Mar 17.02.2009

CONTRATAPA

Expulsiones

› Por Rodrigo Fresán

Desde Barcelona y Madrid

UNO La semana pasada, la noche en que –mientras el Parlamento italiano debatía una ley para “mantenerla viva”, si se le puede llamar “vida” a eso que tuvo los últimos diecisiete años de su muerte en cámara lenta, once de ellos metida sin saberlo en una cruenta batalla legal–, Eluana Englaro, su cuerpo y lo que quedaba de su mente decidieron dejar de seguir jugando a eso que la habían obligado a jugar durante tanto tiempo. Y, sí, como dice el lugar común, “pasó a mejor vida”.

Me enteré de esto recién al día siguiente, de viaje, en Madrid. Las noticias tardan más en alcanzarte cuando estás fuera de casa, uno prende menos el televisor del hotel.

Me enteré de esto desayunando y leyendo el diario. Me enteré también de que la noche anterior, al conocerse la noticia de la muerte de Eluana Englaro en Italia, todos los canales alteraron su programación y comenzaron a emitir especiales sobre el triste asunto. Todos menos el canal de Silvio Berlusconi, que, en los últimos meses, con la colaboración de un Vaticano cada vez más fuera de lugar, se había erigido en paladín por la supervivencia de alguien que –por lo que se sabe de ella, todo hace pensarlo– jamás lo habría votado. Silvio Berlusconi, en cambio, decidió no modificar lo que se daba en su casa y lo que allí se daba era la casa de Grande Fratello, versión itálica del reality show mejor conocido como Big Brother. Y esto es verdad, esto es, sí, real: Grande Fratello –muy por encima de noticieros y extras informativos transmitiendo directamente desde el Parlamento y el hospital el fin de la historia que venía conmoviendo a todo un país– fue, por mucho, el programa más visto en esa noche en que Eluana Englaro, descanse en paz, fue por fin expulsada de la casa.

DOS En el mismo diario del mismo día, apenas unas páginas más adelante, supe de la existencia de un tal Cyril Jaquet, participante de La vuelta al mundo en directo –reality show emitido por el canal Antena 3, de la televisión española–, que era expulsado del programa el mismo día de su estreno. Allí estaba Jaquet –guapo y telegénico, en vivo y en directo desde Venecia– casi sollozante, tomado de la mano de su novia, Paola, explicando que se retiraba “por no hacer una bola” y porque “los medios no te dejan olvidar tu pasado” aunque “el pasado esté enterrado para mí”. Hola y adiós. Después, enseguida, se supo lo que realitymente había sucedido.

Y lo que había sucedido era lo que sigue ahora, después de comerciales, de regreso en estudios centrales: el 1º de agosto de 1994, en Benijófar, Alicante, Cyril Jaquet, por entonces de 15 años, mató a balazos a su madre y después se sentó en la cocina a esperar a su padre, a quien, también, acribilló a sangre fría. La policía, en principio, pensó que se trataba de un robo y se recuerda la frialdad del joven, que apareció en el entierro sonriendo y haciendo bromas (lo que lo convirtió en sospechoso) y que recién confesó diez días más tarde explicando que los había matado porque “me regañaban y, a veces, me pegaban”. Como era menor de 16 años, Cyril Jaquet –con fama de rebelde de motocicleta y rompecorazones entre las chicas de la comarca– pasó dos años en un reformatorio y, cuando salió de allí, estudió y se hizo auxiliar de vuelo. Un trabajador puntual, eficiente y admirado entre sus compañeros por su entereza al negarse “a hacer cosas poco éticas que algunas compañías te exigen”. Se sabe que, con el pasaje ya embarcado, Cyril Jaquet impidió la salida de un vuelo de Air Madrid por considerar que la nave no cumplía con las condiciones de seguridad necesarias para despegar. Se sabe también que nada le gusta más a Cyril Jaquet que viajar y que por eso se apuntó para concursar en un programa llamado La vuelta al mundo en directo.

TRES Programa que, claro, puede verse sin problemas en los televisores de Benijófar, donde los locales reconocieron de inmediato al participante y comenzaron a enviar e-mails y mensajitos de móvil al foro del programa. En uno de ellos se subrayaba el hecho de que “Odia perder”. Pero lo más importante era, parece, sacarlo del programa porque, como declaró el tío materno de Cyril Jaquet, “yo ya no tengo nada contra Cyril, que viva su vida tranquilo. Pero tampoco que se exhiba públicamente”. La producción se reunió con el efímero concursante, que decidió retirarse voluntariamente del concurso. Se recalcó, también, que Cyril Jaquet –aunque pueda entenderse como un castigo más bien leve, y por estos días se discute en España la posibilidad de aumentar las condenas a asesinos menores de edad– había pagado sus deudas con la Justicia. Amigos del joven –que no sabían nada de su pasado– se indignaron porque “¿Qué sentido tiene hablar siempre de reinserción cuando después no les damos una segunda oportunidad a las personas...?”

Así, están los que consideran que Cyril Jaquet no es digno de ascender al paraíso catódico de un reality show y los que defienden su derecho a viajar a lo largo y ancho del planeta seguido de cerca por una cámara.

Y ahí está lo interesante: la idea de que alguien que mató a sus padres no merece el premio de hacerse famoso haciendo de sí mismo. Una vecina de Benijófar –leo sus declaraciones impresas, pero poco y nada me cuesta imaginarla con el acento y vehemencia de una hembra almodovariana de pueblo chico– lo pone con las palabras justas: “Aquí se le tiene mucho odio. Todos nos indignamos cuando supimos que estaba en la tele”.

Leo el pasado domingo, varios días después de las impactantes revelaciones, que Oscar Martínez –presentador y productor de La vuelta al mundo en directo– asegura que “Es mentira que buscásemos el morbo para ganar audiencia. El contó que era huérfano. A lo mejor sale un domingo en el concurso y aclara lo que ha hecho”.

En vivo y en directo, por supuesto.

Horas después, yo estaba en casa, otra vez frente a mi televisor, viendo cómo seguía el reality show del Partido Popular. Ya saben: corrupciones varias, sobornos, acomodos y el juez Garzón y su vocecita sacando toda la mierda a flote para denunciar y nominar a enchufados que no merecen estar ahí, para votar en contra de listos mantenidos vivos artificialmente.

A ver a quién desenchufan y expulsan de la casa y que pase –que entre– el que sigue.

La casa nunca está en orden.

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