› Por Mario Rapoport *
La firma en Buenos Aires de un tratado de límites definitivos entre Bolivia y Paraguay 74 años después de finalizado un conflicto cruento, que involucró también a las diplomacias argentina y norteamericana y, especialmente, al que luego fue embajador de Estados Unidos en nuestro país, Spruille Braden, hace que valga la pena rememorar esos hechos. Desde 1932, Bolivia y Paraguay se encontraban en guerra por el territorio del Chaco boreal, tanto por el valor estratégico del río Paraguay –ya que abría la puerta al océano Atlántico al país que dispusiese de él– como por la existencia allí de valiosos yacimientos petrolíferos. Este conflicto armado fue el más sangriento en toda América durante el siglo XX. Tuvo un impresionante despliegue de material bélico e involucró el enfrentamiento de 250.000 soldados bolivianos y 150.000 paraguayos.
El propio Braden tenía fuertes intereses en la región. Estaba relacionado directamente con la creación de la Standard Oil of Bolivia, ya que parte de los territorios de la compañía fundada en 1921 pertenecían a William Braden, su padre. Algunas versiones sostienen que este último incluso había insinuado al presidente boliviano Daniel Salamanca la posibilidad de obtener armas y créditos para apoderarse militarmente del Chaco paraguayo. Existen diversas interpretaciones respecto de la guerra, que señalan justamente en su origen una disputa de intereses petroleros de los Estados Unidos, a través de la Standard Oil y de Gran Bretaña, por medio de la Royal Dutch Shell. Pero el análisis se vuelve más complejo si se consideran las conductas de los países limítrofes como Brasil, Argentina y Chile, preocupados no solamente por las cuestiones petroleras sino también por sus intereses estratégicos, económicos y políticos en la región, apoyando a uno u otro país.
A esta situación se agregó, desde el punto de vista diplomático, la disputa, una vez terminada la guerra, en junio de 1935, entre dos iniciativas contrapuestas de arbitraje para el arreglo definitivo del conflicto: una consistía en la formación de una comisión de países neutrales no limítrofes integrada por Estados Unidos, Cuba, México, Colombia y Uruguay, y otra estaba basada en una propuesta de la Cancillería argentina que daba preeminencia a la intervención de la Sociedad de las Naciones. La posición argentina terminó frustrando la actividad de la comisión de neutrales. Pero Bolivia recusó la participación del organismo internacional, por lo cual la solución para la firma de un tratado definitivo de paz quedó finalmente en manos de Argentina, Brasil, Chile, Perú y EE.UU. (más tarde se integró Uruguay), realizándose las reuniones en Buenos Aires, presididas por el canciller argentino Carlos Saavedra Lamas. Este recibió el Premio Nobel de la Paz de 1936, con el apoyo de los países sudamericanos y la aprobación de Washington, por su proyecto de un pacto antibélico presentado en 1933 para evitar conflictos armados como el del Chaco. De todos modos, el secretario de Estado Cordell Hull consideraba al ministro como un “prominente e incorregible” adversario de los Estados Unidos, al tiempo que el subsecretario Sumner Welles caracterizaba a la oligarquía argentina como un instrumento reaccionario de los intereses británicos.
Pero, por sobre todas estas cuestiones, interesa destacar el rol de Spruille Braden como delegado estadounidense en las negociaciones de paz y la aparición de la primera de las grandes enemistades que tendrá en su carrera en la Argentina: el canciller Saavedra Lamas. En una autobiografía escrita por Braden, el ministro argentino es objeto de injurias, desprecios y calificativos varios –antinorteamericano, ególatra, vanidoso, ambicioso, estúpido e inepto, entre otras cosas–, incluyendo una opinión negativa acerca de la obtención del Premio Nobel. Braden tuvo casi tanta animadversión por Saavedra Lamas, con quien entabló duras negociaciones, como las que tendría luego con su más conocido enemigo, el coronel Perón. Más allá de la enemistad personal, la relación entre Saavedra Lamas y Braden estuvo marcada por sus posicionamientos en las tratativas de paz. Braden consideraba que el objetivo de Estados Unidos era el de promover el sistema interamericano establecido en la Conferencia de 1936 y que su país apareciera imparcial frente a los beligerantes. Sin embargo, hizo un frente con Brasil y Chile sobre la cuestión del petróleo boliviano y sobre la posible creación de líneas ferroviarias entre Argentina y Bolivia, y Brasil y Bolivia para aprovecharlo.
