› Por Juan Forn
En marzo de 1925, pocas semanas antes de que Mussolini enviara a Palermo al “Prefecto de Hierro” Cesare Mori a combatir a la mafia, saltó a la escena pública una insólita institución que respondía al nombre de “Secolare Accademia Parnaso Canicattinese”. Fundada cuatro años antes, integrada por excéntricos de la región como el barón aeronauta Agostino La Lomia (que se había hecho instalar una cama con dosel en el mausoleo de su familia y allí dormía desnudo) o el abogado Francesco Mataluso (que una vez pidió pericia psiquiátrica para su defendido por el hecho de haberlo elegido a él como su letrado), la Academia habría de convertirse en la entidad más bizarra de la historia de Sicilia. Su estatuto no definía la función exacta de la institución, pero sí se encargaba de explicitar quién podía aspirar a árcade mayor, menor o inexistente. Gustosos árcades menores fueron Luigi Pirandello, Benedetto Croce, el futurista Marinetti, Salvatore Quasimodo y, años más tarde, Leonardo Sciascia y el actor Ben Gazzara. Para ser árcade mayor, en cambio, era indispensable ser desconocido fuera de Canicatti e ignorado dentro. Y de allí se pasaba al estado ideal de inessistente, instancia en la que ya no se tenía “ni obra ni nombre que defender”.
El emblema de la Academia era un perro y la leyenda “Este perro es un león” (ya que el taller que les imprimía los diplomas sólo tenía esa imagen “rampante”). No había límite de edad para ingresar y no se requería de la inteligencia como atributo, “razón por la cual se aceptarán mujeres”. El “inmenso, inescrutable” patrimonio literario de la Academia (actas, discursos, exhortos) era exclusivamente oral, porque así no corría riesgo de perderse. Ni de olvidarse tampoco, ya que, según el estatuto, sus miembros eran inmortales e infalibles. A un anciano aspirante de ochenta y nueve años se lo sometió a examen para comprobar si era inmortal o estaba inadvertidamente muerto: lo hicieron escuchar durante seis horas marchas fúnebres (si las tarareaba, era señal de que estaba muerto). A esta clase de actividades dedicó la Academia sus primeros cuatro años de existencia. Pero llegó el año 1925 y Mussolini envió a Cesare Mori como jefe de la policía de Palermo, con la orden expresa de destruir a la mafia.
Era procedimiento habitual de la mafia por entonces informar por escrito a sus chantajeados a cuánto ascendía la cuota por protección. En su primer día de trabajo, Mori mostró a la prensa una carta que decía textualmente: “Nosotros, los llamados Bandidos de Gangi, somos los que reclamamos de usted la suma de 6 mil liras. Nosotros somos los que a aquellos que se niegan a satisfacernos por las buenas los hacemos satisfacernos por las nuestras. Aquí va para usted esta palabra de honor de que si dentro de ocho días no recibimos seis mil liras, le costará por lo menos 100 mil liras o su vida se extinguirá en nuestras manos; así que piénselo bien, que si vamos usted, no se salva. Con esas 25 liras que nos mandó, ya se atrevió a destruir nuestra amistad. Si la quiere obtener de nuevo, satisfáganos con seis mil liras. Si pasan ocho días y no paga, mejor ya no salga y ándese con ojo porque estaremos detrás de usted. Es el último aviso, y todos los ultrajes que reciba se los debe achacar a Hermanos Ferrarelli y Nicolò Andaloro”. Acto seguido, el “Prefecto de Hierro” ordenó a la ciudadanía que toda carta como ésa debía ser entregada de inmediato a las autoridades. “Si me obedecen, yo les prometo enderezar hasta las patas de los perros”, declaró famosamente Mori aquel primer día.
Cosa que tocó el corazón de los miembros de la Academia, ya que uno de los diez puntos del estatuto de la institución decía textualmente: “Poeta, y por consiguiente árcade de esta Academia, es aquel que intente enderezar las patas a los perros”. La Academia notificó formalmente a la Prefectura de Palermo que había nombrado “por aclamación” a su jefe miembro honorario de la institución y aprovechaba la oportunidad para enviarle al “Honorable Prefecto” una carta de chantaje recibida días atrás que podría serle de suma utilidad para aprender a diferenciar a la verdadera mafia de los chapuceros de ocasión, y no malgastar sus energías persiguiendo a pobres ignorantes incapaces de hacer realidad sus amenazas. La carta que remitía la Academia decía: “Ilustrísimo Señor, la presente es para agradecerle las 200 liras, aunque no era la suma que nosotros deseábamos. Sentimos mucho no poder satisfacerle por la yegua que le han robado, pues está muerta. En el pasado nos hemos contentado con las 200 liras fijadas por nuestros amigos, pero a partir de ahora le rogamos, como fieles servidores que somos de usted, que se ponga al corriente de su nuevo tributo, que es de 600 liras, siempre que quiera conservar nuestra amistad y vivir sereno y tranquilo. Esperando su pronta respuesta, se despiden con el mayor respeto sus fieles servidores Ferrarelli Gaetano, Ferrarelli Salvatore y Andaloro Nicolò”.
Mori fue prefecto de Palermo de 1925 a 1928. Su jornada de mayor gloria fue un día de enero de 1926 en que entró con sus carabineros al pueblo de Gangi, hizo una razzia casa por casa y luego cueva por cueva de los alrededores hasta lograr arrestar a los novecientos treinta miembros de la famosa, terrorífica famiglia Ferrarelli, capangas absolutos de toda la región y conocidos entre sus víctimas como los Bandidos de Gangi (el jefe de la familia, Gaetano Ferrarelli, se ahorcaría al día siguiente en prisión, por la vergüenza de haberse entregado). En sus memorias, tituladas Con la mafia ai ferri corti, Mori menciona la impecable redacción que tenían las cartas de chantaje que dictaba Gaetano Ferrarelli. Nada dice, en cambio, de la Academia del Parnaso ni de la colaboración prestada en la captura de los Bandidos de Gangi. La única comunicación conocida entre el “Prefecto de Hierro” y la Academia es un fulminante requerimiento policial en el que les decía que los tiempos habían cambiado y que con ciertas cosas no se debía bromear. La Academia remitió entonces una nueva esquela a Mori: en ella rogaban que se les aclarara cuáles eran las cosas sobre las que se podía bromear, y pedían al Señor Prefecto que tuviese la gentileza de detallarlas lo más posible, así se evitaban mutuamente ulteriores malentendidos. Mori ya no contestó, ocupado como estaba con el papelerío judicial de aquellos novecientos treinta arrestos (que alcanzarían la increíble cifra de 11 mil en 1928, momento en que il Duce dio la tarea de Mori por terminada, lo nombró senador y así libró a Sicilia del “Prefecto de Hierro”).
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