› Por Juan Gelman
El paso de los días va aclarando las cosas. O al revés: se acentúan los tics de la Guerra Fría, sólo que ahora es Teherán en lugar de Moscú. Los neoconservadores de EE.UU. quieren aprovechar las manifestaciones multitudinarias contra el resultado de la elección presidencial –inéditas desde las que derrocaron al sha en 1979– para “exportar la democracia” a Irán mediante una injerencia desde luego militar. Por el lado iraní, los centenares de miles que salieron a las calles de la capital y otras ciudades del país son, para el líder islámico supremo Jamenei y el presidente Ahmadinejad, “traidores” empujados por la CIA y Tel Aviv. A ver, a ver.
Hace años que la CIA organiza, entrena, arma y financia a grupos terroristas como Jundullah para realizar atentados en Irán (ABC News, 3-4-07). El conocido periodista Seymour Hersh informó que a fines del 2007 “el Congreso aprobó la iniciativa del presidente Bush de destinar 400 millones de dólares a una escalada de las operaciones encubiertas contra Irán... con el objetivo de desestabilizar a la dirigencia religiosa del país”(The New Yorker, 29-6-08). El gobierno de Obama delinea planes para financiar a los disidentes iraníes continuando ese empeño (USA Today, 25-6-09). Todo esto es innegable. Lo dudoso es que sólo esas intromisiones hayan despertado semejante ira popular: siguió manifestándose a pesar de los muertos, los detenidos, los desaparecidos y los terribles castigos que prometió el gobierno.
El Consejo de Guardianes de la Revolución reconoció que en 50 ciudades del país votó más del ciento por ciento de los inscriptos en el padrón. Aun así, es muy probable que Ahmadinejad haya ganado las elecciones: goza de un arraigo importante en las zonas rurales. Se llevaron a cabo más de una docena de encuestas con resultados dispares desde que el presidente iraní y el ex primer ministro Hussein Musavi anunciaran sus candidaturas en marzo de este año. La mayoría daba por ganador a Ahmadinejad, aunque algunas adictas a Musavi –como la agencia de noticias Tabnak– pronosticaban su victoria por un no creíble margen de hasta el 30 por ciento (www.counterpunch.org, 22-6-09). Fueron encuestas con indudable sesgo político.
Hubo una, sin embargo, no sujeta a esas influencias, que encargaron la ABC News estadounidense y la BBC británica y realizaron entidades sin fines de lucro y de reconocida seriedad: The Center for Public Opinion de Washington y KA Europe SPRL, con asiento en Bruselas, capital de la Unión Europea. Se efectuó del 11 al 20 de mayo, un mes antes de las elecciones, y cubrió las treinta provincias de Irán con el siguiente resultado: Ahmadinejad, 34 por ciento, Musavi 14 por ciento, indecisos 27. Pero la importancia mayor de esta encuesta radica en otras cifras que explicarían la oposición de millones de iraníes que no vacilaron en arriesgar la vida.
Un 77 por ciento de los interrogados se pronunció en favor de un sistema político más abierto y democrático, en el que incluso el todopoderoso líder supremo de Irán, cabeza de los ayatolás, fuera elegido por votación popular libre y directa, como las demás autoridades del país. El ayatolá Alí Jamenei, y no el presidente Ahmadinejad, es quien define en última instancia las políticas de la República Islámica. El 96 por ciento de los entrevistados reconoció que tanto el liderazgo supremo como la presidencia son instancias influyentes en el gobierno, pero un 70 por ciento piensa, con razón, que la última tiene facultades inhibidas por el primero. Un 93,9 por ciento estima muy importante que la gestión del presidente incluya la defensa de los derechos humanos.
El pueblo iraní no carece de experiencia comicial –doce elecciones generales desde el triunfo de la revolución islámica– y, a diferencia de ciertas democracias más antiguas, un 94,9 por ciento de los encuestados considera muy importante o bastante importante la labor del Parlamento. El 62 por ciento opinó que era esencial la libertad de prensa, y lo mismo declaró el 87 por ciento sobre la necesidad de elecciones libres. En cuanto a si el gobierno había reducido el desempleo y la inflación, los pareceres se dividieron. Pero a la pregunta de si Ahmadinejad había cumplido su promesa de “poner el dinero del petróleo en las mesas del pueblo”, el 58 por ciento dijo “no”, contra el “sí” del 27,8 por ciento.
Hay otros índices significativos: la mayoría de los interrogados se pronunció a favor de negociar con EE.UU., resolver conjuntamente el problema iraquí y cesar el apoyo iraní a los grupos armados iraquíes, ampliar las relaciones comerciales y políticas con otros países, aceptar asistencia médica, educativa y humanitaria del exterior. Estas aspiraciones mueven a creer que no todos los manifestantes eran “traidores” a Irán. Antes, por el contrario.
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