En la primavera de 1937, exasperado por lo que consideraba obstrucciones de Saavedra Lamas a la Conferencia de Paz, Braden solicitó una entrevista con el presidente Justo y el vicepresidente Roca. Acudió a ella acompañado por el mismo ministro y los representantes de Chile y Brasil, previamente avisados estos últimos de sus verdaderas intenciones. Entonces, en su intervención, y ante el estupor de Saavedra Lamas, le dijo a Justo que la Conferencia podía fracasar, lo que atentaría contra su prestigio, y que la responsabilidad de que esto se produjera recaía enteramente en el canciller local. Justo se dirigió entonces al reciente Premio Nobel advirtiéndole que nada debía interferir en el proceso de paz. El rudo embajador describió su acción como parte de una “diplomacia osada”. Como señala Gary Frank en su libro Juan Perón vs. Spruille Braden, era más bien una muestra instructiva de “la brutal manera con la cual Braden trataba a muchos de sus enemigos diplomáticos”.
Braden señala tajantemente en su autobiografía, publicada en 1971: “Los argentinos se consideran ellos mismos como nuestros rivales por el liderazgo político de América latina. Ellos también aspiran a dominar militarmente el continente. Tan temprano como el 23 de septiembre de 1937, en mi despacho sobre la Conferencia del Chaco [?] advertí que allí no habría paz si Saavedra Lamas siguiese como presidente [de la Conferencia]. Comentaba sobre el expansionismo militar argentino, la anulación de la maquinaria democrática y el crecimiento de un fascismo nativo”. Además de considerar a los argentinos en su conjunto, cualquiera fuera su gobierno, como rivales de EE.UU. y asignarle al país aspiraciones de liderazgo en la región, es notable el contraste entre quienes fueron sus principales adversarios personales en sus desempeños en Buenos Aires, a los cuales llegó a tener verdadera inquina. Uno era un conservador pro europeo y pro británico perteneciente al núcleo exclusivo de las elites tradicionales locales (bisnieto de Cornelio Saavedra y yerno de Roque Sáenz Peña); otro un coronel nacionalista y populista con sangre indígena en sus venas. Por supuesto, Perón y Saavedra Lamas terminarían en distintas veredas, este último apoyando a su ex enemigo del Norte contra el nuevo y peligroso personaje que esgrimía el fantasma del enfrentamiento de clases. Frente a esta opción no cabía duda de que la vieja oligarquía y sus referentes debían conciliar con Washington.
Pero volviendo a la actividad de Braden en las negociaciones de paz por el conflicto del Chaco, para terminar de aclarar sus intereses, él mismo relata en su autobiografía su decisiva intervención en el acuerdo final, confesando incluso que redactó en 48 horas, en julio de 1938, el documento paraguayo. Irritado con las soluciones propuestas, que consideraba perjudiciales para su país, el doctor Zubizarreta, jefe de la delegación del Paraguay, se negó a aceptarlas, lo que le valió su desplazamiento de la jefatura en una operación aparentemente digitada por el mismo Braden. Finalmente, el tratado se firmó en Buenos Aires, el 21 de julio de 1938. Según Moniz Bandeira, ninguno de los dos países habría conseguido sus objetivos, aunque los paraguayos sostuvieron siempre que ganaron la guerra pero que perdieron en las negociaciones diplomáticas. ¿En qué medida intervino en ello la mano de Braden? En todo caso fue quizás un anticipo de su futura acción como embajador en Buenos Aires.
* Economista e historiador. Investigador Superior del Conicet. Este artículo esta basado en el libro escrito en colaboración con Claudio Spiguel, publicado por Emecé: Relaciones tumultuosas. Estados Unidos y el primer peronismo, que se presentará el 10 de mayo en la Feria del Libro.
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