Jue 19.09.2002

CONTRATAPA

Cara y cuerpo

› Por Rodrigo Fresán

UNO Dar la cara y Poner el cuerpo son expresiones complementarias pero que quieren decir dos cosas muy diferentes. Dar la cara tiene que ver con mostrarse, hacerse cargo, salir de donde se está escondido, asumir una determinada situación. Poner el cuerpo tiene que ver con la entrega a una empresa que puede ser eterna o efímera pero que suele estar signada por la épica auténtica o falsa. Los argentinos suelen ser buenos para poner el cuerpo por un ratito y después suelen ser malos para dar la cara y explicar por qué hicieron tantas cosas mal en un tiempo tan corto. Algo así.

DOS En cualquier caso, pensaba en cuerpos y en caras hace unos días cuando fui a ver la muestra del fotógrafo Richard Avedon titulada In the American West 1979-1984. La exposición –que ya pasó por Granada y Barcelona, y ahora recala en Madrid coincidiendo con la inauguración de la megarretrospectiva que el Metropolitan Museum de Nueva York dedica a este fotógrafo neoyorquino nacido en 1923– consiste en caras y en cuerpos anónimos nacidos y crecidos y castigados por el abismo de la Norteamérica profunda. El trabajo surgió a partir de que el Museo Amon Carter de Forth Worth le encargó documentar la forma de vida de los trabajadores del Oeste de Estados Unidos. Avedon fue, vio, y reveló. Granjas, minas de carbón, campos petroleros, oficinas, restaurantes de carretera, rodeos, ferias rurales y los seres que las habitan. Todos los sujetos que Avedon eligió en el camino tienen algo en común: una naturaleza fugitiva, algo asombrada, como la de esos ciervos que se cruzan de noche frente a un auto y parecen paralizarse y posar para el flash de los faros. Ahí están todos contra un fondo blanco, preguntándose en silencio cómo es que, si pusieron tanto el cuerpo, el tiempo no les ha obsequiado caras un poco más felices.

TRES La cara y el cuerpo de Ernesto Sabato. El escritor llegó a Barcelona para inaugurar la Cátedra de las Américas y –de paso, como es su costumbre– presagiar el inminente apocalipsis que nos merecemos todos menos él porque a él se le ocurrió primero. Lo curioso –más que la cara y el cuerpo de Sabato, apocalípticos y con un vago aire mezcla de clochard existencialista y primo lejano de Bukowski– son los cuerpos y las caras de los fans de Ernesto Sabato. Son cuerpos y caras jóvenes los que colman hasta los bordes el auditorio de La Pedrera. El enigma de qué es lo que festejan y disfrutan hasta la devoción en esta figura que no hace más que enumerar catástrofes no tiene, para mí, solución lógica. Sabato dice que pertenece a “un mundo de formas trágicas”, que “llora viendo la televisión”, que está escribiendo un libro filosófico sobre “este momento abismal” y después lee un fragmento de Sobre héroes y tumbas que –supongo– puede ser asimilado a esta altura como biblia dark por adolescentes amantes de lo gótico. Veo a Sabato y me pregunto a qué me recuerda y entonces me doy cuenta: Sabato no quedaría nada mal colgado en una pared de esa exposición de Avedon que vi hace unos días.

CUATRO Como tampoco quedarían mal la cara y el cuerpo de George W. Bush. Mientras Sabato es un teórico del Armagedon, Bush se muere por ponerlo en práctica. Y la verdad que –desde Nixon– Bush parece el mejor dotado para conseguirlo: esos ojitos que son el espejito de su almita, esa lengua que se asoma entre sus labios, ese caminar derechito de alumno que pasa al frente y que se estudió toda la lección de memoria pero no tiene la menor idea de lo que habla. Bueno, en este hombre que pone el cuerpo y le exige al mundo todo que dé la cara descansa –mal– un futuro que, desde este presente pasivo, se antoja como de conjugación bastante imperfecta. Y está claro que apostar a una realidad lombrosiana no es la más eficiente de lasestrategias porque para mí Osama bin Laden tiene el aire de alguien incapaz de matar a una mosca y sin embargo...
CINCO Del mismo modo desconciertan las largas filas del viernes pasado a la hora de conseguir entrada para el único recital que –Barcelona ha vuelto a ser la elegida–, Bruce Springsteen ofrecerá en España para presentar sus nuevas y dolorosas canciones patrias. Por lo que se ve en la cola, el público ibérico de Bruce tiene una edad más cercana a la que –en un mundo normal– le correspondería a los lectores de Sabato. Retrocuarentones felices de que el mundo no se acabe y de no parecerse a los avedonianos personajes que suelen poblar el song-book de The Boss. Gente que va a poner el cuerpo a la hora de aullar el próximo 16 de octubre “Born in the USA” con toda la fuerza de sus pulmones por más que hayan nacido acá nomás, en Girona o en Alicante. Springsteen dará la cara. Y todos felices y, quién sabe, para entonces ya estaremos otra vez en guerra.

SEIS Esa misma noche, otra vez, el replay de jugada imprevista: los aviones que dan la cara contra el cuerpo de las torres del World Trade Center, los cuerpos cayendo desde las alturas, las caras de los conductores de noticieros... Pasó un año, salió premiado el 911 en la lotería y –veo ahora– una compañía de Florida acaba de sacar a la venta una colección de figuritas con las caras y los cuerpos de las víctimas de los muertos aquel 11 de setiembre. Muchos de los familiares dieron autorización. “Será una forma de que no los olviden”, argumentaron. Avedon no sacó las fotos para las figuritas, Springsteen les canta a todos y cada uno de ellos con ese cuello siempre en tensión que más que un cuello parece un torso de fisicoculturista y, quién sabe, tal vez nuestro profeta de Santos Lugares tenga razón pero no del todo, no todavía: el mundo va a acabarse, sí, pero antes hay que llenar el álbum. Y una vez lleno, ya se nos va a ocurrir una nueva colección de caras para poner y cuerpos para dar.

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