› Por Mempo Giardinelli
Escucho una conversación durante un vuelo. En la fila tras de mí un tipo, con pinta de empresario o acaso político de segunda línea, se ufana ante sus dos compañeros de asiento de haber conseguido el pasaporte en 48 horas y a un costo –para él baratísimo– de 700 pesos. Todos ríen y celebran el asunto.
Como mudo testigo, primero sentí lástima por nuestro país, que mostraba en esa estúpida conversación otra de sus facetas cretinas: la corrupción de funcionarios, el curro de alguna división de la Policía Federal, la humillación argentina de que los ciudadanos no podamos contar con documentos de identidad eficaces y baratos, y además velozmente. Como debería ser, y como es en casi todo el mundo. Y no hablo del Primer Mundo: en Colombia y en México, por caso, obtener el pasaporte demanda entre 24 y 48 horas, por vías normales, legales.
Pero acá es imposible obtenerlos sin compartir la vejación que sufren a diario decenas de miles de argentinos indocumentados, agobiados y furiosos por hacer colas durante horas y maltratados por idiotas de corbata o delantal.
Una de mis hijas, que vive en México, viene de visita y debe revalidar su pasaporte, entonces sufre esta humillación: le dicen que necesita primero un DNI actualizado. Para obtenerlo debe gestionar la partida de nacimiento. Cuando ya ha perdido una semana y tiene todo, debe perder una mañana, o dos, en un galpón policial. Y luego de interminables colas y tras pagar en varias ventanillas, nadie sabe cuándo le entregarán el pasaporte.
Cualquiera que vive en provincias sabe que, con paciencia y suerte, en la delegación local de la Federal le informarán que un pasaporte tarda de dos a cuatro meses. Y debe pagar un montón de dinero, además de un correo privado obligatorio.
Pero no es sólo la cuestión del pasaporte. Conseguir cualquier tipo de documento de identidad en la Argentina condena a realizar trámites infames y antirracionales. Debemos ser el único país del mundo en el que es necesario esperar meses –MESES, insólitamente– para tener un documento, y eso después de haber pagado precios exorbitantes. Que ni siquiera son informados en la página web de la Policía Federal, organismo que no se entiende por qué, en democracia, mantiene este arbitrario monopolio, que además de ineficiente es sospechoso.
En casi todos los países del mundo los pasaportes están a cargo de las cancillerías, en ningún caso el costo en dólares es tan elevado como acá y las entregas se hacen en menos de una semana.
No hay dudas de que se trata de un negocio espurio. Con lo que el elemental derecho de las personas a tener un documento que acredite su identidad aquí se ha pervertido.
Y sucede lo mismo, desde luego, con ese absurdo y arcaico cuadernito llamado DNI. Que debe ser, sin dudas, el documento más fácil de falsificar del planeta y, por ello, seguro factor de esa corruptela política que es el clientelismo.
Claro que todo esto no es tema de campaña electoral. Ni el Gobierno muestra el menor interés en corregir esta tara de la democracia, ni tampoco la oposición, y vaya que es variopinta y casi toda ya fue gobierno varias veces y nunca se ocupó del asunto.
Por eso desde hace años los DNI son causa de ilícitos encubiertos, de reclamos de empresas contra el Estado y de fortunas inexplicables de funcionarios. En el largo sainete de intereses, impericias, mentiras, anuncios y contramarchas acerca de nuevos sistemas que nunca se concretaron han sido mencionados notables nombres propios, por lo menos Siemens, Manzano, IBM, Ciccone, Corach, Gostanian y algunos más.
El resultado es que hay cientos de miles de argentinos e inmigrantes que no tienen documentos. En Buenos Aires ni se dan cuenta, o no les importa, pero en cualquier provincia del Norte es común que los chicos no tengan ni siquiera partidas de nacimiento, porque sus padres no pueden pagar el estampillado de ley. El asunto es gravísimo porque luego esos chicos no van a la escuela, puesto que, indocumentados, no pueden inscribirse.
Sería bueno que en el circo electoral algún candidato/a recogiera este guante pero en serio, y se comprometiera a corregir esta obvia rémora de la dictadura.
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