› Por Immanuel Wallerstein*
La totalidad de Estados Unidos y, de hecho, del mundo observó y casi todos vitorearon la elección de Barack Obama como próximo presidente de Estados Unidos. Y aunque durante la campaña electoral casi todos disminuyeron la central importancia del aspecto racial, el 4 de noviembre pareció que nadie podía hablar de otra cosa. Hay tres cuestiones centrales de esto que la mayoría de los comentaristas llama un “evento histórico”. ¿Qué tan importante es? ¿Qué es lo que explica la victoria? ¿Qué es lo más probable que pase ahora?
La noche del 4 de noviembre, una inmensa multitud se reunió en el parque Grant, en Chicago, para escuchar el discurso de aceptación de Obama. Todos aquellos que observaron la televisión estadounidense vieron que la cámara hizo zoom sobre Jesse Jackson y que él estaba llorando. Esas lágrimas reflejan el punto de vista virtualmente unánime de todos los afroestadounidenses, que consideran la elección de Obama como el momento de su integración definitiva al proceso electoral de este país. No creen que el racismo haya desaparecido. Pero se cruzó una barrera simbólica, primero que nada para ellos y luego para el resto de nosotros.
Este sentimiento es bastante paralelo al de los africanos en Sudáfrica el 27 de abril de 1994, cuando votaron para elegir a Nelson Mandela presidente de su país. No ha importado que Mandela, como presidente, no haya cumplido con todas las promesas de su partido. No importará que Obama no cumpla todas las promesas de su campaña. En Estados Unidos, como en Sudáfrica, ocurrió el amanecer de un nuevo día. Aun cuando sea un día imperfecto, es un mejor día que antes. Los afroestadounidenses, pero también los hispanos y la gente joven en general, votaron por Obama en aras de la esperanza –esperanza difusa, pero real–.
¿Cómo fue que ganó Obama? Como cualquiera que triunfa en una situación política compleja: reuniendo una enorme coalición de fuerzas políticas diferentes. En este caso, el espectro abarcó desde muy a la izquierda hasta la derecha del centro. No lo habría logrado sin ese enorme rango de respaldo. Y, por supuesto, ahora que ganó, los diferentes grupos quieren que gobierne como cada uno de ellos prefiere, lo cual, por supuesto, es imposible.
¿Quiénes son esos diferentes elementos y por qué lo respaldan? En la izquierda, aun muy a la izquierda, votaron por Obama debido al profundo enojo por el daño que el régimen de Bush infligió a Estados Unidos y al mundo y por el temor genuino a que McCain no fuera mejor, tal vez fuera peor. En el centroderecha, los independientes y muchos republicanos sufragaron por él sobre todo porque se han horrorizado de la siempre creciente dominación de la derecha cristiana en la política del Partido Republicano, sensación que quedó subrayada por la elección de Sarah Palin como candidata a la vicepresidencia. Esa gente votó por Obama porque tuvo miedo a la fórmula McCain/Palin y porque Obama los convenció de que era un sólido y sensato pragmático.
Y entre esos dos grupos están los llamados demócratas reaganitas, en gran medida obreros industriales –muchos católicos, muchos racistas–, que han tendido a desertar de las bases del Partido Demócrata en las elecciones recientes porque consideran que el partido se había movido muy hacia la izquierda y desaprueban sus posiciones en cuestiones sociales. Estos votantes regresaron al Partido Demócrata no porque su postura haya cambiado, sino por miedo. Los asustó mucho la depresión económica hacia la que se ha movido Estados Unidos y piensan que su única esperanza es un renovado Nuevo Trato. Votaron por los demócratas, pese a que Obama es afroestadounidense. El temor pudo más que el racismo.
¿Y qué va a hacer Obama ahora? ¿Qué puede hacer ahora? Es muy pronto todavía para estar seguros. Parece claro que se moverá con prontitud para sacar ventaja de la situación de crisis, como lo hizo al designar a su nuevo jefe de gabinete, Rahm Emanuel. Sospecho que veremos una dramática serie de iniciativas en los tradicionales cien primeros días. Y mucho de lo que Obama haga puede ser sorprendente.
Sin embargo, las dos situaciones más importantes se encuentran más allá de su control –la transformada geopolítica del sistema-mundo y la catastrófica situación económica mundial–. Sí, el planeta recibió la victoria de Obama con júbilo, pero también con prudencia. Es notable que dos centros de poder importantes emitieran declaraciones muy expresas y directas acerca del escenario geopolítico. Tanto la Unión Europea, en una declaración unánime, como el presidente Luiz Inácio Lula da Silva, de Brasil, dijeron estar dispuestos a renovar su colaboración con Estados Unidos, pero esta vez como iguales, no como socios menores.
Obama saldrá de Irak más o menos en los términos prometidos, aunque no sea sino por el hecho de que el gobierno iraquí insistirá en ello. Intentará una graciosa salida de Afganistán, lo cual no será fácil. Pero que vaya a hacer algo significativo en relación con el empantanado conflicto entre Israel y Palestina o que pueda avanzar hacia un Pakistán más estable, eso es más incierto. Y tendrá menos que decir de lo que él piensa. ¿Podrá Obama aceptar el hecho de que Estados Unidos ya no es el líder mundial, sino únicamente un socio con otros centros de poder? Y si puede hacerlo, ¿podrá hacer que el pueblo estadounidense acepte esta nueva realidad?
En cuanto a la depresión, sin duda tendrá que buscar una salida. Obama, al igual que los otros líderes importantes del mundo, es un capitán en un mar tormentoso y puede hacer relativamente un poquito más que sólo evitar que su barco se hunda por completo.
Donde Obama tiene margen de maniobra es en la situación interna. Hay tres cosas donde se espera que actúe y pueda actuar, si es que está listo para ser audaz. Una es la creación de empleos. Esto sólo puede hacerse eficazmente en el corto plazo mediante acciones gubernamentales. Y se realizará mejor si se invierte en la reconstrucción de la degradada infraestructura de Estados Unidos y en medidas que reviertan el deterioro ambiental.
La segunda cuestión es el establecimiento, por fin, de una estructura de atención a la salud en Estados Unidos que sea decente, en la cual todos, sin excepción, estén cubiertos y en la cual haya énfasis considerable en medicina preventiva.
Una tercera área es enmendar todo el daño que el gobierno de Bush hizo contra las libertades civiles básicas, pero que también hicieron gobiernos anteriores. Esto requiere una revisión fundamental del Departamento de Justicia y del aparato legal y paralegal que se ha construido en los últimos ocho (pero también en los últimos treinta) años.
Si Obama actúa decididamente en estos tres ámbitos, entonces podremos decir que ésta fue en verdad una elección histórica, una en la que el cambio ocurrido fue algo más que simbólico. Si no lo logra, el desencanto será mayúsculo.
Muchos intentan distraer su atención hacia ámbitos en los que no puede hacer mucho y en los cuales su mejor postura es guardar un bajo perfil, aceptando la realidad de un mundo nuevo. Hay mucho que temer en torno de las acciones futuras de Obama, pero también mucho que ofrece esperanzas.
* De La Jornada de México. Especial para PáginaI12.
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