› Por Osvaldo Bayer
Los tira y afloja del presente pasarán sin pena ni gloria como en el pasado. Pero donde hubo ética y responsabilidad humana, eso queda a través del tiempo. Me han tocado unos días de comprobación y de alegría al ver que los principios siguen vigentes a pesar de desapariciones, picanas, fabulaciones mediáticas, Ratzingers, Vargas Llosas y Grondonas (los dos). Etc. Etc. Por los siglos de los siglos, pero no tanto. Sí, estos últimas días asistí a hechos que tal vez nunca me los hubiera imaginado diez años antes. Por ejemplo, en Mendoza inauguramos en la Radio Libertador el salón de conferencias con el nombre de Paco Urondo, el poeta, el luchador, que prefirió la muerte antes de que lo “desaparecieran”. Un luchador, que si se hubiera portado bien, habría tenido los privilegios de un intelectual borgeano o sabatino. Pero no, él no habría vivido tranquilo en una sociedad con niños bajo el nivel de nutrición, juventud sin trabajo y familias sin techo o revolviendo basura. De Mendoza fui a Luján, donde hablé en el salón Dardo Dorronsoro, el poeta y herrero –¡qué dos oficios!– desaparecido en los años del oprobio argentino. Dardo Dorronsoro, el que escribió: “Yo he visto chicos grises como la tierra comiendo tierra. Yo los he visto ahí, con sus andrajos y su mugre, reptando, y los he tocado, acariciado su piel y convertido en ángeles, en mariposas, en viento de setiembre”. Y que se definió así poco antes de ser “desaparecido” por los militares argentinos: “Soy un poeta que ama a los que no tienen amor ni pan, a los que se van sin haber llegado, a los que a veces sonríen, a los que a veces sueñan, a los que a veces les crece un fusil en las manos y salen a morir por la vida. En suma: he sido, soy y seré un poeta revolucionario. Sobre mi tumba verán florecer un puño”.
Y justo en el salón Dardo Dorronsoro de la Universidad presentamos el libro Hermano, Paco Urondo, escrito por su hermana, Beatriz Urondo, y su sobrino nieto Germán Amato. En ese libro está todo Paco: sus versos, sus fotos, su espíritu que va creciendo página a página. Recuerdo su muerte. En la biblioteca del Instituto Iberoamericano de Berlín, durante el exilio, recibimos la noticia. Llegó ese día Manuel Puig, el escritor que escribía de la misma forma como habría plantado flores y begonias. Manuel Puig, que al enterarse de la triste nueva lloró prolongadamente sobre mi hombro.
Sí, y así siguió la semana con la memoria que va creciendo día a día. En la Biblioteca Nacional presentamos el libro de Eudeba Biblioclastas, sobre la destrucción del libro, editoriales y bibliotecas populares durante la dictadura de la infamia de Videla, Massera, Agosti... En el acto leí el escrito del almirante Massera, donde la estupidez y la soberbia se igualan en dimensiones inimaginables de prepotencia e ignorancia. Textual, escritas para el diario La Opinión de los militares, el 26.11.77: “Hacia fines del siglo XIX, Marx publicó tres tomos de El Capital y puso en duda la intangibilidad de la propiedad privada. A principios del siglo XX, es atacada la sagrada esfera íntima del ser humano por Freud, en su libro La interpretación de los sueños y como si fuera poco, para problematizar el sistema de los valores positivos de la sociedad, Einstein, en 1905, hace conocer la Teoría de la Relatividad, donde pone en crisis la estructura estática y muerta de la materia”. Es decir, contra Marx, Freud y Einstein, “Dios, Patria y Hogar”, lema bajo el cual se quemaron los libros. El nuevo libro de Eudeba finaliza con la obra teatral Biblioclastas de Jorge Gómez y María Victoria Ramos, genial diálogo entre dos quemadores de libros oficiales. La maldad, la estupidez, la ignorancia, en su forma más realista. Mientras se queman libros se grita el gol del seleccionado. Argentina, Argentina.
