› Por Jorge Majfud *
En 2001 el británico Jim O’Neil inventó el nombre y quizás el concepto del grupo de algunos países emergentes, BRIC. A juzgar por el incremento anual del PBI promedio sólo dos países destacan por arriba del promedio mundial: China e India (hasta hace un año Rusia también, pero la recesión ha contraído su economía más que a la brasileña). La inclusión de otros dos países con grandes extensiones de tierra hacía al grupo más visible. Siguiendo el juego, algunos propusieron el nombre de RICH por las iniciales de Rusia, India y China. No obstante, en términos de ingreso per cápita, los países del BRIC se sitúan por debajo de otros cincuenta países y las proyecciones más optimistas para el 2050 no mejoran mucho este ranking, aun cuando China supere en veinte años el volumen bruto del PBI de Estados Unidos. Sin mencionar el abismo que separa ricos de pobres en cualquiera de los cuatro países, característica que puede soportar un país rico y hasta un país poderoso pero nunca un país verdaderamente desarrollado.
Pero ¿por qué el éxito mediático de esta comunidad fantasma? La idea de BRIC combina una percepción de grandes manchas territoriales en el mapa mundial; sus PBI son semejantes a cuatro países europeos pero sin una moneda común, como la del euro, y ubican al dólar como moneda enemiga en el discurso, pero ninguno lo quiere reemplazar en la práctica. La unidad del BRIC no va más allá de esos intereses puntuales pero se presenta a sí mismo como algo excepcional. Brasil, Rusia e India poseen democracias muy diferentes. Me atrevería a decir que la brasileña es la mejor de los tres, dentro de un casi obsoleto sistema representativo que impera en el mundo. China ni siquiera tiene un sistema representativo, sino una especie de comunismo de mercado. Los cuatro países poseen formas políticas y sociedades en los antípodas. Brasil, un país afroamericano. La mayor comunidad africana fuera de Africa vive allí e impregna casi todos los rincones de su cultura, excepto en las clases altas del sur industrializado. Rusia es una sociedad hecha en el rigor invernal de zares y moldeada por un siglo de experimentos comunistas seguido de un capitalismo abiertamente salvaje. India, una milenaria sociedad subtropical que aún distingue por su nacimiento a intocables, los hombres excremento que limpian las letrinas, y a castas un poco más blanquitas que se consideran el aliento de Brahma. Y China, un país en proceso rápido de industrialización pero cuya cultura es en mayor parte rural, todavía obediente, todavía laboriosa, todavía populosa pero cada vez menos austera.
Entonces, ¿qué une al ladrillo? Dos cosas y poco más: (1) su interés por jugar un rol más importante en la geopolítica y (2) confirmar el éxito de sus originales proyectos pareciéndose cada vez más a la sociedad norteamericana, la que sigue siendo el demonio en los discursos, el mal ejemplo a evitar pero el modelo imitado sin tregua. En palabras orgullosas del ministro de Asuntos Estratégicos brasileño –profesor de Harvard y de Obama– Roberto Mangabeira Unger, “Brasil es el país del mundo más parecido a Estados Unidos”. El concepto mismo de “países emergentes” se define según los estándares impuestos por la idea de “éxito” de Estados Unidos: los índices en las bolsas de valores, la automovilización de la vida, la nuevayorkización de las ciudades, la expansión de las autopistas, de los shopping centers, el aumento del consumo a través del consumismo, etc. Hasta la adopción de las sectas religiosas procedentes de Estados Unidos es consecuente con esta imposición de una forma de ser, de pensar, de sentir y de medirse a sí mismo.
Si a Estados Unidos e Inglaterra los unían los intereses económicos e imperiales, también los unía una cultura en común y sociedades muy parecidas. Poco y nada une a los BRIC. Es decir, estamos ante una asociación muy útil que dará resultados interesantes a corto plazo. Pero se partirá apenas un mínimo interés entre en conflicto, apenas Estados Unidos, el socioenemigo en común, mengüe su poder relativo sobre el planeta; apenas se reemplace al dólar que, empezando por China, pocos tienen interés en reemplazar por un papel nuevo. O antes.
Todas las proyecciones se realizan considerando un escenario presente y sosteniéndolo. Sin embargo, el sostenimiento de un escenario genera condiciones que acumuladas suelen producir resultados imprevistos. Es decir, mantener significa postergar una crisis. En los años ’60 se preveía el fin del petróleo para el 2000. Pero siempre hay alguien inventando algo nuevo que cambia cualquier escenario.
Un escenario que nadie considera en cada uno de estos modelos de desarrollo es la alta posibilidad de una gran crisis en China. Es difícil sostener un indefinido incremento anual del 12 por ciento del PBI, realizar una industrialización en la era postindustrial en un país mayoritariamente rural sin un profundo cambio en la educación y en la cultura. Inevitablemente la nueva sociedad china reclamará una progresiva democratización del sistema político. Una democratización al estilo de las viejas democracias representativas que antes de la mitad de este siglo se revelarán obsoletas ante una masa mundial que reclamará una participación más directa. Y esa crisis político-económica quizá llegue cuando el mundo alcance un límite de saturación entre el exceso de gasto de recursos naturales y la incapacidad de seguir absorbiendo tantas toneladas de baratijas y basura de exportación.
En el caso de Brasil es difícil reprocharle a Lula no haber hecho las cosas bien. Por lo menos no lo hizo mal. Si bien su slogan preelectoral de “fome zero” (hambre cero) está muy lejos de ser algo parecido a la realidad, no son pocos los brasileños que han pasado de una pobreza crónica a una clase media/baja con mayores posibilidades. No obstante, mientras la economía de China sigue creciendo un exagerado 8 por ciento anual en plena recesión mundial, Brasil apenas sale de su recesión. Cuando Lula escribe en El País de Madrid que “hoy generamos el 65 por ciento del crecimiento mundial”, refiriéndose al BRIC; omite que el BRIC al día de hoy representa sólo el 15 por ciento de la economía mundial (la mitad de EE.UU.) y que sólo China produce lo que producen los otros tres países juntos. A pesar de los progresos realizados, el crecimiento del PBI brasileño ha estado muy por debajo de muchos otros países emergentes con menos visibilidad. Sin mencionar que, si excluimos este último año de recesiones, México no ha estado lejos de Brasil en crecimiento porcentual y absoluto. Es más, con la mitad de población, con menos recursos naturales y con un territorio mucho menor, su PBI es algo más de un billón de dólares, mientras que el de Brasil es 1,5 billón. Lula omite también que en el último año sólo el 2 por ciento del comercio de China fue con su vecino, Rusia.
Pero, más allá de las distintas percepciones sobre estos datos declarados y omitidos, se sigue confundiendo riqueza con desarrollo. Y lo que es peor, se termina de liquidar cualquier otra opción para imaginar un mundo que no se mida exclusivamente en términos de fuerza y de éxito, de capital y de “investment grade”, de consumo y de competencia. Todo eso que nos hace tan parecidos a las vacas que pastan todo el día en el campo y rumian mientras descansan. Vacas consumidoras, vacas para la exportación de carne, ni siquiera vacas sagradas.
De justicia social, de igual libertad, de infancia desviolentada, de pueblos desoprimidos, de trabajo desesclavizado, de países y de ciudades desamuradas... hablamos el siglo que viene.
* Lincoln University.
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