› Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
UNO La noche del sábado pasado, seis rugidos –uno detrás de otro, a lo largo de dos horas– rompieron la calma e incendiaron la oscuridad, y yo pensé: “Ya está, ya pasó... Los jabalíes de Vallvidrera han mutado por los efectos de la gripe porcina o como se llame y están atacando a la población en plan zombis marca George Romero y ahora vienen a por mí y...” Fue entonces cuando me acordé de que a esa hora se estaba jugando el clásico de clásicos Fútbol Club Barcelona versus Real Madrid. Y, claro, cada uno de esos rugidos equivalía a cada uno de los goles en la épica paliza que los visitantes les estaban pegando a los locales en la capital. Pero mi alivio duró poco, porque por estos días la principal actividad de uno es temblar.
Y es que hay tantos motivos para temblar.
DOS Y la idea era escribir sobre la nueva plaga hace unos días. Pero decidí esperar un poco a ver qué pasaba, si pasaba algo, si dejaban de pasar las cosas. Me distraje viendo otra vez aquella película virósica con Dustin Hoffman, releyendo The Stand de Stephen King y, más que nada, oyendo y escuchando una y otra vez Together Through Life, el magnífico nuevo disco de ese especialista en Apocalipsis varios que es Mr. Bob Dylan. Y si su Love and Theft salió a la venta, recuerden, aquel 11 de septiembre en que las torres y tantas otras cosas se vinieron abajo, este álbum –el número 33 de su carrera en los estudios– asomó la cabeza en el momento justo en que estalló el Síndrome de Porky o lo que sea. Y para colmo de bienes (y de males), funcionando como una versión fronteriza de aquel Nashville Skyline, investigando, esta vez, no el sonido country americano sino las atmósferas espesas y demencialmente eufóricas de las tabernas mexicanas. Un, sí, El Paso Skyline y leo que una periodista –medio en broma y medio en serio, riéndose de y con todos aquellos para los que todo nuevo despacho de Dylan es fuente desbordante de mensajes secretos a decodificar– afirma que, en realidad, todo Together Through Life es un álbum conceptual cuyo tema es, claro, la gripe porcina made in México. La teoría tiene su gracia y es casi tan graciosa como la holo/cáustica canción que cierra el disco. Allí, en “It’s All Good” –cabalgando con modales que recuerdan el modo en que este hombre alguna vez revisitó la Autopista 61, sobre un feroz mini-riff de guitarra y acordeón–, la voz cada vez más lupina y feroz de Dylan arroja versos de bacteria curtida para la que no hay vacuna que valga. Y el paisaje que describe Dylan –con la misma astucia multiuso de Nostradamus– es, sí, el de la más febril y terminal tierra baldía: “Revuélcate en el polvo / Apilando la mugre (...) Los grandes políticos contando mentiras / la cocina del restaurante llena de moscas (...) Las esposas abandonan a sus maridos, comienzan a vagabundear / Se van de la fiesta y nunca vuelven a casa (...) Ladrillo a ladrillo te van a derribar / Una taza de agua alcanza para ahogarse (...) La gente en el campo, la gente en la tierra / Algunos están tan enfermos, que apenas pueden mantenerse en pie / Todos se irían lejos si pudieran (...) Las viudas lloran, los huérfanos sangran / En todas partes donde miras hay más penurias (...) Hay un asesino de sangre fría acechando al pueblo / Autos de policía parpadeando, algo malo sucede / Los edificios se vienen abajo en el vecindario...” Y Dylan –quien sonríe con cara de Joker veterano en la tapa de la última Rolling Stone– cierra cada una de las estrofas con un regocijado y ácido “It’s all good”.
Está todo bien.
Todo es bueno.
TRES Y en el D. F. –metrópoli de luchadores enmascarados devenida ciénaga de ciudadanos enmascarillados– aumentaron las ventas de televisores porque los chilangos presienten que se viene una época de puertas cerradas, de vida interior, de ver esas series de náufragos en islas raras donde no se entiende casi nada para que todos entiendan lo que más le guste.
CUATRO En España –donde ya se detectaron varios casos del Gran Mal de esta temporada– los noticieros no saben muy bien qué hacer, cómo comenzar. ¿Se deben abrir las emisiones mostrando postales desérticas de una Ciudad de México donde todos andan con barbijos y advertir a los ibéricos de lo que puede llegar a ocurrir si...? ¿O habrá que comenzar con las últimas declaraciones de un Zapatero aquejado del Mal de Zapatero, cuyos síntomas pasan por el repetir constante de que todo va mejorando mientras las cifras de desempleo y descenso del record del Producto Interno Bruto afirman todo lo contrario, en la que ya es la mayor recesión en toda la historia de la democracia española? ¿O habrá que concentrarse en el ascenso del Partido Popular –una encuesta de este domingo lo pone por delante del PSOE en intención de voto– y la torpe y cansadora oposición que vienen haciendo Rajoy & Co.? ¿Y si mejor seguimos discutiendo en detalle esa foto que les tomaron juntas y de espaldas a la Princesa Letizia y a la citoyenne Carla Bruni? Mejor, ya que estamos, repetir una y otra vez los goles del partido Barça/Real Madrid. No deja de ser apocalíptico, pero por estos lados eso hace feliz a mucha gente. Y a mucha gente, no. Para mucha gente eso es lo más parecido al fin del mundo.
CINCO Y siempre me impresionó el extraño sentido del tiempo de los mexicanos. Su Timex. Para ellos el tiempo no es recto. Es curvo y, sobre todo, tan relativo. Así, ahorita puede equivaler al mes que viene, mientras que luego-luego tendrá lugar en apenas unos minutos. Ahorititita puede llegar a equivaler al fin de los días. Y ya saben: el calendario maya se agota en el año 2012. Ahí, dicen algunos, se va a acabar lo que se daba. Ya hay varias películas efectistas y especiales en producción y varios libros con títulos como 2012: The Return of Quetzalcoatl. Los estudiosos de estas cuestiones se dividen entre los que dicen que va a pasar todo y los que dicen que –como en aquel supuesto Apocalipsis del 31 de diciembre de 1999– no va a pasar nada.
En cualquier caso, según mis cálculos, el 2012 será el año en que Bob Dylan editará su próximo disco.
A ver qué tocará él, a ver qué nos tocará a nosotros.
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