Pero las fantasías de la realidad me regalaron otro momento que guardé en lo más profundo de mi conciencia viva. La Cooperativa Unión Solidaria de Trabajadores, que lleva a cabo planes que corresponden a la recepción y la transferencia de disposición de residuos sólidos urbanos de Capital y conurbano, al mantenimiento de áreas verdes y parquización, y al mantenimiento de caminos internos y trabajos de relleno sanitario, está haciendo realidad un Proyecto Pedagógico Institucional, que incluye el Bachillerato Popular Arbolito, con títulos oficiales. Ese es el primer paso, luego la cooperativa organizará escuelas de formación técnica, talleres de capacitación de trabajadores de todos los sectores de acuerdo con las distintas ramas de productividad, y servicios y asesorías técnicas a trabajadores autogestionados. Ese es el futuro. Una república que se vaya democratizando cada vez más mediante cooperativas de trabajo igualitario y propia responsabilidad. Todos para uno y uno para todos. Y justamente ellos eligieron para su colegio de bachillerato el bello nombre de Arbolito, el joven ranquel que en 1827 hizo justicia contra el militar europeo genocida coronel Federico Rauch, que venía a cumplir el contrato firmado con Rivadavia para “exterminar a los indios ranqueles”, por supuesto, pago con buen sueldo de mercenario. Esto me da una profunda alegría porque yo, en 1963, di una conferencia en la ciudad bonaerense de Coronel Rauch donde pedí que ese población votara para cambiar el nombre del genocida Coronel Rauch por el hermoso nombre del joven ranquel que puso fin a la vida de ese mercenario jugándose entero. Arbolito se llamaba... Por esa propuesta sufrí 63 días de prisión ya que el ministro del Interior de la dictadura militar que volteó a Frondizi era el general Juan Enrique Rauch, bisnieto directo del coronel genocida. Nunca se cambió el nombre a esa ciudad. Los habitantes y los políticos miraron para otro lado. “Hay que mirar para adelante”, el lema de todos los que tienen que esconder algo. Y ahora, mi júbilo: una cooperativa de educación para trabajadores se llama Arbolito y una orquesta de rock plena de sangre joven lleva también el nombre del vindicador de esas enormes pampas.
Pero las emociones no terminaron allí. En Mendoza, antes de una conferencia en la radio Libertador, se aproximó una delegación de los más humildes de los humildes, los más explotados, los recolectores de ajo. Me trajeron como regalo un hermoso ajo envuelto en una cinta que decía: “Recolectores de ajos”. Y me presentaron su denuncia, con palabras claras recalcadas con gestos sobrios de sus manos encallecidas. El petitorio estaba titulado: “Los trabajadores esclavos de Campo Grande”. Son recolectores de ajo del establecimiento El Resguardo, del exportador Carlos Adrián Sanches. Desde el 7 de noviembre los recolectores de ajo están en conflicto con la empresa. Protestaron porque no se hacen aportes jubilatorios ni tampoco se les reconocen los doce años de trabajo. Son hombres y mujeres. El 29 de noviembre, los 23 delegados y sus familiares fueron impedidos de trabajar por patovicas. Se organizó entonces el paro general. Los obreros se quedaron en el portón principal. Pero muy pronto se hizo presente la fiscal Liliana Giner con 150 hombres armados y ordenó a los trabajadores retirarse del lugar. Entrelazadas de brazos todas las mujeres hicieron un cordón humano, también había algunas embarazadas, y a los hombres los hicieron poner detrás de ellas. Vino entonces la orden de represión. A machetazos, les tiraron balas de goma y perdigones de pimienta... Los manifestantes fueron perseguidos más de quinientos metros y resultaron más de cuarenta heridos. Quedaron todos despedidos. Desde ese entonces no se ha hecho justicia. Hay pruebas de que la empresa hace uso del trabajo infantil. Los recolectores piden justicia. Se llaman Ana, María, Graciela, Yemina, Pamela, Celeste, Javier... y siguen los nombres.
Cuando escribo esto tengo el ajo exultante que me regalaron. En el escritorio. Me emociona. Paco Urondo y Dardo Dorronsoro habrían hecho una poesía con él y las manos que lo cosecharon. Pero la mendocina Nora Bruccoleri ya había redactado esa poesía y me la alcanzó al marcharme:
Somos Ajeros
Y por ello cómplices de la entereza
Porque el ajo es fuerza vegetal
Que nos aclara la conciencia
Y aunque los patrones negrean nuestro destino
La intensidad cabeza a cabeza
Nos convence que debemos seguir
Apretando los dientes
Para que la sabrosura de la vida
Se sirva en nuestras mesas
En la de Todos
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