› Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
UNO En un avión, en el aire, en la casa abandonada de Dios a la que no puede aspirar ningún okupa, voy leyendo Dios no es bueno: ese inteligente e implacable alegato contra la religión –no faltará quien no dude en definirlo como “arma de destrucción masiva”– firmado por el británico Christopher Hitchens. Lectura apropiada en los cielos de un país escogido por el Vaticano como punta de lanza y frente de batalla donde librar la lucha contra la educación laica y todas esas cosas. Aquí, la casa no está en orden, acaba de ser nombrado como jefe de la Iglesia uno de esos jefes espirituales de postura extra-dura, y son varios los que miran de reojo la tapa de mi libro y se preguntan si será bueno algo con un título tan... ¿malo? En cualquier caso –¿señal divina?– en una de esas superficiales revistas de altura que ofrecen las compañías aéreas me entero de la existencia de otro libro titulado The Year of Living Biblically: One Man’s Humble Quest to Follow the Bible as Literally as Possible. Lo que significa algo así como: El año de vivir bíblicamente: la humilde empresa de un hombre dispuesto a seguir los preceptos de la Biblia tan literalmente como le sea posible. Leo de lo que trata el libro y no puedo creerlo aunque el libro exista. Y al salir del avión –¿milagro?– descubro un ejemplar del engendro en la librería del aeropuerto. Y me lo compro. Aleluya.
DOS “Estoy empezando a creer lo que dicen las Escrituras”, canta Bob Dylan en “Nettie Moore” –la mejor canción de su último disco– tal vez optando por olvidar esos coléricos y luminosos álbumes cristianos que grabó y predicó a principios de los años ’80. Y así es la cosa: la fe es como una estación de radio cuya sintonía se la pasa cambiando y entonces hay que mover el dial como si se tratase de una de esas rueditas de caja fuerte tan difícil de abrir.
Y en la portada del libro de título larguísimo aparece su autor, disfrazado de Moisés –Manhattan al fondo– con las mandonas tablas de la ley del profeta en una mano y, en la otra, sosteniendo uno de esos urbanos y milenaristas y sacros recipientes de café Starbucks. El autor del libro se llama A. J. Jacobs y de algún lado me sonaba su nombre y enseguida me acuerdo. El tipo es editor del mensuario Esquire y autor de un libro que leí hace dos o tres años. Otro libro con título largo que anunciaba empresa tan épica como absurda: The Know-It-All: One Man’s Humble Quest to Become the Smartest Person in the World y que vendría a ser más o menos: El sabelotodo: la humilde empresa de un hombre decidido a convertirse en la persona más lista del mundo. Lo que allí narraba Jacobs era su odisea de leer, desde la A hasta la Z, los 32 volúmenes de la Encyclopaedia Britannica (edición del año 2002) y contar lo que le iba sucediendo por el camino. Era un libro ligero que generó una densa polémica en las páginas de The New York Times al ser atacado por Joe Queenan por considerarlo representativo de toda una nueva escuela periodístico-ensayística: así, Jacobs “el tonto con pedigree” que, aquí, abogaba por la lectura veloz y el aprendizaje relámpago (recamado con numerosas erratas y errores de comprensión) en lugar de la profundidad y la reflexiva lentitud. Jacobs le respondió que se tomara las cosas con más calma. Algo así. Seguramente –ofreciendo la otra mejilla– ya estaba pensando en su siguiente libro.
TRES Porque lo que decidió después Jacobs fue, literalmente, vivir como ordena el Viejo Testamento –como no vive ninguno de los católicos o judíos que yo conozco– durante nueve meses de un año dejando los últimos tres meses para dedicarse al Nuevo Testamento.
Lo primero fue dejarse crecer la barba y después –con el asesoramiento de sacerdotes y de rabinos– buscar y encontrar y observar sin dudarlo unos setecientos mandamientos que incluyen el no sentarse en una silla que fuera ocupada con una mujer con la regla, no chismorrear y no mentir (“Soy un periodista neoyorquino, lo que significa que no fue nada fácil”, explica Jacobs), no sucumbir a los fuegos de la lujuria con la propia esposa (que, irritada con el absurdo desafío que ha acometido su cónyuge, no deja de sentarse en todas las sillas de la casa durante su período menstrual), aprender a tocar el arpa para honrar a Jehová, comer grillos y no vestir ropas confeccionadas con fibras mezcladas, optando por pasar de los sacrificios de animales o la lapidación de magos y homosexuales porque eso podría traerle problemas con otro tipo de código penal. Por el camino, Jacobs hace amigos en comunas amish, baila danzas jasídicas y se ata las manos para no atender su teléfono móvil durante el Sabbath. El libro es gracioso y ligero y no le cambiará la vida a nadie aunque –insiste Jacobs– le cambió la vida a él modificando su manera de pensar y el modo en que se relaciona con otras criaturitas del Señor. Puede ser. Pero lo más interesante del tema pasa por el modo en que –comportándose como un pasajero ultra-fundamentalista absoluto– Jacobs descubre que, en realidad, los ultra-fundamentalistas no lo son tanto, porque tan solo respetan aquellos dictados que más les convienen. Así, los ultra-fundamentalistas a tiempo completo son más bien víctimas del pecado de la selectividad. Y lo más divertido de todo: la odisea espiritual del “ex tío” Gil de Jacobs quien ha sido, entre otras cosas, líder de un culto hindú, judío ortodoxo y evangelista cristiano. Por las dudas.
CUATRO Y, de acuerdo, es un libro divertido. Pero el de Hitchens es –además de divertido– cosa seria. Jacobs obedece y Hitchens cuestiona. Jacobs acaba siendo un agnóstico observador de ritos y ceremonias (y de sus supuestas propiedades espirituales que, por momentos, lo acercan peligrosamente a una variante mystic-cool de la New Age), mientras que Hitchens se mantiene como fiel ateo dispuesto a desenmascarar a los agentes virósicos de la ignorancia escondiéndose tras la máscara del rezo como reflejo automático. Jacobs actuó por un año y Hitchens lleva toda una vida pensando en el asunto. Jacobs aprende y Hitchens enseña.
Ustedes eligen.
Y mientras termino de escribir esto suena una última canción de Liverpool 8, el nuevo y lindo disco de Ringo Starr –los discos de Ringo S. nunca son buenos o malos, son compleja y simplemente, lindos– donde, como despedida, y con sonido retro de carpa de revival religioso, en una canción titulada “R U Ready?”, se nos habla del estar o no estar listos para dejar este valle de lágrimas para enfrentarnos a la sonrisa del creador de todas las cosas. “Está muy bien eso de creer, pero preferiría saber”, canta allí Ringo con voz de Ringo. Y eso que si alguien tiene derecho y hasta obligación para rendirse ante la Divina Providencia, ese alguien es Ringo Starr.
Mientras tanto y hasta entonces –juguemos en este bosque donde el más feroz de los lobos parece haberse mandado a mudar–, Jacobs ya ha vendido los derechos de su periplo bíblico al cine. Lo que pondrá las cosas tanto más fáciles. Porque si la película es protagonizada por, digamos, alguien como Greg Kinnear, bueno, todavía hay motivos para arrodillarnos y todo eso.
En cambio, si toda la cosa termina en las garras de Robin Williams, bueno, lo mejor será desenterrar nuestros viejos y queridos tomos del Lo Sé Todo y dedicarnos a no creer en nada ni en nadie mientras, afuera, se van abriendo uno a uno los varios sellos del Apocalipsis.
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