestro genotipo, o sea, la combinación de variantes de los genes que recibimos de nuestro padre y de nuestra madre. Vos y yo compartimos los mismos genes, tenemos los mismos y en las mismas ubicaciones. Pero hay variantes que hacen que tus ojos no sean del mismo color que los míos. Y también está el medio ambiente, por supuesto.
–No quería llegar a este punto, pero la pregunta de la aplicabilidad tiene que ser hecha.
–Me la hacen mucho en reuniones. “¿Eso se aplica en alguna enfermedad?” o “¿eso para que sirve?”, me dicen. Y yo les contesto: ¿Le preguntarías eso a un astrónomo? ¿A un paleontólogo le preguntarías para que sirve desenterrar huesos? No. Además no se puede saber adónde va un proyecto. Yo no digo que lo que hago algún día vaya a tener un gran impacto. Pero todos los que trabajamos en intentar dilucidar algo tan elemental como los mecanismos de la regulación génica, estamos construyendo un nivel de conocimiento que es necesario para cualquiera que quiera entender cómo funcionan los genes.
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