› Por Juan Gelman
Desde 2003 el Centro de Detección de Terroristas (TSC, por sus siglas en inglés), organismo dependiente del FBI alimentado además por la CIA y otros servicios, elabora listas de sospechados de preparar, o tener la intención de preparar, atentados en suelo estadounidense. Son gordas esas listas. En septiembre de 2007, el inspector general del Departamento de Justicia informó que el TSC tenía registrados 700.000 nombres en su base de datos y que ese número crecía a razón de más de 20.000 asientos cada mes. Dicho de otra manera: habría actualmente más de un millón de presuntos terroristas en suelo estadounidense o con la pretensión de entrar en él. Bastantes muchos.
El Centro proporciona a las compañías aéreas los nombres de tales sospechosos, que pasan a integrar una llamada “No-Fly List” con ciertas consecuencias. En los vuelos internos no los dejan subir al avión o los bajan del avión y algo más: los agentes del FBI estacionados en el aeropuerto suelen detenerlos, interrogarlos durante horas, revisar su persona y su equipaje, someterlos a ninguneos varios. Al menos doce Robert Johnson han padecido y aún padecen esos problemas por mera portación de nombre: ése fue el alias de un afroamericano de 62 años condenado por planear la voladura de un templo hindú y de un teatro en Toronto, pero figura en la lista negra sin mayores especificaciones. El periodista Steve Kroft, de CBS News, entrevistó a los doce homónimos, entre otros un empresario, un político, un entrenador de fútbol, incluso un militar. A todos les espera lo mismo (www.cbsnews.com, 10-6-07).
“Casi siempre tengo dificultades para abordar un avión, me ha pasado por lo menos 15 o 20 veces”, contó uno de los Robert Johnson. Otro declaró que, para él, lo peor era la humillación sufrida: “Tuve que sacarme los pantalones, tuve que sacarme los zapatos, después tuve que sacarme las medias. Me trataron como a un criminal”. Nadie ofrece disculpas, la seguridad antiterrorista ante todo. Pero los Robert Johnson no están solos: los acompañan viajeros de prestigio nacional e internacional, como el senador Edward Kennedy. Su caso fue el primero en adquirir notoriedad.
No era para menos: el hermano del ex presidente asesinado, miembro de una familia de abolengo y senador desde 1962, fue detenido e interrogado cinco veces en aeropuertos de la costa este de EE.UU. en marzo del 2004. Le costó tres semanas que quitaran su nombre de la lista de sospechados de terrorismo merced a la intervención de la Casa Blanca. (The Washington Post, 21-8-04). Al más que famoso músico británico Cat Stevens le fue peor: convertido al islamismo, adoptó el nombre de Yusuf Islam y el vuelo a Washington que lo traía de Londres fue desviado a Maine. Seis robustos agentes federales lo esperaban y lo sometieron a un curioso interrogatorio. Viajaba con su hija para grabar un disco y finalmente fue expulsado (ABC News, 1-10-04).
No es la única figura extranjera de relieve que padece cuestiones semejantes. El ex presidente de Sudáfrica y Premio Nobel de la Paz Nelson Mandela figura en el padrón de presuntos terroristas y debe pedir un permiso especial para entrar a EE.UU. (USA Today, 30-4-08). Nahib Berri, vocero del Parlamento libanés y ex abogado de la General Motors, suele reunirse con Condoleezza Rice, pero eso no lo saca de la lista. También está incluido el presidente boliviano Evo Morales, al que han registrado con tres nombres: Evo Morales, Juan Evo Morales Aima y Evo Morales Ayma. Los tres nacieron el 26 de octubre de 1959 y tal abundancia –se supone– es por las dudas.
A la monja McPhee, que supervisa todos los niveles de la educación católica en el marco del Departamento de Educación estadounidense, le fue peor que a Ted Kennedy: tuvo que luchar nueve meses para que la borraran de la “No-fly list” y cesaran de apartarla de la fila de pasajeros para revisarla de arriba abajo. Nada diferente le ha sucedido al mayor general (R) Vernon Lewis, condecorado con la Medalla de Servicios Distinguidos, la más alta distinción que otorga el ejército de EE.UU., ni a Jim Robison, ex asistente del fiscal general de la nación (AP, 14-7-08). Pero no todas son celebridades: se estima que más de 30.000 pasajeros han presentado protestas por tratos semejantes.
La Casa Blanca afirma que esa lista negra es la herramienta más eficaz para la lucha “antiterrorista” en EE.UU. Quién sabe si lo mismo piensa Ingrid Sanders: iba a tomar un vuelo de Phoenix a Washington cuando le anunciaron que su hija de un año de edad estaba registrada como sospechosa de actividades terroristas. Es apenas una de los catorce infantes de menos de dos años que el TSC considera posibles terroristas (AP, 10-7-08). No está claro contra quién combate realmente W. Bush. ¿Contra los terroristas? ¿Contra los norteamericanos?
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