› Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
El libro no tiene demasiadas páginas, es de formato pequeño, pero tiene un título muy largo: Not Quite What I Was Planning. Y cuando se trata de traducir el título hay que tener cierto cuidado, porque la gracia y el mandato pasan porque nunca debe superar las seis palabras. Así que rápida y desprolijamente podría quedar así: No exactamente lo que tenía planeado. La motivación para el límite de vocablos queda explicada en el subtítulo también largo y que, por suerte, no impone cupo máximo: Six-Word Memoirs by Writers Famous and Obscure. Es decir: Memorias en seis palabras a cargo de escritores célebres y desconocidos. Y el librito es exactamente eso: autobiografías condensadas al máximo. El diamante que se esconde en el núcleo del carbón. Vidas de famosos o de anónimos reducidas a haikus jíbaros. “¡El libro sobre el que todos están hablando!”, se lee en la esquina superior izquierda de la portada donde se muestra un número 6 hecho de palabras. “Emocionará a los minimalistas e inspirará a los maximalistas”, se promete más abajo, frase aparecida en el mensuario Vanity Fair.
Vi el libro y pensé: “Tengo que comprarme este libro ya”.
Seis palabras.
La idea la tuvieron Rachel Fersheiler y Larry Smith –los editores de la revista online para escritores Smith– y resultó ser una buena idea.
La idea –lo explican en el prólogo del libro– se les ocurrió a partir de aquel tan citado micro-relato de Ernest Hemingway. La anécdota es bastante conocida: un día alguien desafió al expansivo Hemingway a que escribiera una historia en apenas seis palabras. Hemingway aceptó el reto y ofreció lo que algunos admiradores –y varios odiadores– consideran lo mejor que hizo nunca: “For sale: baby shoes, never worn” (“Vendo: zapatos de bebé, sin usar”). O algo así, me faltan una palabra o dos para que la traducción quede del todo bien y es que el asunto no es sencillo, porque el idioma español suele ampliar aquello que el idioma inglés reduce. Pero la intención está clara, pienso.
En cualquier caso, la gente de Smith tuvo la ocurrencia de llevar todo aún más lejos, hasta alcanzar territorios más complejos. Porque una cosa es miniaturizar una historia en seis palabras, pero otra muy distinta es comprimir toda una existencia. No muy seguros de si la convocatoria para el concurso funcionaría –aunque todos los amigos a quienes se lo comentaban respondían primero con divertido entusiasmo y, enseguida, con profunda dedicación–, lanzaron el concepto y las reglas a ese luminoso agujero negro que es Internet y pronto fueron sepultados por contribuciones de gente que pasaba por ahí. Un promedio de quinientas mini-vidas diarias enviadas desde los lugares más diversos del mundo. Desconocidos absolutos primero y, enseguida, nombres y apellidos ilustres. Pronto abundaron los artículos sobre la fiebre micro-memorística desatada por los responsables de Smith. Pronto, The New York Times y The New Yorker –patria de ficciones largas y sin límites– se hicieron eco del asunto y poco y nada costaba encontrar gente en bares y restaurantes sosteniendo lapiceras, mirando fijo servilletas, calculando palabras, tachando dos para convertirlas en una, tratando de encontrarle sentido a toda una vida contando hasta seis y consolándose pensando aquello de “Lo bueno, si breve...”
Un breve ejemplo: “Maldecida con cáncer. Bendecida con amigos”. Lo firma Hannah Davis, una enferma de nueve años.
Otro breve ejemplo: “Siempre padecí a tontos con elegancia”. Lo firma Richard Ford.
Un breve ejemplo más: “No pude soportarlo. Entonces escribí canciones”. Lo canta Aimée Mann.
“Nos casamos por dinero. Alguien mintió.” Lo confiesa alguien que no puso su nombre.
“Como un ángel. Del tipo caído.” Lo aletea Rick Bragg.
“Amante embarazada, me dijo mi marido.” Lo resume una mujer cuyo nombre no puedo encontrar ahora (recomiendo leer el libro con un lápiz a mano, ir marcando favoritas y favoritos) entre tantos otros nombres y tantas otras vidas.
“Todavía sigo intentando escribir ese libro.” Lo explica alguien que, me parece, se ha robado mi vida.
Y, por supuesto, no demoraron en aparecer los obsesivos y los comisarios. Los que denuncian las palabras dobles con guión, los que discuten si es apropiado el uso de siglas que comprimen a varias palabras en una (sida, por ejemplo), los que advierten que estamos asistiendo a la vulgarización ingeniosa y simplista de un género noble y laborioso. (En mi descargo diré que mientras picoteo estas minucias leo también el muy recomendable Presuntuoso afán, de Adam Sisman, donde se cuenta el largo proceso y la ardua escritura de las miles de palabras que necesitó James Boswell para escribir su fundadora y acaso invencible Vida de Johnson.) Ahora, sepultados por la avalancha, las páginas electrónicas de Smith (http://www.smithmag.net/) se han visto obligadas a compartimentarse y ordenarse temáticamente. Ya no se trata nada más de destilar muchos años en seis palabras (http://www.smithmag.net/six words/), sino que, también, uno puede dedicarse a cuestiones más específicas pero igualmente exigentes: mamá, Irak, corazones rotos, embarazos, vecinos, el ex y la ex, la ciudad de Philadelphia... Seis palabras. Ni una más.
Y la lectura de Not Quite What I Was Planning –donde se recopilan casi mil de estos microbios en 240 páginas con un precio de 12 dólares, aunque se pueden visitar y observar gratis en la red– produce, claro, síntomas inmediatos y, también, efectos residuales y colaterales. El primero –el más obvio– es el de arriesgarse a intentarlo uno mismo. Entonces se descubre que el experimento no es tan sencillo y que de lo que en realidad se trata no es de ser ingenioso sino de ser sincero y decirlo claramente y con todas las (pocas) letras. Superado el trance (no incluiré aquí el mío, estoy pensando en enviarlo al site) uno descubre que el llamémoslo seispalabrismo parece haberlo invadido todo y no sólo comenzamos a contar las palabras en los titulares de los periódicos (y a corregirlos cuando se pasan de la raya) sino a, casi automáticamente, seispalabrear, todo lo que nos rodea. El fino arte de escribir menos para decir más. Lo que pensamos, lo que decimos. Las palabras justas para la expresión exacta. Lo que tenemos cerca y lo que está lejos pero, de pronto, en todas partes. El caso del padre-ogro austríaco Josef Fritzl, por ejemplo: “No soy un monstruo. Soy yo” o “Yo vivo arriba, ellos sobreviven abajo” o “¿Por qué lo hice? Porque sí” o “Mis nietos son hijos para mí” o “Al final todo queda en familia”.
Y que pase el que sigue.
Comienza la cuenta regresiva.
Comienza después y acaba antes.
Seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno...
... (1) y (2) esto (3) es (4) todo, (5) mis (6) amigos.
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